El otro día estuvimos jugando un ratillo en El Retiro al fútbol unos amigos, entre ellos un par de miembros de esta redacción y de los fanzines amigos Psichokiller y Jo tía! Cuando volvíamos andando, despacito y a duras penas, que somos escombros de lo que fuimos, y pasábamos por las inmediaciones del parque alguno dijo lo que siempre alguno dice al pasar por ahí, “pues no me importaría vivir en una de estas calles no”, a lo que otro de nosotros le contestó lo que siempre uno contesta entonces, “toma claro, que listo”. Es una respuesta automática inevitable, es un barrio de veras bonito y bien situado, pero pensándolo más tarde siempre llego a la conclusión de que no sería el sitio que elegiría para mudarme. Señoras demasiado señoras y caballeros demasiado caballeros, “ladyes and gentleman”.
No se trata de un visceral odio de antagonismo de clase sino más bien de una cuestión estética que lleva a la mala leche. El exceso de arrodillamiento de los camareros y los caniches aristocráticos no pertenecen al universo en el que me encuentro a gusto. Demasiado pijo, más yuppie “tontogomina” de lo tolerable.
Tampoco se puede decir que mi barrio sea la trastienda de una librería comunista en la postguerra, pero allí se llega al paroxismo de la aristocracia y los negocios y eso satura mi mundo en calma. Y de verdad que es una cuestión de estilos, nada tiene que ver que la aviación tuviera orden de no bombardear el barrio en la Guerra Civil.