Sin ETA lucharíamos mejor.

Parte de la redacción de Eltránsito (yo) vuelve de desconectar un par de días del fuego mediático y se sumerge en él en el momento que ahora escribe. Acabo de encontrar este artículo de Santiago Alba Rico sobre el «tema vasco» o el «tema español», según quien lo nombre, y no me resisto a incluirlo en el libro que marca nuesro devenir transitero. Indispensable.

Sin ETA lucharíamos mejor
Santiago Alba Rico
Gara

El mismo día en que leo la ponderada, inteligente y hermosa carta que
Joseba Garmendia escribe desde la cárcel, me entero del atentado
mortal de ETA contra Joseba Pagazartundua. Joseba Garmendia lleva
nueve meses en prisión preventiva por haberse reunido y hablado y
soñado pacíficamente la independencia de su país y ha sido linchado
mediáticamente porque en su celda, en lugar de leer pornografía y
esconder porros bajo el colchón, estudiaba sin descanso y con tanto
aprovechamiento que incluso sacó unas oposiciones a profesor de
Universidad (un modelo, sin duda, para los otros presos bajo una
política penal diferente que, por eso mismo, nunca le hubiese
encarcelado). Joseba Pagazurtundua, por su parte, era policía
municipal y miembro de Basta Ya y no sabemos por qué lo ha asesinado
ETA. Los motivos por los que Joseba Garmendia (y decenas y decenas de
vascos y españoles al igual que él) está en la cárcel dicen mucho
acerca del Estado de Derecho y la Democracia en el estado español; la
perfecta gratuidad del asesinato de Joseba Pagazurtundua dice mucho
también acerca de ETA.

Se me escapa por completo, la verdad, en qué medida la muerte del
sargento de Andoain puede acercar un milímetro la consecución de una
Euskadi independiente y socialista, pero enseguida se ha revelado que
no ha sido completamente inútil. Pocos días después de que decenas de
actores y artistas quebrasen la semi-clandestinidad de las voces
antibelicistas; después de que el gobierno y los medios de
comunicación tratasen de vincular la ceremonia de los Goya a
insidiosas maniobras «batasuneras» a través de la Asociación de
Intelectuales Anti-imperialistas (de la que soy miembro) y de uno de
sus fundadores, Carlo Frabetti, colaborador como yo de este
periódico; mientras Aznar y Victoria Prego nos explican que el apoyo
del PP al linchamiento de Irak es inexcusable como contrapartida a la
colaboración de los EEUU en la lucha contra ETA y pocos días antes de
una multitudinaria, descomunal (esperemos) manifestación contra la
guerra imperialista, el asesinato de Joseba Pagazartundua da un
vuelco a la situación y un respiro al gobierno del PP, que puede así
intimidar y criminalizar de nuevo a sus oponentes. De momento, los
mismos actores y artistas que gritaron hace unos días «no a la
guerra» y que fueron acusados de falta de beligerancia frente
al «terrorismo», no han tenido más remedio que expiar sus culpas
abarrotando un teatro para gritar «fuera ETA». Si me dejara llevar
por mi inclinación infantil a las «teorías conspiratorias» y no
supiera muy bien a estas alturas que ETA puede hacer disparates sin
ayuda, pensaría que ETA está dirigida por Rajoy e infiltrada por la
propia CIA. (Y, dicho sea de paso, ahora que Savater ha visto
satisfecha su exigencia de un mayor compromiso de los actores y
artistas en «nuestra guerra de casa», espero verlo en la
manifestación del día 15 contra la Gran Guerra de todos, aunque ésta
le parezca por comparación irrelevante).

Si el Estado español fuese una democracia y ETA una mafia, el Estado
español podría permitirse perfectamente las cinco víctimas mortales
de ETA del 2002, como se permite los centenares de robos a mano
armada o los crímenes de los traficantes de drogas. Si el Estado
español fuese realmente una democracia, Joseba Garmendia no estaría
en prisión. Si ETA fuese una mafia, el PP no ilegalizaría partidos
políticos contra ella (sino que, como la democracia cristiana hizo en
Italia, la incorporaría a su propio partido). Es absurdo pretender
que en un país en el que en cinco años han muerto 3.600 personas en
pateras, en el que en doce meses más de 1000 trabadores han fallecido
en accidentes de trabajo resultado de la nueva legislación laboral y
en el que en los últimos cuarenta días doce mujeres han sido
asesinadas por sus novios o sus maridos (por no hablar de las 5000
víctimas mortales de los accidentes de tráfico que lubrifican las
ventas de la industria automovilística, en la más siniestra forma
de «obsolescencia programada» que quepa imaginar), los atentados de
ETA constituyen el problema de España (salvo que hablemos, claro
está, de una España eterna y metafísica, una patria trascendente
amenazada en su unidad, y no de una estructura constitucional). El
problema fundamental de España empieza a ser, más bien, las medidas
que se toman contra ETA, que desbordan desde hace tiempo el propio
marco constitucional y se extiende a todo el arco difuso de la
disidencia de izquierdas. Pero ETA, en cualquier caso, es un
problema. Es un problema, desde luego, para sus víctimas. Pero es un
problema también -dígamoslo de una vez- para la izquierda, no sólo
del Estado español, sino fundamentalmente para la izquierda
independentista vasca. Esta es la paradoja más extraña y sombría de
este interminable conflicto: a casi todo el mundo conviene la
existencia de ETA, salvo a Batasuna. El PP y el PSOE obtienen de ella
una permanente renta electoral y una extraordinaria cobertura de
legitimidad en el proceso de desmantelamiento del Estado de bienestar
y de las libertades democráticas inseparable del nuevo marco de
gestión del capitalismo planetario; el PNV reproduce gracias a ella
su interesado movimiento de péndulo sin llegar a romper jamás el
marco estatutario contra el que se afirma electoralmente. Sólo a la
izquierda abertzale no le sirve de nada. Y curiosamente, la única
fuerza a la que no sirve de nada, la única fuerza para la que sería
realmente un alivio un alto el fuego o una tregua de ETA es la única
todavía dispuesta a justificar sus acciones.

