Smart City: en la cadena de las utopías urbanas incumplidas

La alcaldesa sonríe, dice unas palabras –evita decir nombres propios, podrían ser las palabras de ayer o de mañana-, elogia el Madrid del futuro que ya es una realidad. A su derecha está el rector de la universidad pública que acoge el acto. A su izquierda, la persona que representa uno de los logotipos que adornan los faldones de la mesa. Una teleco.

Madrid Smart City. La estampa fueron muchas hace pocos meses y serán muchas otras, quizá con nuevos nombres. La ciudad inteligente está ya un poco gastada como concepto-paquete. Otros vendrán, también con el oropel tecnológico.

Lo urbano ha pasado en pocos años por las categorías absolutas de sostenible –una vez se había rebasado el límite de lo presentable en lo desarrollista-, creativas, resilientes…En todos estos modelos de ciudad términos inequívocamente positivos la renombran para hacer de la urbe un producto vendible en el llamado mercado de las ciudades globales.

La smart sity es una nueva versión de utopía urbana, en la que la tecnología dota de efectividad completa a la ciudad. El manejo de datos en tiempo real, la automatización de procesos y las nuevas tecnologías se alían para inocular de inteligencia las baldosas que pisamos.

A partir de la Ilustración las utopías adquieren forma de ciudades en el futuro (antes las ciudades ideales se pensaban hacia el pasado). En el fondo, toda proyección de la ciudad es un pedazo de utopía: las asépticas maquetas en 3D creadas con Autocad y gran parte del urbanismo contemporáneo. Desde las periferias arboladas del anarquista Reclús hasta las diversas formas de Ciudad Jardín del siglo XX . Siempre, en toda Utopía urbana, subyace un poco la lucha eterna entre las Ciudades Babilonia y las Ciudades de Dios, entre las imágenes del orden y la constatación de la ciudad real.

La tecnología ha venido jugando durante todo el siglo XX un papel central en la gramática de las utopías urbanas. Probablemente, el cambio tecnológico que más ha condicionado la forma de nuestras ciudades sea el automóvil. Otros adelantos también han propiciado cambios de forma menos evidentes que el coche, pero con efectos casi tan radicales. Antes del ascensor, por ejemplo, la segregación social se producía en el interior de los edificios (en los últimos pisos del Barrio de Salamanca vivía gente de clase social inferior a los primeros). Tampoco hubieran sido posibles sin el ascensor los rascacielos que tan bien simbolizaron en el siglo XX la utopía de la modernidad –el perfil de Nueva York visto por un emigrante desde el barco- o el barrio con bloques de trece pisos en el que crecí.

La ciudad del automóvil llegó también, como hoy los sensores de las smart cities, con un gran aparato promocional y científico alrededor. Tuvo como escenario motor la Ciudad Futurama de la Feria Mundial de Nueva York (1939), y como aliado a General Motors. Hoy, las Telecos patrocinan los eventos sobre la smart city, favoreciendo un discurso que necesita de ancho de banda y cableado. Los Ayuntamientos, ávidos de frontispicios promocionales, colaboran con la coartada, que sirve como vehículo de extracción de rentas públicas.

Por otro lado, encontramos pululando alrededor del discurso, grupos de hackers y urbanistas críticos que, armados de placas de Arduino y repertorios teóricos comunitaristas, prototipan demos de una ciudad hiperconectada desde el paradigma horizontal y no necesariamente comercial. Sus experiencias son muy valiosas, si bien, como señala David Harvey En Rebel Cities cuando habla de comunes urbanos, a menudo su capital simbólico es desposeído por el capital. Así, vemos con cada vez más frecuencia, hackatones o fablabs impulsados por firmas multinacionales.

Desde una perspectiva crítica, se ha venido señalando que la conectividad y la transparencia de datos necesarios para hacer de la ciudad una red de nodos conectados acarrean un gran peligro por el control que supone. Las sensaciones de uno son movedizas. De un lado, es innegable que el peligro de zambullirnos definitivamente en una sociedad de control está muy presente, de otro, a la vista de los adelantos que hoy nos presentan como revolucionarios –saber cuánto queda para que llegue el autobús, la optimización del alumbrado público, y cosas por el estilo- la smart city se asemeja demasiado a un conjunto de artefactos pirotécnicos que nos hacen recordar los prototipos que llenaron las revistas de décadas pasadas con promesas incumplidas : ciudades con tráfico aéreo o casas completamente robotizadas, en aquellos ochentas de la domótica. Uno no puede evitar pensar que se trata de adelantos que, aportando indudables ventajas, distan mucho de cambiar la vida de la gente en las ciudades como lo pudieron hacer otros avances técnicos en su momento: la traída de agua corriente, los sucesivos tipos de alumbrado público, la aparición del coche (o el ascensor), o el hecho mismo de la conectividad ubicua a través de internet.

Pero, si es cierto que lo que se pueda hacer se hará, en un escenario securitario como el actual, en el que la guerra irregular se ha trasladado al interior de las ciudades, debemos estar preparados para afrontar críticamente el paradigma smart city.

La inteligencia militar, desde el 11-S, considera que el contexto actual exige de una contrainsurgencia presente en los espacios cotidianos de la ciudad, ya que el peligro puede aparecer en cualquier sitio. Para ello, lo que se ha venido conociendo como Nuevo Urbanismo Militar trabaja en la omnipresencia tecnológica y en el estudio de perfiles de la población para anticipar al potencial terrorista. Esto se extiende con más rapidez al extranjero, al heterodoxo, al anarquista…

Las tecnologías utilizadas en nuestro primer mundo se han ensayado antes en las zonas en conflicto o del tercer mundo. Los vehículos no tripulados que patrullaron la franja de Gaza hoy operan en Estados Unidos; la construcción de zonas de seguridad en Israel se utiliza ya en las zonas financieras de las ciudades globales. Por otro lado, las mismas empresas que venden tecnología en estas zonas son las que las explotan comercialmente sus dispositivos adaptados a nuestras ciudades, y quienes se hicieron con las contratas para la reconstrucción de Bagdad hicieron lo propio con la devastada Nueva Orleans. No es un fenómeno nuevo. En el siglo XIX las potencias coloniales empezaron a usar la recolección de huellas digitales y a construir allí prisiones panópticas antes que en la metrópoli. Uno de los ejemplos clásicos de urbanismo para controlar a las clases populares, la reforma de París de Haussman, se inspiró en la que previamente había hecho su compatriota Bugeaud en Argelia en la década de 1840, destruyendo barrios enteros.

La experiencia del control ciudadano en la ciudad proviene, sin embargo, antes de pulsiones ideológicas que de la tecnología, que no es más que un instrumento. Las redadas racistas que, de forma aleatoria e indiscriminada se hacen en nuestros metros y calles, son un buen ejemplo de dispositivo de control ajeno a la tecnología y eficaz a efectos de parálisis y temor de un sector de la población.

El control es inherente al Estado, y las políticas públicas que usan de avances técnicos, a menudo, han hecho convivir la mejora de la calidad de vida en las ciudades con la introducción de mecanismos de control. Un ejemplo de ello podía ser el alumbrado público, que es inseparable de la necesidad de control de las calles. Con el alumbrado llegaron también los cuerpos de faroleros, que se hibridan con los populares serenos a partir del siglo XVIII. El añorado sereno, lejos de constituir siempre un servicio de proximidad neutro, fue también, en muchos momentos, el que arrancaba los pasquines políticos, denunciaba a los viandantes nocturnos o perseguía a las parejas en los portales, todavía en el Franquismo.

De los serenos a hoy todo igual. Las cámaras que sirven para la gestión de las Zonas de Prioridad Residencial de las ciudades (áreas semipeatonales en las que sólo los vecinos pueden entrar con los coches) pueden servir para algo más que discernir qué matrículas pertenecen a coches de vecinos. Sin ir más lejos, el delegado del Área de Gobierno de Medio Ambiente y Movilidad del Ayuntamiento de Madrid declaró en 2013 que podrían servir bien al efecto de perseguir a los graffiteros.

Si ha sido así en el pasado ¿qué nos hace pensar que los datos que hoy generamos gratuitamente no se convertirán en correajes formados por miradas algorítmicas?

Al margen de los peligros y el alcance real de la ciudad tecnificada, sea la smart City o sea el próximo nombre promocional, cabe reflexionar acerca de cuánto ha cambiado la ciudad en las últimas décadas en relación con los impulsos de las Nuevas Tecnologías.

Durante los 80 y parte de los 90 surgió la idea en el debate académico de que el nuevo espacio inmaterial llamado ciberespacio posibilitaría un espacio reticular, formado por nodos, sin un centro. La Metápolis, Telépolis, o Ciudad Postmoderna sería difusa. La red y las Nuevas tecnologías matarían a la ciudad tal y como la habíamos conocido.

Pero no. La promesa del teletrabajo masivo no se ha llegado a materializar y el comercio electrónico, aún con el crecimiento sostenido después de la burbuja puntocom, no ha roto la estructura del comercio físico. Probablemente, la concentración comercial en malls (unida a las conurbaciones urbanas) ha condicionado más la estructura comercial. Además, esta pequeña utopía tecnodeterminista no atendía a la ciudad como un lugar de ocio, vida y consumo cultural, además de como lugar de producción y consumo.

Algo parecido había sucedido ya con la llegada del teléfono, que también llevó a predecir la descentralización urbana. Sin embargo, aunque el teléfono ayudó a dispersar ciertas actividades, también centralizó otras administrativas en el centro de la ciudad. Hoy, las ciudades globales también reúnen un gran número de funciones centrales del capitalismo global.

Y tampoco la sempiterna promesa de replicar el modelo Sillycon Valley, tan sobado en programas electorales y argumentarios municipales, ha dado lugar a lo que algunos supusieron un impulso para la ciudad fuera de su centro. Los Parques Tecnológicos son entes aislados del tejido social, más parecidos a los viejos polígonos industriales que a portadores de una nueva ciudad, emparentados con esos núcleos comerciales a orillas de un PAU donde uno encuentra un Ikea, un McDonalds y un Toysrus. Fachadas de cristal con malos comedores laborales.

Año 1893, el arquitecto Alberto de Palacio y Elissague gana el primer premio en la Exposición Universal de Chicago con un proyecto de monumento faraónico similar a la Torre Eiffel (también fruto de otra exposición universal, que es el epicentro de la modernidad de la época). Se trata de una gran esfera metálica de 200 metros de diámetro, colocada sobre un pedestal de 100 metros de altura. Posteriormente, se quiso colocar en El Retiro, en Madrid, aunque finalmente quedó en proyecto nonato. Un coloso de la modernidad y la universalidad de un Madrid que quiso soñarse también bajo un paradigma utópico, ajeno a la realidad de aquella urbe desestructurada.

