Últimamente me noto de un sensiblón que da asco. Bueno, últimamente no: ya va para años. Me sorprendo en el metro humedeciendo el lagrimal con cualquier detalle que otrora me hubiera pasado desapercibido. Un gesto de complicidad sincero, por ejemplo. Por las mismas, las lágrimas se hacen laguito en el gesto tenso, rabioso, también en sentido contrario: una mirada que se adivina vaciada de ganas de vivir por la miseria, unos pies cansados de la vida… No creo errar mucho si digo que ser padre fue un punto de inflexión en este sentido, de alguna manera me abrió los poros . Esto soy yo, el Luis sensiblero a solas con el transcurrir del mundo a su alrededor.
Luego está el ¿excesivo? barniz de azúcar que recubre el entorno activista en el que me muevo. Grupos de whatsapp, hilos de twitter y, por supuesto, reuniones físicas. Todo son elogios, abrazos, mimos y almibar. En este sentido, reconozco que yo soy mucho más recogido en colectivo que a solas, aunque cada vez menos. El 15M empezó todo esto, éste fue otro punto de inflexión, en este caso colectivo. Y me atrevería a decir que en la medida que el acontecimiento –explosión se convirtió en compromiso sostenido se reforzó.
En Sociofobia, César Rendueles habla de los cuidados como una característica distintivamente humana, a la altura de la racionalidad, que ha quedado sepultada por el individualismo triunfante. El ser humano lo es también en la medida que cuida de los demás, desde que es cría (uno de los mamíferos, ya se sabe, más desvalidos de la naturaleza), hasta que es anciano. También la tradición feminista ha tratado prolijamente el trabajo de cuidados como el gran olvidado de la economía y, sin embargo, absolutamente indispensable para la reproducción social. Y otras desde aquel mayo. La ternura es revolucionaria, que dijo el Che. Nos tocan a una, nos tocan a todas.
Sea como fuere, el 15M lo ha incorporado a su funcionamiento cotidiano. Se trata de una manifestación de la empatía, del poner a la persona – como siempre fue – en el centro de la reivindicación, de utilizar los cuerpos como escudos y armas políticas… Es consecuencia lógica de una de las razones por las que ocupamos la plaza: porque nos teníamos ganas.
Los elogios edulcorados que vivimos cada día en las los entornos del 15M son palmadas para aguantar el tirón. La fragilidad emocional que, para bien y para mal, siento cada día al palpar la realidad en el metro, es síntoma de estar más licuado con el resto. Por ser papá y por haberme juntado con una panda de locos llorones me siento emocionalmente más preparado para avanzar, para pelear contra un control social refractario a que nos cuidemos porque sus beneficiarios saben que ese es el camino del cambio social. De la revolución.
Así que, una vez superados el pudor y los prejuicios: a darse mimitos, que es política de la buena.
P.D: La emotividad activista a veces trae también momentos de fragilidad que se superan, como no, peleando bien acompañado, cuidando y dejándose cuidar. Ayer la imagen mental de los hijos de Mohamed en la calle me dejó un boquete en el pecho que vomitó unos versos.
Una mañana, los bebés de Mohamed desahuciados del futuro
Demasiadas mañanas me disuelvo
suspendido en el vacío,
sujeto boca arriba por jirones
de los días.
Demasiadas mañanas tengo miedo
y ando hacia delante, a la bocacalle,
manteniéndome a penas en pie,
sujeto sobre las piernas
gracias a una fuerza que tira
hacia arriba:
que anida en la cabeza y duele.
Demasiadas mañanas me tambaleo,
busco el norte en un aliento
cercano.
Demasiadas mañanas con la nada
que separa mi cuerpo del mundo
P.D2: Igual ya lo sabes, voy a ser de nuevo papá y no estoy dispuesto a que mis cachorros crezcan en este páramo de inmundicia ¡Que se preparen los malos!
Me siento tan identificada que no podía dejar de darte las gracias por ser capaz de expresar tan bien lo que sentimos muchas y por compartirlo.
Esto nos hace más fuertes.