He oído a alguien justificar la ruptura de la tregua de ETA del 99
como una forma de evitar la desmovilización de los militantes
abertzales, que se habrían «relajado» durante esos meses. Digamos que
esta estrategia es algo así como la imagen especular de la del
gobierno, que indujo por todos los medios -propagandísticos y
policiales- a la ruptura por los mismos motivos. Digamos, además, que
hay algo monstruosamente instrumental, casi diría que
embrionalmente «imperialista», en esta política de cascanueces en
virtud de la cual se mata a civiles inocentes para mantener la
presión sobre los propios partidarios, condenados así a la cárcel y
la tortura. Pero digamos, sobre todo, que no sirve para nada; que es –
aún más- completamente contraproducente: tal y como demuestra la
prolongación agónica del conflicto y el propio debilitamiento del
apoyo en Euskadi a sus acciones, se limita a hacer girar en una
rueda, en permanente tensión, al mismo número de militantes con una
cada vez menor cuota de legitimidad. ¿Es de esto de lo que se trata?
Durante treinta años, la izquierda abertzale ha conseguido crear un
modelo sin equivalente en Europa de organización política,
extendiendo formas de lucha y resistencia a todos los niveles del
tejido social mientras en el resto del Estado la izquierda se
sumergía en la sombra, la traición y la esterilidad; y afilando con
enorme trabajo e inteligencia una conciencia al mismo tiempo
independentista e internacionalista que cristalizaba tanto en los
barrios de Donostia como en Irak, Chiapas y Venezuela. Todo eso ni
debería dilapidarlo la izquierda abertzale ni deberíamos ignorarlo en
el resto del Estado. La parte que haya tenido ETA -otra ETA en otro
tiempo- en la creación de este capital organizativo, que se la
reconozcan cuanto quieran en Batasuna. Pero que se den cuenta también
de que hoy ETA está a punto de echar por tierra todo ese trabajo, más
necesario que nunca.

Todos nosotros, en Euskadi y en el resto del Estado, tenemos que ser
más y tener razón. Y para eso ETA tiene que dejar de matar.

Que no se preocupen los que temen un «relajamiento». Tal y como están
las cosas, no se necesitan los crímenes de ETA para obligar al Estado
a «estimularnos». Sin ETA Joseba Garmendia también estaría en la
cárcel y también seguiría luchando desde allí.

La tenaza de la represión y la propaganda está a punto de
estrecharnos a todos entre sus uñas de acero, en el seno de
esta «guerra mundial contra el terrorismo» en la que la independencia
de Euskadi sólo puede alcanzarse al mismo tiempo que la de Venezuela
y la de Irak; al mismo tiempo que la democratización de España. No
hace falta ETA para que todos tengamos motivos para rebelarnos contra
la opresión y esto lo sabe muy bien el gobierno, que quiere a ETA
para justificar la opresión. ETA hace falta a todos, menos a las
izquierdas de uno y otro lado. Sin ETA, el PP y el PSOE se revelarían
a la luz del día como obstáculos para la democracia y el socialismo
en España y en Euskadi y el PNV como una escollo-pantalla en el
camino de la autodeterminación. Seríamos más y tendríamos razón. El
pueblo vasco quizás sólo necesita eso para que la mayoría
soberanista -y de izquierdas- venza por fin; el pueblo español
necesita eso para poder volver a ser de izquierdas, al margen de los
partidos que lo maniataron y lo vendieron tras el franquismo. Con más
gente y más legitimidad, al margen de las estrategias convergentes
del PP-PSOE y de ETA, con todo el admirable trabajo acumulado durante
tres décadas y frente al «fascismo democrático» que ya penetra por
los intersticios, se puede abrir quizás una nueva ruta de lucha y de
esperanza. Cuando seamos más y tengamos más razón, incluso el PNV –
llave, querámoslo o no, de todo desenlace- no tendrá más remedio que
dejar a un lado la ambigüedad si no quiere desaparecer. Y cuando esto
ocurra, estoy seguro de que decenas de internacionalistas españoles
acudirán a Euskadi a defender su derecho a la autodeterminación, como
hacen hoy en Irak, pero con la tranquilidad añadida de que nadie
pueda acusarles de estar apoyando a un dictador. ¡Gora Euskadi
independiente y socialista! ¡ETA Kampora!