Año 2009, la entidad Caja de Madrid regala a la ciudad un obelisco diseñado por el arquitecto Santiago Calatrava, que se coloca en Plaza de Castilla. Un falo retorcido y dorado de 93 metros de alto con un sistema hidráulico que mueve 500 barras de bronce, provocando que parezca que el gigante espigado se mece por el viento. Otro pretendido símbolo de la modernidad megalómano que no llegó a ser (el mecanismo es carísimo y nunca se enciende) y que, en realidad, ejemplifica el detritus de una ciudad movida por la especulación inmobiliaria. Una ciudad que no es otra que la misma que se pretende Smart City.

Año 2015, los canapés del catering del grupo Arturo reúnen a los asistentes a las jornadas sobre smart city. O como se llame hoy. La alcaldesa se marchó discretamente después de la presentación. Un grupo de hackers se reúne en Río de Janeiro para imaginar usos ciudadanos de los drones. Ambos grupos de individuos son, en cierto modo, portadores de utopías tecnófilas. Los primeros quizá quieran, en algún momento, comprar el capital simbólico y económico del segundo grupo. Pero probablemente, el mayor cambio que estos hackers pueden inseminar en la ciudad tiene que ver más con su forma de colaborar que con el fruto circunstancial de sus experimentos.

eltransitotxt: dando cuentas de un experimento comunicativo

Desde hace algo menos de un mes vengo desarrollando un experimento comunicativo (empecé el pasado 27 de octubre). El programa de mensajería instantánea Telegram provee desde hace algún tiempo la opción de crear Canales, que no son otra cosa que listas de distribución de información a las que la gente se puede suscribir. Son unidireccionales: hay un emisor y tantos receptores como personas se apunten.

Últimamente, varios políticos lo han empezado a usar como canal de información y un viejo amigo y colaborador,  Arturo, me propuso «¿Por qué no te creas un canal para tus textos?» En un primer momento la idea no me sedujo nada: hablábamos de un canal cerrado y de una estructura vertical de información.

Sin embargo, la idea quedo borboteando en mi cabeza y, poco a poco, empezó a parecerme bonito colarme, como un gato merodeador, en la cotidianidad de la gente a través de su móvil y, precisamente, en el cuarto –la mensajería instantánea- que se está convirtiendo en una casita que llevamos a cuestas todo el día, como aquellos trabajadores italianos que emigraban a la Argentina a principios del XX.

Para no resultar invasivo y hacerlo sostenible me propuse mandar un textito corto cada día, de lunes a viernes (luego me permití la licencia de fallar cuando no tuviera nada interesante que decir). Primero lo testé con un número limitado de amigos, y  la segunda semana decidí mandar una invitación educada a las personas de mi agenda de teléfono que utilizan Telegram. Días después, incluso, lo promocioné discretamente en mis cuentas de Facebook y Twitter.

Con los días, y testando la usabilidad del invento con el propio Arturo, fui introduciendo algunas novedades. Al principio me obsesionaba que sólo llegara una notificación, pero el chat no está hecho para formatear texto y la pequeña resolución de la pantalla hace que, aunque los mensajes sean cortos, aquello pareciera un ladrillo, de manera que ahora los mando divididos en dos o tres bloques. También decidimos introducir un “Tiempo estimado de lectura” junto al título, que oscila entre los 40 segundos y el minuto.

En cuanto a la temática, no me marqué ninguna línea editorial. Soy yo en corto. La máxima es que iba a estar hablando sobre todo para “mi agenda”, de manera que desde el principio tuve claro que los textos se mezclarían con mi vida y no escatimarían en los excesos que me apeteciera incluir. Al fin y al cabo, de momento, sólo llega a una veintena de personas, casi todos conocidos.

Los límites que el invento tenía desde el principio no han desaparecido, me gustaría mucho poder continuar el experimento en una plataforma abierta basada en XMPP (por ejemplo). O a través de algún desarrollo hecho en GNUSocial. Además, Telegram es un programa extendido pero no es Whatsapp, de manera que mi madre no va a leer nunca eltransitotxt. Sin embargo, a día de hoy, mi estrategia de gato merodeador llamando a la ventana  no podría haberla llevado a cabo de otra forma.

El otro límite evidente es la falta de feedback, la sensación de estar hablando sólo. Algunos mensajes privados que me han llegado al respecto han conseguido dibujar en mi cara una sonrisa de oreja a oreja, pero hay que admitir que se trata de un problema.

Esta semana el proyecto ha dado un pasito más, que en nada potencia el experimento en sí mismo, pero que lo hace volar hacia otra dimensión y, de paso, me ayuda a cumplir un viejo sueño. A partir de ahora los mini posts va a estar disponibles en un blog de la sección Voces Amigas de la página del difunto Javier Ortiz. Esta página reúne a algunas personas que me son muy queridas y mantiene la llama de un periodista que fue muy importante en mi formación personal.

En fin, seguiré dando cuentas por aquí de las evoluciones de mi experimento.

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El miedo, la seguridad y el orden en el parque infantil

plaza-del-poeta-leopoldo-de-luis_749922Hubo una temporada este año, durante varios meses, en que no había noche en la que un helicóptero de la policía no pasara por encima de mi ventana. Durante toda la noche. Pude recabar información acerca de como esto ocurría en muchos otros barrios de Madrid. La conversación con un policía me corroboró algo que cualquiera puede intuir: en el caso de que se estuviera buscando a alguien, el uso de un helicóptero no es eficaz en un periodo de tiempo tan dilatado. Sin embargo, el uso de los helicópteros policiales como elemento disuasorio es bien conocido (como sabe cualquiera que haya ido a una manifestación) y, aunque no puedo afirmarlo con seguridad, juraría que ese TA TA TA sobre nuestras cabezas se vio incrementado durante las fechas cercanas a las elecciones municipales, con lo que cabe sospechar que se estuviera tratando de inducir sensación de inseguridad y miedo, que beneficia –por definición- al voto más conservador.

Esta interpretación mía era un poco temeraria a la vista de la poca información con la que contaba. Ninguna información. De hecho, recuerdo que si algo me sorprendía es que ningún medio local hiciera mención al tema ni intentara averiguar el motivo de aquel zumbido constante, que se acostó con nosotros durante meses, a pesar de que, según informaciones, una hora de vuelo del helicóptero cuesta 2.200 euros entre combustible y personal.

Mucho tiempo antes de que los atentados de París nos hayan arrastrado a la actual situación de miedo y paranoia securitaria, nos hemos ido acostumbrando a la presencia de policías militarizados como nunca antes habíamos visto en Madrid. Con armamento pesado y trajes propios de Robocop, se les puede ver permanentemente en la Puerta del Sol, en estaciones de tren y otros lugares centrales de la ciudad. Y aquí nadie se pregunta nada. La cosa se ha normalizado ya de tal forma que los más disparatados mensajes de Whatsapp se convierten automáticamente en advertencias verosímiles.

El tema del control y el miedo es central en el transcurrir de eso que llamamos pomposamente sociedades avanzadas (como lo fue antes, no nos engañemos). Lo pensaba hace poco sentado en el banco de un parque infantil, que es un lugar donde reflexionamos y salimos del pensamiento sobresaltados, a menudo, quienes tenemos hijos.

La relación con las fuerzas del orden y con el mismo concepto de seguridad es distinto según zonas y clases. Se trata de algo que se interioriza desde la infancia y pensaba, ese día, que cabe pensarla desde el parque infantil, espacio acotado por defecto. Los parques para niños son siempre, en cualquier barrio con un mínimo de presencia de la municipalidad, corrales de colores. Pero lo que rodea al mobiliario cambia. Trazaba en mi cabeza diferencias y relaciones sobre dos parques que conozco, buscando pistas, siendo consciente de que la reflexión podría enriquecerse en el tránsito de muchos otros espacios.

bancos

En el Parque de la Villa de París, llamado popularmente de las Salesas (pues está donde en tiempos estuvo el jardín del convento así conocido) todo es quietud y calma. En la Plaza del Pintor Leopoldo de Luis, en el distrito de Tetuán, hay movimiento y algarabía. El primero está en una cara zona céntrica de Madrid, a espaldas de la Plaza de Colón y rodeado de viviendas reconociblemente burguesas, con sus balconadas acristaladas y portales enormes para el paso de carruajes. El segundo se encuentra en una encrucijada de calles que se ha conocido como El Pequeño Caribe, detrás de la calle Bravo Murillo, y es muy frecuentado por la comunidad dominicana.

Ambos parques comparten el tener un parking subterráneo debajo, con protuberancias que sirven de acceso y como respiraderos. La lucha de los vecinos evitó, en los setenta, la destrucción de parte de la arboleda histórica de las Salesas (a pesar de lo prometido por el Ayuntamiento de la época, gran parte se echó a perder). Recientemente, las imágenes de vecinos movilizándose por la conservación de los árboles se han vuelto a repetir con motivo de la reforma de la Audiencia Nacional.

El aparcamiento subterráneo de la Plaza del Poeta Leopoldo de Luis es, en cambio, el parque. O el parque es su tapa, mejor dicho. La plaza surgió en el espacio resultante de los derribos de una vieja corrala y otras casas. El Ayuntamiento encargó urbanizarlo a la empresa que iba a construir el aparcamiento y el resultado es un espacio lleno de desniveles y moles graníticos, que pertenecen a la estructura exterior del parking. Urbanismo de sobrantes, que consiste en adecuar para lo común aquellos espacios residuales de la actividad privada.

En las Salesas no todo el mundo es blanco. Abundan las personas de procedencia sudamericana y, sobre todo, filipino. Las personas-mujer que trabajan en el servicio quiero decir. En este parque, incluso un domingo por la tarde, uno puede ver mujeres con uniformes de sirvienta cuidando de los niños y niñas del parque infantil.

Las Salesas está permanentemente rodeado de policía : el frente monumental del Tribunal Supremo cierra el parque. A un lado encontramos también la Audiencia Nacional, y otros  tribunales circundan la zona, razón por la cual el barrio donde está se nombra de Justicia. Hay policías y guardias civiles apostados por todos lados. Por esta misma razón, apenas hay un par de papeleras en el mismo (precisamente en las zonas infantiles).

Al Oeste de Bravo Murillo la presencia de la policía es constante y son los vecinos migrantes, o de origen migrante (pues en este barrio hay ya muchos que son nacidos en España o han obtenido la nacionalidad), los principales receptores de la sospecha policial. Se producen redadas racistas y “visitas” a grupos de chavales en la, ya de por sí sospechosa, actitud de ser un grupo y estar parados en la calle.

Existen en Madrid dos modelos de banco pensados desde el urbanismo defensivo, hechos con el propósito de que ningún sin techo pueda tumbarse sobre ellos: los individuales y los que interponen pasamanos metálicos a la altura del espinazo de quien quisiera yacer en ellos. En el Parque de la Villa de París todos –absolutamente todos los asientos- pertenecen a estos dos modelos, también los que están dentro de las zonas infantiles. En el Leopoldo de Luis esto no sucede, los bancos son bancos y lo que no también, pues los numerosos salientes del aparcamiento también sirven a tales efectos. Hay una relación entre gente y metros cuadrados sensiblemente mayor.

En el Parque de la Villa de París los niños juegan dentro de las zonas infantiles y los adultos hacen sus cosas de adulto fuera de las áreas infantiles, desde pasear al perro a jugar a la petanca con pose de quien hace picnics con copas de cristal. En la Plaza del Poeta Leopoldo de Luis los críos en seguida hacen pandilla, en la que se mezclan niños de edades muy diversas, y todos se mueven por los distintos espacios de la plaza: los muretes, los parques pensados para niños de distintas edades, la zona de gimnasia para  mayores…Van y vienen a ver a sus adultos, que juegan al ajedrez o charlan. Allí todo el mundo profesa una rotunda indisciplina ante los espacios delimitados por el urbanismo, propio de quienes viven la calle en vez de visitarla (es, de hecho, así en esta zona: un paseo una noche de verano por las calles aledañas nos trasladarán a la cultura de rellanos de nuestros veraneos juveniles).

Nos encontramos con dos espacios que están en barrios de distintas características socioeconómicas y espaciales. Ninguno pertenece, sin embargo, a los extremos del espectro, hay barrios más pijos que Salesas y muchos barrios más deprimidos que la trasera de Bravo Murillo. A pesar de esto, la diferencia que encontramos en su relación con la seguridad a tan temprana edad se adivina abismal.

En el parque del barrio de Justicia el niño crece rodeado de referentes del Estado, como las estatuas regias de Fernando VI y Bárbara de Braganza (por cierto también separadas por una pequeña valla), o los mismos tribunales. En la Plaza del Poeta Leopoldo de Luis había un monumento dedicado a éste… que se  llevaron a otra plaza de más fuste hace tiempo.

Donde en un sitio la policía representa la seguridad que las clases burguesas buscaron a orillas del eje Prado-Recoletos y Salamanca desde finales del XIX, en el otro el uniforme es sinónimo de intranquilidad. Es en un parque donde un crío de clase trabajadora ha inaugurado tradicionalmente una relación conflictiva con la policía.

Pero primo hermano de la seguridad es el orden y es en el barrio burgués donde el niño respira un clima de perfecto orden: cada cual juega o pasea en su lugar, cada clase social se dedica a sus ocupaciones. La sirvienta, a veces distinguida con uniforme, a hablar con otras sirvientas, los padres jóvenes y más modernos a hablar entre sí, los turistas a ser turistas, reconocibles tras su cámara… Los decibelios en orden, salvo alguna voz, ya ahogada, procedente de una manifestación ocasional en Recoletos. Los asientos perfectamente separados. La gente, en general, de orden.

Es muy probable que una mochila abandonada en el entorno de Salesas (o en otro similar, donde no medie tribunal que lo justifique), produjera la voz de alarma y un cordón policial. Es muy poco probable que sucediera lo mismo en el parque de Tetuán. Lo curioso es que, quizá, la distancia no resida tanto en la diferente atención que un barrio y otro merecen de las autoridades, sino en la propia preocupación que el objeto puede suscitar entre los dos grupos de vecinos.

Barrionalismo

Lo que un barrio es

Es extremadamente sencillo saber lo que es un barrio, pero más complicado es definirlo. Se trata de una categoría intuitiva antes que geográfica. Hasta la extensión de los planes urbanísticos ,los barrios siempre han preexistido, como hecho en sí, a la unidad administrativa que se ha ido apropiando de sus nombres. Por eso son muchos los barrios que han tenido distintos nombres y límites difusos. Posteriormente, y pese al empeño último de negar la calle como lugar de encuentro, el barrio siempre ha emergido como hecho social, contenedor de la vida urbana y la vecindad.

 

barrioUn barrio no lo es si no hay vecinos que se consideran del barrio. Habitualmente, estas identidades se han identificado siempre con los barrios populares (poblados por gente de clase baja o media-baja). De ahí que nadie del barrio de Salamanca o de la Moraleja diría jamás que es de barrio. Y sin embargo lo es. Al menos en el sentido de pertenecer a un hábitat forjado sobre la cotidianidad y sentir una identidad común. Si la sentirán que contratan seguridad privada para excluir a los diferentes. Lo que es cierto es que el barrio tiende a ser bastante homogéneo en cuanto a las clases sociales que lo habitan, por más que haya también desigualdades internas y por más que, en las últimas décadas, la ideología de la clase media haya cubierto gran parte de los barrios, diluyendo la conflictividad social.

En La invención de lo cotidiano, Pierre Mayol aporta una visión sugerente de lo que es un barrio, según la cual constituye un límite difuso que está entre el espacio privado y el espacio público, una especie de hábitat controlado que nos permite pasar con éxito de la intimidad del hogar a la inmensidad inhóspita del mundo exterior. Podríamos interpretar, con él, que el barrio es un rellano difuso.

Efectivamente, el barrio que contiene una vida digna de tal nombre es un espacio repleto de marcas sociales que preexisten al vecino. Con lugares centrales, personas revestidas de carisma por el resto de la comunidad del barrio (y que, probablemente, no sean nadie fuera de ese conjunto de calles), leyendas…La adhesión a un barrio comporta la aceptación de un sistema de valores y comportamientos, unos códigos de sociabilidad no escritos forjados por infinitud de interacciones sociales sedimentadas que, no debemos tampoco obviarlo, pueden ser causa de exclusión social como en todo grupo. Existen en el barrio una serie de transgresiones admitidas, por ejemplo el piropo del tendero en el mercado, que a él mismo sólo se le admitirá detrás de su puesto y con el mandil puesto, o la confidencia, que sólo se le hace a determinado camarero en su puesto de trabajo. De todas estas interacciones sociales surge la vecindad.

El Barrionalismo y la fiesta como construcción barrionalista

Batalla Naval Vallecas

Batalla Naval Vallecas

El término barrionalimo, más informal que académico, se construye como reflejo del nacionalismo. Si este es, siguiendo la definición clásica de Benedict Anderson, una comunidad imaginada, el barrionalismo viene a exacerbar discursivamente lo que el barrio tiene de comunidad real. Se trata de llevar a gala no ya dónde uno ha nacido sino qué sitios ha frecuentado, a la maestra de escuela antes que al padre de la patria, al borracho sabio de tu calle antes que al escritor nacional y al cura también, según dónde, claro. En realidad, es difícil delimitar con certeza lo que cualquier subconjunto social tiene de construido y lo que ha ido surgiendo de forma natural. Algo hay de común en muchas naciones y algo hay de imaginado en los barrios, pero entre un extremo y otro dista lo suficiente como para colgarles respectivamente los apelativos imaginada y real.

La vida de barrio se caracteriza por ser una vida en común, y hay una relación estrecha entre esto y el paso natural a la acción colectiva. Muchas veces -es más fácil- se ha subrayado el resultado (la asociación vecinal, el colectivo de barrio, las instituciones informales de solidaridad…), dejando de lado los mecanismos subterráneos de identificación que lo hacen posible

Muy unida a la construcción de la identidad está la fiesta como herramienta básica de hacer en común o para luchar contra el devenir individualista y disolvente de los tiempos. Pondré algún ejemplo.

Malasaña es un barrio construido popularmente desde los años setenta en el centro de Madrid, que surge sobre otros barrios anteriores, como el de Maravillas. Malasaña no sustituye a Maravillas, crece entrelazado con él. El nombre –una vez más popular, no administrativo- se impone en los años de la explosión cultural de la Nueva Ola y la reivindicación vecinal contra el Plan Malasaña, un plan urbanístico que a punto estuvo de arrasar la mitad de la barriada para construir una suerte de nueva Gran Vía flanqueada de viviendas caras.

En este contexto llegan las primeras fiestas del Dos de Mayo postfranquistas, que pronto se asientan como una de las más populares de la ciudad. Sin embargo, andando los años, el Ayuntamiento del Partido Popular y Ruíz Gallardón, cetro en mano, quitaron las fiestas a sus vecinos para llevárselas a las Vistillas, convertidas en parque ferial de las fiestas impersonales de Madrid. Aunque la festividad se había sacado ya del barrio, a posteriori se utilizaron como excusa unos altercados ocasionados cuando la policía impidió hacer botellón a la gente (en Madrid, desde la Ley Antibotellón, la prohibición queda en suspensión durante las fiestas patronales y de los barrios). En 2009 un grupo de vecinos, entre los que figuraba la asociación de vecinos del barrio (ACIBU), gente de las AMPAS o del CSO Patio Maravillas, empezó a pergeñar unas fiestas populares y autogestionadas, que desde entonces no han dejado de crecer pese a las zancadillas del Ayuntamiento de Madrid.

Batalla naval de Vallecas

Se trata de unas fiestas muy diferentes, con implicación vecinal, y que han fortalecido el tejido asociativo del barrio de Malasaña, como también lo son las Fiestas Populares del Barrio del Pilar, que en este caso recogían la necesidad de hacer piña en un barrio popular hecho sobre la nada por el régimen franquista en los años sesenta. Ya en 1978, antes del primer consistorio democrático, asociaciones históricas del barrio, como La Flor y el Centro Cultural, organizan las primeras fiestas (antes se habían hecho otras, que gravitaban en la órbita institucional franquista). Desde el principio nacen con carácter reivindicativo, pidiendo infraestructuras y luchando contra el proyecto del Centro Comercial La Vaguada. Como en otros barrios, las comisiones de fiestas fueron vaciándose de vecinos a medida que los partidos políticos cooptaron a las asociaciones y las Juntas de Distrito monopolizaron la gestión de los eventos (la Ley de Régimen Local de 1984 sirvió para quitarles a las asociaciones capacidad de implicación).

En 2004 un grupo de vecinos del barrio decidió constituir una plataforma que, desde ese año, ha creado un auténtico rincón popular dentro de las fiestas institucionales (que los últimos años se celebran en el parque de La Vaguada, espacio que la lucha vecinal arrebató a lo que iba a ser también centro comercial). Las fiestas populares tienen contenido político en sus manifiestos, gestión horizontal y todo un programa alternativo. Ante semejante desafío, no es de extrañar que últimamente haya habido intervenciones policiales absolutamente injustificadas a la hora de desalojar las fiestas.

En las fiestas del Dos de Mayo a menudo se recurre a la iconografía del mito del Dos de Mayo vaciado de connotaciones nacionalistas y las del Barrio del Pilar son popularmente las del Barrio de la Pili, aligerando la solemnidad religiosa de la patrona nacional (en realidad se dice que el barrio se llama así porque la mujer del constructor franquista José Banús se llamaba Pilar).

Un paso más decididamente político es el que se dio con la Batalla Naval de Vallekas, que se construyó en un proceso de invención de la tradición, y que constituye el ejemplo más acabado de barrionalimo con el que contamos en Madrid: el de Vallekas.

Vallekas simboliza como pocos lugares en Madrid (y probablemente en España) el barrio como unidad política. Su leyenda a la izquierda del imaginario común se forjó al calor de la fricción surgida entre inmigrantes de las dos Castillas, Extremadura y Andalucía, que llegaron a Madrid desde los años cincuenta, y que se encontraron con la necesidad de levantar ciudad donde no la había, construyendo casas ilegales en terrenos rústicos. La puesta en común de problemas y el apoyo mutuo como vía de supervivencia permitieron la creación de un denso tejido asociativo que, a su vez, amparó a numerosos partidos políticos y sindicatos que se movían en la clandestinidad.

La resistencia, en Vallecas pero no sólo, de este tejido vecinal, se concretó en la exitosa oposición a los planes urbanísticos, que pretendían arrasar con el barrio, consiguiendo que los realojos se hicieran en sus propios barrios y que su diseño contara con la participación vecinal. El Plan de Barrios, que se desarrolló durante los años 80, realojó a más de 3.000 familias entre Palomeras y el Pozo del Tío Raimundo.

Es entonces cuando nace en Vallecas la idea de barrio como plataforma de lucha política, y es en este contexto en el que crece un proyecto de reescritura contrahistórica de la pequeña tradición vallecana que lleva al nacimiento de Vallekas.

En julio de 1982 se celebra la primera Batalla Naval, organizada por la librería libertaria El Bulevar en el marco de las fiestas del distrito. Durante las fiestas se declara la independencia de la República de Vallecas y su neutralidad frente a la OTAN. Reactualizaron el mito fundacional de la población, que lo atribuye al moro Kas (que, ahistóricamente, da nombre al Valle del Kas). Ya tenemos la K. Nació el icono gráfico del barrio y lemas como Vallekas nuestro.

En aquella primera inauguración del Puerto de Mar la gente empezó a tirarse espontáneamente agua para aliviarse del calor, y así nació la célebre Batalla. La mítica sala de Rock Hebe fue durante años el centro de la organización de un festejo barrionalista del que participaba todo el tejido  vallecano. En los noventa, con el Partido Popular, el festejo estuvo cinco años prohibido y hoy vuelve a ser, tras múltiples vicisitudes, una cita ineludible.

Nadie discute hoy el vallekanismo como opción identitaria (reforzada también en su día por el rock vallekano y hoy por el equipo de fútbol, entre otros elementos). A nosotros nos interesa aquí la creación política y consciente de un imaginario común, cohesionador del barrio, pero también inclusivo con los recién llegados. La forma en que las narrativas horizontales pueden ser utilizadas para equilibrar las estructuras de dominación creadas por otras narrativas impuestas desde arriba.

 

PARA SABER MÁS:

De Certeau, M., & Giard, L. (1996). La invención de lo cotidiano: artes de hacer. I (Vol. 1). Universidad Iberoamericana. Recuperado a partir de https://books.google.es/books?hl=es&lr=&id=iKqK5OfkLnUC&oi=fnd&pg=PR13&dq=La+invenci%C3%B3n+de+lo+cotidiano&ots=pDtUa8k-0Z&sig=V-16dkfsOVT4mc7zFZpNOwcYTT4

Lorenzi, E. (2007). Vallekas Puerto de Mar Fiesta, identidad de barrio y movimientos sociales. Madrid: Traficantes de Sueños, 2007. Recuperado a partir de http://libros.metabiblioteca.org/handle/001/351

Golfos, malvivientes y pandillas del andén.

Las vías del tren de Leganés

Las vías del tren de Leganés

Desde hace unos cinco años hago todos los días la línea de tren que va hasta Humanes para llegar al trabajo. Me bajo del cercanías –o lo cojo, según vaya aburrido o vuelva cansado- en Leganés. Paso por Orcasitas, Villaverde Alto, y otras paradas donde me entretengo leyendo u observando a mis compañeros de viaje. De entre todas las tipologías humanas que, no sin cierta vergüenza, voy creando en mi cabeza, una de las que más presente tengo es la de las pandillas del andén.

He observado que muchos grupos de chicos y chicas quedan en las estaciones de cercanías. Pasan mucho tiempo en los andenes, a los que llegan saltando la valla, frecuentemente en la dirección menos frecuentada. Preparan pasos de baile, charlan, y se encuentran con otros grupos de chicos y chicas que vienen de las estaciones cercanas. A veces los muchachos de las pandillas del andén suben al tren y bajan tras una u dos estaciones. Se nota que son sus dominios, se comportan de manera altiva, muchas veces se estiran ocupando un par de asientos, hablan alto, cantan. Flamenquito, hip hop, reggaetón. Pronuncian con herencias calés, aunque sólo unos pocos son gitanos. Los hay de aquí, de allá y de distintos colores.

Algunos viajeros, inmediatamente, miran hacia abajo ante su presencia, como queriendo pasar desapercibidos. Hay quien mueve la cabeza con gesto de desaprobación o alivio cuando desaparecen. En estos cinco años no es que no les haya visto ocasionar ningún problema: es que no he presenciado que se dirijan a nadie de forma conflictiva o maleducada.

Son, en realidad, sólo una de las muy distintas representaciones humanas posibles de una zona con fuerte componente popular. Quizá una que puede empalmarse fácilmente con el hilo narrativo de los golfos y los representantes de la mala vida – gente de clase baja al margen del sistema productivo- de los que irremediablemente me acuerdo cuando veo hoy estigmatizar y establecer categorías morales sobre chicos y chicas de la periferia o de barrios de clase trabajadora.

En el contexto de la explosión capitalista de las ciudades europeas, durante el último tercio del siglo XIX y el primero del XX, se produjo un descomunal esfuerzo por la integración social con un reverso tenebroso: el de la creación de un discurso estigmatizador de los grupos sociales provenientes de las clases trabajadoras y los espacios en los que vivían, especialmente el de los grupos más díscolos. En el esfuerzo de creación de la nueva narrativa colaboraron escritores, periodistas, criminólogos, pedagogos y profesionales de la salud mental. Aparecen los golfos, la mala vida, los barrios negros, y toda una serie de frescos sociales dibujados de arriba abajo que vienen a resituar a las clases populares.

Foto del barrio de Peñuelas hacia 1900 | Archivo general de la Administración

Foto del barrio de Peñuelas hacia 1900 | Archivo general de la Administración

El nuevo discurso ponía en el punto de mira a hombres y mujeres que, sin ser considerados necesariamente delincuentes según el código penal, parecen llevar la semilla del delito con ellos, sobre todo si desarrollan su vida al margen del sistema productivo:

Son los criminales, las prostitutas, los mendigos, los golfos y perdidos de toda
especie, la gente que se ampara y reúne en esta clase, tipos heterogéneos y
proteiformes que, desprendidos por virtud de un proceso de degeneración
del organismo social, viven parasitariamente sobre éste, ya perseguidos como
enemigos, ya tolerados como comensales, ya en ciertas relaciones de mutualidad

(Bernaldo de Quirós y Llanas Aguilaniedo )

Uno de los grupos sobre los que, como hoy, cae el discurso criminalizador con más contundencia es la juventud improductiva y perteneciente a las clases trabajadoras. Aunque ahora nos parezca un término castellano de honda raigambre, golfo es un neologismo nacido en este contexto, el chaval habitante de la mala vida. Golfo aparece por primera vez en el diccionario de la RAE en la edición de 1914, definido como ‘‘pilluelo, vagabundo, embaucador’’, remitiendo a un origen probable en el vocablo golfín (ladrón que generalmente iba con otros en cuadrilla). La primera vez que se tiene noticia del uso del término es en un artículo de Pío Baroja, publicado en La Voz de Guipuzcua en 1897. Posteriormente, Baroja escribiría, en 1900, Patología del Golfo:

…microbio de la vida social; echa sus ideas y sus actos disolventes en el
organismo de la sociedad; si ésta tiene salud, fuerza y resistencia, el microbio no
prospera; donde la vitalidad está perdida, el microbio se descompone y sus
toxinas penetran hasta el corazón del cuerpo social. Peligrosidad social aparece: a veces peor considerada que la misma delincuencia en tanto en cuanto podía ‘‘deslizarse’’ por el tejido social, impregnándolo.

En su versión femenina la voz golfa, como ahora, siempre se escribe o dice con connotaciones sexuales y peyorativas.

La mala vida en Madrid. Estudio psico-sociológico con dibujos y fotograbados del natural

La mala vida en Madrid. Estudio psico-sociológico con dibujos y fotograbados del natural

Pero la figura del golfo y del golfillo pronto se tratará como una patología, con la inestimable ayuda de la psiquiatría. Hay en España dos obras cumbre, por su influencia, para la construcción del discurso del niño degenerado: Estudio médico-social del niño golfo de José Sanchís Banús y Los niños mentalmente anormales de Gonzalo Rodríguez Lafora. Sus pilares teóricos son el higienismo, con su inseparable carga moral, y el determinismo positivista lombrossiano. Unen los supuestos procesos de degeneración física y moral, creando el estigma en la imagen de las clases populares.

José Sanchis Banús, tras estudiar una serie de cincuenta niños golfos, llega a la conclusión de que hay un alto porcentaje de imbéciles, creando clasificaciones médicas como anormalidad y locura moral. Para llegar a estas conclusiones se basa en experiencias anteriores llevadas a cabo en Francia, estudiando las medidas antropométricas de estos niños (tales como el tamaño del cráneo) y estableciendo relaciones «científicas” con el delito. Esta patologización de los comportamientos irá planteando las posibles vías de la regeneración: cárcel, manicomio y correccional.

Una vez se hubo definido la patología no tardaron en emerger las instituciones. La Escuela Central de Reforma de Alcalá de Henares, fundada en 1901, fue la primera
institución oficial destinada en España a la reforma y corrección de los niños
delincuentes. Pronto aparecieron otras, públicas y privadas. Estos establecimientos se miran en colonias agrícolas que proliferaban en Estados Unidos y Francia, y en su seno muchos niños y niñas recluidas fueron estudiados por médicos y psiquiátricas, en su afán por poner en relación sus medidas con la idiocia y la degeneración. Al tiempo que se reafirmaba el discurso en gestación y se trataba de reintegrar a los jóvenes al mundo laboral, se reforzaba la noción jerarquizada de la sociedad y la sumisión de las clases menos dóciles.

Aparecieron, simultáneamente, los estudios sobre la llamada mala vida en el marco de la criminología. Esta ciencia fue ganando presencia en una sociedad urbana en la que el crimen se convierte en uno de los grandes temas de la cultura. Es el momento de los primeros crímenes mediáticos, como el Crimen de la calle Fuencarral, cuya cobertura hiciera Galdós.

En 1898 se publica La mala vita a Roma de Alfredo Niceforo y Scipio
Sighele. En 1901, siguiendo su estela, Constancio Bernaldo de Quirós y José María Llanas Aguilaniedo publicaron La mala vida en Madrid, un auténtico bestseller en la época. En 1912 el pedagogo Max-Bembo, pseudónimo de José Ruiz Rodríguez, publicaba La mala vida en Barcelona.

Grupos marginales como prostitutas, homosexuales, mendigos,
vagabundos, estafadores, golfos, gitanos, sanadores, echadoras de cartas y hechiceras, fueron el objeto de estudio y los portadores del estigma de la mala vida, en contraposición al buen ciudadano y al trabajador. En el campo femenino, la acusación moral se centró en colectivos como las prostitutas y las lesbianas, aunque se extendió la sospecha al resto de mujeres de los barrios bajos, lugar de donde procedían la gran mayoría de sujetos a estudio.

Las fotografías y los pies de foto que ilustraban estas obras buscaban trasladar a la opinión pública biempensante la postal del horror del ideario degeneracionista que estaban creando: cuatrero, prostituta, delincuente, mendigo alcoholista, descuidero, uranista, invertido, rufián homicida, son algunas de las leyendas con que se aderezaban las imágenes.

El empleo de la fotografía como canal de creación de una imagen acusadora que, como veremos, tendrá en la prensa un canal privilegiado, puede conectarse fácilmente con el uso que se hace hoy de la televisión a parecidos efectos.

La ciudad era para los criminólogos el espacio natural donde se desarrollaba la mala vida y los barrios eminentemente obreros el epicentro de la geografía urbana del mal, que amenazaba al resto del cuerpo social y a la ciudad burguesa. Los mismos barrios bajos con los que han vivido episodios más importantes de organización obrera en Madrid durante el siglo XIX, como los relacionados con las cigarreras de la fábrica de Embajadores. En La mala vida en Madrid se habla sobre todo de los distritos de Hospital, la Latina y la Inclusa, y de cómo sus habitantes –los malvivientes– se desplazaban por las noches, como una horda, hacia el centro de la ciudad.
Mirado desde el otro lado, los habitantes de los barrios de la mala vida (barrios negros, también se los denominó) se sentían seguros al abrigo de las redes de solidaridad y los lugares de reunión de su territorio, que tan peligroso se aparecía a la opinión pública.

La medicalización del discurso, con el higienismo como punta de lanza, se extiende a la concepción de los espacios. El higienismo predica una relación directa entre la salud y las condiciones del espacio urbano y, de acuerdo con las nuevas directrices de la medicina, que empieza a contemplar la prevención antes que la curación, se crean mapas de la ciudad que señalan los focos de infección. Se hace uso de la herramienta estadística, también en auge.

La topografía socio-médica más importante de la época para Madrid es la de Phillip Hauser, pero este tipo de estudios proliferaron para todas las ciudades. Una vez más, los focos miasmáticos aparecían ideológicamente vinculados con la constitución moral de la comunidad. En el texto de Hauser es frecuente leer, referido a las casas de vecindad, el término focos de infección, o prestar atención al alcoholismo y la prostitución como causas.

Literatos como Baroja también llevan el pensamiento de la degeneración y la regeneración social a las páginas de algunas de sus novelas más conocidas. Así, por ejemplo, en esa disección de la mala vida que es La lucha por la vida, acaba haciendo que su protagonista, Manuel, se sobreponga a su destino, volviendo a la senda de la ética burguesa. Sin embargo, el resto de golfillos compañeros de andanzas conocerán la degradación más profunda. Estos golfillos llevarán los ecos de Lombrosso, y las ideas biodeterministas a las que nos hemos referido al planeta de la alta prosa:

Su cráneo estrecho, su mandíbula fuerte, su morro, la mirada torva, le daban aspecto de brutalidad y animalidad repelentes

El periodismo contribuyó a la creación del estigma de las clases populares y de los barrios bajos con lo que algún autor ha llamado periodismo del cólera. Descripciones que abundan en grabados y fotografías, entre lo sensacionalista y lo etnográfico, convenientemente sostenidas por opiniones expertas. Curiosamente, estos periodistas parecen pasearse libremente por lugares que seguidamente describirán como parajes horrendos y tremendamente peligrosos. Un periodista de pretensiones científicas y prejuicio constante.

En prensa en 1924

En prensa en 1924

Estos reporteros, que se presentan disfrazados en los barrios bajos en un ejercicio de sensacionalismo simpar, son también la correa de transmisión de una pulsión paradójica que aqueja a la sociedad burguesa del momento. El nuevo espacio de transgresión en el que se ha convertido la calle se aparece simultáneamente como un lugar que genera miedo y atracción. De igual manera que las damas francesas, dicen las crónicas, escapaban a los arrabales parisinos al encuentro de las peligrosas bandas de Apaches, también la burguesía madrileña sentía curiosidad por el envés del relato creado alrededor de las clases bajas, y su forma de vida peligrosa, comunitaria y carnal.

Probablemente lo mismo que les repugnaba moralmente les atraía:

Viviendo y durmiendo en la promiscuidad, es maravilla que el adulterio y el incesto no sean más frecuentes de lo que son, con serlo mucho más de lo que se cree generalmente. Y duermen en la misma cama como comen en la misma mesa; hasta que una noche, el hombre, despertado en el orgasmo y en estado de semi-inconsciencia, se halla entre los brazos de su hija, de su hermana o de la mujer más próxima, sin sombra de matrimonio, o mezclados con amores homosexuales

(La mala vida en Madrid- Bernaldo de Quirós)

Sobre el Ensanche Sur (continuación de los tradicionales barrios bajos, en lo que hoy sería Arganzuela) publicaba una noticia La Iberia el 26 de Abril de 1860 titulada Los hampones de Madrid, en la que se podía leer:

En estas casas, sobre cuyas puertas se lee el rótulo “despacho de vino”, consentidas por las autoridades de Madrid para posadas nocturnas, los habituales huéspedes que las frecuentan son mendigos, tiradores, randas y gitanos. Es por lo común costumbre entre esta gente, al tiempo que acercarse a tomar el vino, el pago de alquiler de los niños pequeños que han empleado en calles y parajes públicos haciéndoles llorar. Una vez practicados estos vergonzosos contratos, se mezclan y confunden sin distinción de sexo ni edades, improvisando sus matrimonios con las desgraciadas compañeras que les tocan en suerte, o que se encuentran a su lado.

La prensa retrataba con frecuencia reyertas entre pandas juveniles, con piedras, cuchillas de zapatero y – ocasionalmente-, disparos, en las que los jóvenes eran retratados como bárbaros. Sin embargo, los episodios de violencia contra las mujeres, que abundaban en la época, apenas encontraban hueco en las páginas de sucesos.

A menudo, el clima de terror social que planeaba sobre los barrios bajos provocaba situaciones de pánico social totalmente infundadas. En 1870 se produjo la desaparición de una niña en calle Gorguera (actual Núñez de Arce), junto a la Puerta del Sol. Al día siguiente de publicarse la noticia un hombre fue arrastrado por una multitud en el barrio de Peñuelas, acusado de intentar secuestrar a una niña. Pronto una multitud, junto a la Alcaldía, afirmaba que un grupo de franceses había secuestrado a 23 niñas. Ante el pánico generalizado, las autoridades tuvieron que aclarar que eran todo bulos. El hecho es que algo que había ocurrido en el centro de la ciudad, automáticamente se había trasladado en el imaginario de los madrileños a los barrios bajos.

Hoy podemos encontrar los ecos de aquella criminalización socio-espacial sin movernos de las mismas calles. La zona de Lavapiés (antiguos barrios bajos, desde época incluso anterior a la que nos hemos referido) son una obsesión para Delegación de gobierno en Madrid y la policía. Se trata, también ahora, de un ámbito donde abundan las redes contestarías y los madrileños caracterizados como portadores de la semilla del peligro: los inmigrantes.

La presencia policial en Lavapiés es considerablemente superior a la de otros barrios del distrito Centro, con operativos policiales especiales y continuas redadas contra vecinos de origen extranjero, a pesar de que, según recuerdan con frecuencia asociaciones que operan en el barrio, las tasas de criminalidad no son superiores a las del resto de barrios de la ciudad. Lavapiés fue también el laboratorio de la video vigilancia en la ciudad.

Sin embargo, el estigma de la peligrosidad y la conducta asocial abunda especialmente en el extrarradio madrileño, no en la periurbanización de los PAUs para la clase media sino, sobre todo, en la vieja periferia industrial. En el periódico en el que trabajo, centrado en el barrio de Malasaña, algunos lectores tienen auténtica obsesión con las pintadas de las paredes. Entre los comentarios que dejan son frecuentes las alusiones a la gente del extrarradio ( concretamente de Móstoles, Fuenlabrada, etc.) que “vienen por las noches al centro a ensuciar sus calles ¡Que se queden en sus barrios!”.

Fotograma de Hermano Mayor

Fotograma de Hermano Mayor

Los periodistas nunca dejaron de entrar disfrazados en los barrios bajos, y las clases populares han seguido, hasta hoy, ofreciendo una imagen construida desde arriba, a medio camino entre la recriminación moral –del nini, el cani, el bakala, la choni o el quinqui– y la fascinación exótica. Tal fue el caso de la cultura quinqui en los ochenta. Numerosos delincuentes juveniles de la época fueron tratados como auténticas celebridades por la prensa, que vendía sus intimidades a la vez que moralizaba sobre sus actitudes sin tratar de explicar los motivos de su situación.

Sin embargo, la gran pantalla para la construcción de la imagen estigmatizada del pobre es posiblemente hoy la televisión, que ha cogido el relevo de aquella primitiva fotografía como arsenal para la construcción del discurso. Programas como Hermano mayor, que muestra a jóvenes de barrios populares como si fueran bestias entrando al redil tras la oportuna dosis de civilización, ayudan a fomentarla. Algo parecido sucede con un programa, cuyo nombre no recuerdo, en el que la policía nacional se movía por calles de ladrillo rojo y desgastado, inequívocamente populares, en busca de borrachines y pequeños delincuentes. Todos pobres, muchos migrantes y jóvenes. Curiosamente, algunas de las mayores peleas entre borrachos las he presenciado a la entrada de discotecas caras, pero nunca he podido verlo reflejado en este programa, como tampoco la detención de un criminal de traje y corbata. La cuestión ha salido últimamente a relucir a raíz del Chavs, la demonización de la clase obrera, de Owen Jones, que habla en su libro acerca de esta pornografía de la pobreza. El periodista Ignacio Pato, ha tratado extensamente el tema y extiende el prejuicio construido de arriba hacia abajo, incluso, a los grupos activistas:

Convertidos en carne de cañón de un sistema que los utiliza para obtener un beneficio del que nunca serán partícipes, toda una generación de jóvenes trabajadoras y trabajadores sin contrato, con contrato por horas o en paro. es todavía asaeteada con llamadas a su “politización” forzosa. Acusados de desmovilización, desmotivación y un estilo de vida consumista tan lejos del modelo del esfuerzo capitalista como de la presunta (y oxidada) ética de la militancia izquierdista, son, en el mejor de los casos, ignorados como actores políticos. ¿Y si el 15M hubiera estado formado mayoritariamente por estas chicas y chicos?

Hoy, probablemente, los mecanismos de preeminencia social hacia las clases medias y altas en los sistemas educativos, punitivos o médicos están tan asentados que nos es complicado desgranarlos como hemos tratado de hacer con el tránsito del XIX al XX. Sin perder de vista ejemplos clásicos de reclusión como los CIEs o los centros de menores, a menudo son más sutiles y están más zurcidos a nuestros propios esquemas culturales también, mecanismos como la telerealidad, que nos sigue enseñando la idiocia de los malvivientes en versiones mejoradas de periodismo del cólera. Los grupos segregados en sus barrios segregados sirven a los efectos de servir de contrapunto a esa versión que vino a pisar a la vieja ética burguesa: la ideología de la clase media, apuntalando, como siempre, la dominación a través de la culpabilización moral de las pandillas del andén.

BIBLIOGRAFÍA

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Albarrán, F. V. (2014). Barrios Negros, Barrios Pintorescos. Realidad e imaginario social del submundo madrileño (1860-1930). Hispania Nova: Revista de historia contemporánea, (12), 2–30.
Bernaldo de Quirós, C. (1997). La mala vida en Madrid: estudio psicosociológico con dibujos y fotografías del natural. Huesca; Zaragoza: Instituto de Estudios Altoaragoneses; Egido Editorial.

Campos, R. (2009). La clasificación de lo difuso: el concepto de «mala vida» en la literatura criminológica de cambio de siglo. Journal of Spanish Cultural Studies, 10(4), 399–422.

Cañedo Rodríguez, M. (2012). La ciudad medicalizada: epidemias, doctores y barrios bajos en el Madrid moderno. Journal of Spanish Cultural Studies, 13(4), 372–407.

Clasismo Shore | Periódico Diagonal. (s. f.). Recuperado 15 de julio de 2015, a partir de https://www.diagonalperiodico.net/culturas/23240-clasismo-shore.html

Huertas García-Alejo, R., & others. (1998). Niños degenerados: medicina mental y« regeneracionismo» en la España del cambio de siglo. Dynamis: Acta hispanica ad medicinae scientiarumque historiam illustrandam, (18), 157–180.

Huertas, R. (2009). LOS NIÑOS DE LA «MALA VIDA»: LA PATOLOGÍA DEL «GOLFO» EN LA ESPAÑA DE ENTRESIGLOS. Journal of Spanish Cultural Studies, 10(4), 423–440.
Jones, O. P., & Jauregui, Í. (2012). Chavs: La demonización de la clase obrera. Capitán Swing.

Kung-Fu, el de La banda del Kung-Fu

La banda del Kung-Fu siempre había sido para mí un ente imaginario en una canción de Sabina. «Botas altas, cazadoras de cuero, / con chapas de Sex Pistols y los Who, / silbando salen de sus agujeros / los pavos de la banda del Kung Fu…» Hasta que un día, hace unos años, escuché hablar de ella al hermano mayor de mi pareja, “recuerdo la Canillejas de aquellos años, con la banda del Kung-Fu y todo” ¡La banda era real! Existía al menos, real no sé, porque si algo debe tener en cuenta un historiador es que la versión de la prensa escrita sobre las clases populares acostumbra a ser una imagen construida. Hecha con retazos de realidad, y esto quiere decir que existían, vaya si existían. Y las liaban pardas.

Quien daba nombre a la banda era Pedro Alcántara, un mocetón al que todos llamaban Kung-Fu porque, según alguna versión que he leído, de pequeño solía ir descalzo como Carradine en la  serie. En realidad, el mote fue relativamente común en la época por el éxito televisivo: así apodaron a un boxeador o a un etarra. Pedro, hijo de una pareja de inmigrantes jienenses con seis hijos en la Canillejas de los sesenta, apenas pasó por el colegio y se crió subido al carro de los traperos del barrio. Más tarde viviría en San Blas. Le detuvieron por primera vez con 11, años y el mismo día que cumplió 14 la policía tiroteó el coche robado que conducía, dejándole la boca desencajada y las cuerdas vocales hechas trizas, lo que le conferirá de por vida una singular estampa. Su compañero de tropelías no corrió mejor suerte: quedó ciego.

El primer rastro del Kung-Fu que he encontrado en prensa data de enero de 1979 (ABC, 10-1-79, pg.37). A propósito del secuestro de un niño y de un siniestro personaje, un tal Sargento, que explotaba menores de San Blas, poniéndoles a pedir en el metro o en las cafeterías elegantes de Madrid, aparece Pedro Alcántara Ruiz Kung-Fu, al que ya se tilda de delincuente habitual. El diario equivoca la edad de Kung-Fu, al que atribuye 17 años (no contaba ni 14), algo que posiblemente viene dado por la justificación policial de las detenciones que, según la misma noticia, ya ha experimentado. El periódico explica que Kung –Fu acostumbraba a convencer a menores de entre 11 y 13 años para que pasaran varios días “de aventuras” con él, lo que no cuadra con la aseveración de la propia noticia de que tenía “sus facultades mentales algo disminuidas”

Cuando en noviembre de 1980 (ABC, 11-12-80, pg. 49) la policía de Carabanchel detuvo a El Nini, El Quiqui, El Javi, El Julito, El Niño y El Toni, todos ellos de quince años, sus padres no quisieron saber nada de ellos. El periódico aprovecha para equiparar el caso a la figura del Kung-Fu, lo que indica que hablamos de un delincuente de cierto nombre en las redacciones de sucesos. El rotativo no desaprovecha la ocasión para citar opiniones de un Congreso sobre delincuencia juvenil que incidían en la necesidad de encerrar a estos menores en centros más seguros que los correccionales de la época.

En 1983 (15-3-83, pg. 41) ABC da cuenta de las andanzas de la Banda del Kung-Fu en la Alameda de Osuna,  barrio residencial limítrofe con sus dominios. Según el periódico, los tirones y agresiones de los muchachos del Kung Fu ocasionaron la organización de patrullas vecinales “armados de palos y objetos contundentes”.

Volvemos a toparnos con el Kung-Fu en prensa en 1985. El diario Mediterráneo (1985, Noviembre, pg. 27) informa de que una banda de jóvenes llevaba años atemorizando a los estudiantes y profesores de los colegios e institutos de San Blas. Robar el peluco y la chupa a punta de navaja, y a la salida de clase : un clásico que los que fuimos al colegio durante los ochenta recordamos bien. Pues bien, uno de los atracadores era, al parecer, el hermano pequeño del Kung-Fu, quien la nota aclara estaba en ese momento en prisión.

En mayo de 1986 (El País, 30-5-86) Kung-Fu debía haber salido de la cárcel…puesto que fue de nuevo detenido, acusado de cometer cinco atracos en los barrios de Ventas y Buenavista. Las víctimas describieron al atracador con una gran cicatriz en el rostro, lo que rápidamente hizo pensar en Kung Fu, sin embargo, fue puesto en libertad sin cargos. «Debo ser un dios, porque estoy en todos los lados al mismo tiempo, todos los comerciantes me ven a mí en los atracos», declaró al periódico. No era la primera vez que su fama y sus cicatrices le habían endosado  un crimen que no había cometido. Ya en 1984 (El País, 10-05-84) fue arrestado por el asesinato de Antonia Clavero de la Iglesia, de 74 años, que en diciembre de 1983 fue encontrada muerta en su domicilio con 64 puñaladas. Posteriormente se encontró a los verdaderos asesinos. En una entrevista, en 1980, ante la extrañeza de sus padres por no haber visto nunca un duro de los numerosos atracos que le colgaban a Kung-Fu (alguno en Barcelona o Guadalajara), éste decía  “se lo gasta la policía en cubalibres”.

La mejor semblanza sobre un Kung-Fu aún niño la deja un amplio reportaje de Ángeles García en El País (El País, 18-05-80) en el que su familia, poco después de una detención llevada a cabo tras una persecución de 20 kilómetros a más de 120 km/h por las calles de Madrid, parece reclamar ayuda a quien quiera escuchar. Kung-Fu, sentado en el sofá de casa, sin casi poder articular palabra por las heridas de la garganta, asiente ante el relato de una madre que parece sobreprotectora –aún baña al angelito de Kung-Fu- y un padre desdeñoso con su hijo “el tontito”. En el artículo se insiste en que Pedro es un “niño límite”, aunque lo que parece desprenderse del relato es que podía haber tenido dificultades de aprendizaje, así como el interés de sus padres en mostrar a Kung-Fu como un pobre demente del que los muchachos mayores abusaban para que condujera –en esto era el mejor- y se autoinculpara. El sólo quiere ser mecánico. No pueden pagar un colegio especial. Reciben 3.000 pesetas de pensión del Montepío por la deficiencia del muchacho y son más pobres que las ratas. La vida.

Nada sé del final o el posterior destino de Kung-Fu o ¿ya Pedro? Sólo he encontrado una referencia en el blog de Paco Gómez Escribano en la que, recordando su infancia en Canillejas, refiere brevemente que murió en un penal de Cádiz, punto que no tengo forma de comprobar.

Poblados de absorción, barracones de extrarradio y lodazales dejaron un Madrid áspero en el que creció la movilización vecinal junto al desarraigo quinqui. Distintas formas de solidaridad y asociacionismo, hijos de la misma atmósfera. Los tiempos de jeringuillas, robos de SEAT 127 por micos cuyas cabezas apenas asomaban por el parabrisas, y palizas inmisericordes en comisaría, han llegado transportados por cierta cultura popular –o de lo popular- en forma de cine quinqui, rumba de Caño Roto o una crónica periodística que, en el momento, trató a aquellos chiquillos como estrellas mediáticas. La revista Interviú sacó fotos “íntimas” de El Chocolate y su pareja y se hicieron fotonovelas sobre las andanzas de El Vaquilla. Estrellas de usar y tirar que no eran más que el reflejo de otros tantos chavales. Todos con mote, muchos muertos. El mito del delincuente de buen corazón, probablemente, refleja la comprensión popular ante lo que la vía quinqui tenía de ruta natural para muchos jóvenes de San Blas, Orcasitas, Villaverde, Carabanchel, Pan Bendito, Torrejón de Ardoz, Fuenlabrada, Alcorcón o Móstoles. Eran también, para muchos, uno de los nuestos. El interés morboso de cierta prensa, de otro lado, recuerda la mirada decimonónica sobre el pobre como ser promiscuo, de poca capacidad intelectual, culpable, en cierto modo, de su propia miseria. Un doblez entre el desdén moral de clase y la atracción secreta por la vida desordenada de las clases bajas que reedita las viejas contradicciones de la burguesía urbana.

El Kung-Fu, seguramente, fuera un tío demasiado feo para salir en portadas o protagonizar películas, por lo que cuentan las crónicas. Sabina hizo una canción a su banda sin mencionarle, su rastro se pierde en las hemerotecas. «Desde el suburbio, cuando el sol se va, / a lomos del hastío y la ansiedad / vendrán buscando bronca a la ciudad».

Esto no va de Zapata

15 de junio. Siete horas de alegría y unas cuantas más de tensión después de la proclamación de Manuela Carmena como alcaldesa de Madrid. Nadie habla de las medidas de urgencia que se quieren poner en marcha  para poner dique a la situación de emergencia social. Esas sí que las tendríamos que escrutar. Los hechos: unos tuits de hace cuatro años que contenían chistes racistas y de mal gusto, en el contexto de una conversación más amplia sobre los límites del humor negro ocasionada por el despido de Nacho Vigalondo de El País. Chistes glosados, que no afirmados como opinión, y quizá algún que otro chascarrillo también sacado de contexto de entre los 50.000 tuits que ha publicado durante estos años Guillermo Zapata. De 2011. Por todo  Zapata ha pedido perdón en reiteradas ocasiones ya. Vamos, no sé, algo así como si nuestro presidente del gobierno hubiera publicado en prensa artículos racistas.

No hablo desde la amistad, porque sencillamente Zapata y yo no somos amigos, pero sí, creo, desde el conocimiento. En 2006 le entrevisté para una página de cine de internet con la que colaboraba por un cortometraje que, gracias a usar una licencia CC abierta -mucho menos habitual entonces que hoy- se había convertido en el vídeo español más visto nunca en YouTube. Desde entonces le he seguido en los distintos blogs y proyectos en los que se ha embarcado. Zapata ha sido una voz habitual en distintos ámbitos en los que he participado o, al menos, sobre los que me he interesado: en la Cultura Libre, en los movimientos sociales (antes y después del 15M) o en El Patio Maravillas (que he seguido de cerca por mi actividad durante años en Somos Malasaña). Son muchas las veces, también, que he disentido de las opiniones de Guillermo, y hemos discutido en alguna ocasión a través de twitter. Ríos de letras suyas leídas, en ámbitos formales e informales, montoneras de palabras escuchadas -y mira que el tío habla- me sirven para no necesitar que decidan por mí si es una persona racista o no. Esto ya lo sé: es una persona que lucha contra el racismo.

Uno cree que ya no le sorprende nada, y sin embargo, va por ahí poniendo cara de estupefacción a cada momento. Y que dure, porque los niveles de cinismo que hacen falta para cargar con un gesto plácido con la que cae no son para el que escribe.

Me sorprende que estos días he leído en muchas conversaciones, más o menos privadas y públicas, con gente desconocida y de confianza, frases similares a esta: “yo no creo que Zapata sea racista, pero eso no se puede poner en redes sociales, no es lo mismo que ponerlo en un grupo de whatssupp”. Me sorprende que no sea importante lo que se es sino lo que se enseña.

Me sorprende (aún) que muchos periodistas participen de una rendición incondicional ante aquello que deberían defender con más ahínco: la capacidad para diferenciar los distintos niveles del discurso. Son ellos los que deberían dar contexto, no sacar de contexto ; quienes deberían ayudar a visualizar la película de cómo se dijeron aquellas cosas, no a ocultarlo ; los que deberían hacer pedagogía de lo que es un ejemplo en un relato más amplio, lo que es una cita, lo que se inserta en el ámbito de un debate sobre los límites del humor o pertenece a una conversación en tono informal en una red social que en 2011 muchos usábamos -erróneamente o no- antes para hablar con amigos que como medio de difusión institucional.

No me sorprende la evidente desproporción con que la caverna, entendida como grupo de empresas de información con lazos con los partidos políticos (y voy a incluir, sí, a El País), ha tratado el tema. La estrategia de la tensión va a ir a más, esto es sólo e principio. Pero me sorprende sí, y mucho, detectar entornos de Ahora Madrid entrando a la provocación y ayudando a dar dimensión a una trampa cuya perversidad reside precisamente en la desproporción.

Me sorprende que la mayoría de la gente no se plantee la razón de que los primeros ataques hayan ido dirigidos hacia personas que provienen del núcleo del 15M antes que de partidos políticos, y concretamente en el caso de Zapata contra Ganemos, el ámbito generador de lo que Ahora Madrid tiene de partido-movimiento. Que se haya sido más decididamente inmisericorde con ellos que con las decenas de políticos que hacen declaraciones fuera de tono cada día, y durante el ejercicio en activo de su actividad como políticos profesionales. Esto también va un poco de eso: denuncia del intrusismo, del atrevimiento y de desarticulación de las formas políticas más peligrosas para el statu quo.

Me sorprende, y mucho, que Manuela Carmena haya dado a entender que tenía que meditar la expulsión de Zapata ¿Puede Manuela Carmena Carmena hacer esto en el contexto de Ahora Madrid? ¿No deben ser los revocatorios colectivos de igual manera que fuimos nosotros quienes elegimos a Zapata?

Me sorprende también que durante años hayamos pasado por alto, aún sabiéndolo pefectamente, que estábamos bailando sobre el filo al hacer un uso de redes privativas y masivamente expuestas. Postergando un debate que nos sabemos al dedillo desde hace años y eligiendo el impacto inmediato y amplio. Lo asumo como una paradoja forzada por los tiempos, pero también como algo en lo que hemos fallado.

Me sorprende, en fin, que esos cuatro tuits sean los que nos caigan sobre la cabeza, tan pronto, como un jarro de agua fría, recordándonos que toda la legislatura estará bajo el escrutinio directo del PSOE ¿Qué políticas transformadoras se podrán llevar a cabo en esas condiciones?

Me sorprende que siendo como se pretende Ahora Madrid traído por la corriente del 15M puedan olvidar que si nos tocan a una nos tocan a todas, no entendido, por su puesto, como cierre en banda contra la responsabilidad individual, sino como cuidado común contra los manotazos sobre la mesa , y esto lo es, que caen sobre nuestras cabezas desde arriba.

Viajar por la hemeroteca con inesperados bandoleros rusos

En ocasiones, uno va buscando trigo y se encuentra una canica brillante entre las espigas. Y son hallazgos felices. Algo así me sucedió el otro día mirando periódicos de época para algo que no viene al caso. Encontré entonces la interesante historia del bandolero ruso Kroukowki. En La República las noticias del 9 de diciembre de 1890 versaban sobre la derrota electoral de los conservadores en Madrid, se anunciaban en gran tamaño Las Aguas de Carabaña, que parecía ser un bebedizo purgante…y aparecía una pintoresca crónica internacional, que a pesar de parecer adornada por mantos de romanticismo, o precisamente por ello, se antoja hoy más atemporal: la de Un bandolero “fin de siglo”.

La duplicidad de noticias literales no son un mal de nuestro tiempo, y el relato aparece tal cual en otros medios por aquellos días, como en El Mendo (Diario de Betanzos), El Heraldo de Madrid o el Diario de Avisos. Es posible encontrar la historia idéntica –con los mismos epígrafes y texto- en la prensa francesa. He podido encontrar Brigand “fin de siècle”, en el diario Le matin, publicado sólo cinco días antes que en La República y una versión más del 3 de diciembre en Journal de l’Ain. Aún he podido detectar el texto en otro diario francés, Journal de Senlis, curiosamente después de haberse traducido ya al español (el 11 de diciembre)

¿Es la historia de Kroukowki sólo propaganda? Probablemente, pero el relato me pareció interesante en sí mismo y su repetición en los periódicos del XIX también.

Ahora, pasen y lean la historia de Un Fra Diavolo russe (*titular de Journal de Senlis)

Acaba de ser juzgado en Sontik (Polonia), un curioso
proceso, que ha despertado grandísimo interés en toda la
Rusia, porque encarna un hecho inaudito, inverosimil al
final del siglo diez y nueve.

El hombre que ha comparecido ante los jueces es una especie
de Fra Diavolo, ruso, cuyas aventuras son en extremo
dramáticas.

Kroukowki, este es su nombre, es un hidalgo ruso, que a
la cabeza de una partida de bandoleros, saqueaba impunemente,
desde hada muchos años, las comarcas de Volhynie.
Hijo de padres muy ricos, dueño de propiedades inmensas
en la provincia de Padoesk, hubo de recibir una educación
excelente; hablaba francés como un parisiense, y durante
sus viajes, muy frecuentes, se detenía con predilección en
París, donde visitaba varias casas de la más alta aristocracia
francesa.

PRIMERAS HAZAÑAS

Por el año de 1881 llevó tal existencia, precisamente en
París, y arrojó de tal modo y con tanta largueza el dinero
por las ventanas, que se le vio el fondo á su caja y hubo temores
de una ruina inmediata.

Sin embargo, para cualquiera otra persona los restos de
esta magnífica fortuna hubieran constituido un pasar bastante
aceptable.

Pero Kroukowki no podía vivir con estos recursos.
Organizó entonces una partida de bandoleros, cuyos primeros
campeones fueron sus propios cocheros, sus criados
y algunos capataces de sus propiedades. fueronse a Kejeff,
donde comentaron a saquear los castillos de los ricos y de
los nobles.

Poco tiempo después, esta partida fue perseguida por las
tropas rusas, acorralándola cerca de la ciudad de Potschajeff.
Más tarde se estrechó el circulo de acción de los bandoleros.
Cuando los soldados avanzaron en buen orden
para poner las manos sobre ellos, encontráronse con que el
jefe habla desaparecido. Recordaron entonces que un viejo
mendigo, encorbado por los años, había atravesado la línea de los soldados pidiéndoles limosna.

El mendigo era Kroukowki.

Transcurrieron dos años sin que nadie oyese hablar de él,
cuando de repente apareció a la cabeza de una nueva partida
formada en Galicia (Austria), y sus hazañas empezaron con
más fuerza.

Hay que decir que Kroukowki no asesinaba jamás, como
se ha probado en el proceso; así es que tenía muchos amigos entre los campesinos, a quienes no hacía nunca daño,
antes les daba dinero, circunstancia que hacia muy difícil
su captura porque los aldeanos le protegían de toda asechanza
enemiga

AUDAZ EVASIÓN

Además, Kroukowki era muy audaz, y no le arredraba
ir a pasearse en plena calle por las poblaciones de Lontsk
o de Doubmo.

Cierto dia, los gendarmes recibieron aviso de que el célebre
bandolero debía pasar la noche en un albergue vecino
de la aldea de Kevertki; son inmediatamente llamadas las
tropas; pónese en marcha toda la fuerza militar disponible,
y cercan el albergue, cuyas salidas estaban custodiadas con
cuidado.

De repente, un oficial ruso, vestido de uniforme de gala,
sale de la hospedería, llama a su lado al jefe de los gendarmes,
le pide noticias del director de policía, y le entrega
para él una tarjeta. Luego, el oficial prosigue su marcha
tranquilamente, después de haber respondido a los honores
que le hacían los soldados.

El jefe de los gendarmes fue a llevar la tarjeta al director
de policía, quien leyó estas palabras escritas en francés:
«Kroukowki, capitán de ladrones, saluda al director de policía».

El desgraciado oficial de gendarmería perdió sus grados
por haberse dejado burlar de aquel modo.

EL RAPTO DE DOS MUJERES

Con frecuencia el audaz bandolero, imitando en esto a
otros bandidos italianos y españoles, secuestraba a los más
ricos propietarios de la comarca, y no les devolvía la libertad
sino a cambio de un fuerte rescate.

Hace dos años, próximamente, robó a la princesa D…ja,
ya de edad, que poseía una fortuna considerable. Pidió el
aristócrata bandolero un rescate de 6.000 rublos (2o.ooo
pesetas, próximamente). Los padres de la anciana princesa,
en vez de enviar el dinero, tratataron de enviar al bandido
soldados y gendarmes; pero fue empresa perdida. Entretanto,
Kroukowki había obligado a su prisionera a una dieta
tal, que la desgraciada, habiendo tenido que ir todos los
afios a Carlsbad para combatir su obesidad, se encontró, en
tres semanas, flaca como un esqueleto; entonces los padres
se decidieron á pagar la suma pedida.

Algunos meses después, Kroukowki se apoderó de una
joven de diez y siete años, cuyo padre ocupa uno de los más
altos cargos en Rusia. Cuando el dinero exigido fue enviado
al bandolero y la joven fue devuelta á sus padres, éstos notaron,
desesperados, que su pobre hija estaba en cinta.

El padre propuso entonces a Kroukowki darle por esposa
a la desdichada joven, asegurándole la impunidad si quería
volver al buen camino; pero el bandolero rehusó enérgicamente
esta brillantes oferta, y todo porque estaba locamente
enamorado de la hija de un pobre campesino.

Este amor es lo que le ha perdido.

AMOR QUE MATA

Una noche la policía tuvo conocimiento de una entrevista
entre el capitán de ladrones y su novia. Soldados, gendarmes
y cosacos fueron enviados a aquel sitio, y después de una
luecha encamizada, Kroukowki quedó preso en manos de los
soldados, que le ataron sólidamente y le metieron en la
cárcel.

El día del juicio, éste hombre audaz ha sido condenado
a trabajos forzados a perpetuidad (cadena perpetua). Será
enviado á la isla de Sakalina, en Siberia, y quedará encadenado
para el resto de su vida en las minas de oro, de donde
no se vuelve jamás.

El recurso de petición de gracia que dirigió el propio al
zar, no ha tenido repuesta, y Kroukowki formará parte del
primer envío de presidiarios que se haga.

Entre los campesinos se ha formado una leyenda, relativa
a este singular bandolero. Los aldeanos deploran su prisión,
pues, en el fondo, este bandido era más dulce con los infelices
labriegos que la mayoría de los señores, que hacen de
ellos sus victimas.

Pues bien; dícese que Kroukowki ha enterrado sus tesoros
en un logar misterioso, cuyo secreto sólo él conoce, y le esperan
volver a aparecer de nuevo próximamente más pujante
y valeroso que nunca.

A la verdad, la historia de este bandolero no parece de
esta época. Sin embargo, el pobre hombre, por muy maravillosa
que haya sido su vida, acaba de ser condenado por
los tribunales de su país como el reo más vulgar del mundo

Contra la seducción

Escuchamos cada día que tenemos que ser capaces de seducir. A nuestros amigos que votan desviadamente, a nuestro conocido que decide abstenerse, a nuestros enemigos políticos para –con ellos- formar una mayoría social de uno u otro signo…

Nos lo dice Manuela y lo ha puesto en práctica Podemos como leiv motiv: Pablo seduce, Monedero también tiene su cuota de atractivo y Errejón se dedica a organizar porque su labia es poco vibrante. Muchos votantes del PP y del PSOE les son fieles aunque se sienten maltratados, y no se atreven a romper una rutina hedionda porque supone reconocer el fracaso de su propio enamoramiento. Otros se dejan engatusar por las maneras suaves de Rivera o el nervio de la Nueva Política que echan de menos en ellos mismos.

Seducir es engañar. Al menos en parte. Una relación basada en la seducción y el embelesamiento no es un contrato en igualdad. Es propio del sistema representativo y es propio de un mundo espectacularizado. Porque el seducido es un espectador.

Convencer no es seducir. Donde un comercial de puerta fría pone arrumacos distantes un buen profesor introduce argumentos. Donde un predicador recurre a la promesa una compañera comparte el aprendizaje.

La representación lleva implícita una contradicción insalvable para quienes entendemos la política como algo cuyo elemento central es el hacerlo entre muchos. La vida diaria es contradictoria y mestiza. Bajamos al barro y subimos a los tejados. Y en esto votamos – a veces, algunos- porque algo habrá que hacer hoy, para ver si cuela esta vez y porque es complicado abstraerse en una representación teatral en la que nos han metido sin nuestro permiso. Es una contradicción insalvable, pero la vadeamos mareados.

Nada es más atrayente que una buena maestra – nuestras dicotomías se complican-, pero nada más decepcionante que descubrir que su tono convincente desaparece al levantarte del pupitre tú y bajar del estado ella.

El domingo fue la hostia: una explosión de sentimientos agitados durante veinticuatro años. Pero éste es un exhorto a los compañeros que pronto estarán trabajando en el Ayuntamiento de Madrid. No tratéis de seducirnos, por favor, tratad de convencernos. Transformación, argumentos y experiencias compartidas. Yo sé que está entre vuestras intenciones, pero intuyo que es fácil rodar por la espiral del lenguaje político. Nosotros, por nuestra parte, seguimos a nuestra bola, que también hay mucho que hacer por aquí fuera. Dispuestos a besaros o poner cara de póker, según transcurra el día, cuando nuestros caminos se crucen.

Calle de Bravo Murillo de Todos sin Ellos

bomberos2

Ayer se celebró el Día del niño en Bravo Murillo. La fiesta tiene muchas cosas que tiran para atrás, como las marcas regalando productos, algunas instancias del Ayuntamiento que no cumplen con la gente proponiendo juegos…la policía haciéndose fotos con los niños.

Julia y Darío se subieron al camión de la basura y les hice una foto. Y eso sí me gustó. Los bomberos, como cada año, llenaron la calle de espuma, consiguiendo que la calle Ávila pareciera una calle nevada del Caribe. Y eso también me gustó.

Mi alma libertaria tira de mí para que odie una fiesta de encuadramiento estatal (a nivel Ayuntamiento), mientras que mi alma popular se lo pasa pipa con la gente invadiendo una de las vías de más tráfico de Madrid. Mi lado más contemporizador disfruta con los servicios públicos que no son de control participando de la fiesta. Mi yo cascarrabias no puede dejar de pensar que estas fiestas –como el carnaval- no son más que refuerzos del sistema a través de la excepción: la calle por un día, la inversión de valores por un día, las mujeres que mandan por un día…para que el resto de días siga siendo lo mismo.

Mis yoes y yo tampoco nos peleamos demasiado, hemos convenido que un año de estos hay que tomar el Día del niño, echar a la policía, subir la música y que lo zancudos y vendedores de globos corten la cinta del Bravo Murillo de Todos Sin Ellos.