Toda la vida despotricando contra nuestra constitución y ahora resulta que la leemos como salmos en nuestras manifestaciones. No, no es que nos parezca mucho mejor, es más bien que nos la han dejado hecha unos zorros, ahora sí impresentable del todo, por las letras que la conforman –deja de ser un contendor aceptable para quienes no comulgamos con las políticas neoliberales – y también por la manera en que se ha hecho, contraria al principio de soberanía popular.
Para ser justos diré que, a la mediana edad viruelas, con el tiempo he llegado a pensar que para estar hecho en las condiciones que se hizo –con el ejército mirando por encima del hombro- salió un texto con partes bastante potables. Otras no tanto, claro, y es el hecho de su “inmutabilidad” (como si cambiar y violar fueran sinónimos en este caso), y las pocas ganas de cambiarla, el no meneallo propio de la Cultura de la Transición, lo que convierten nuestra constitución en un documento desfasado e insuficiente. Eso y no el echar de menos lo de la república de trabajadores de toda clase.
Como de todo hay que sacar un quicio positivo, debemos ver el reformazo como una oportunidad para recuperar la autoridad moral del cambio ante la opinión pública. Ha caído un mito que abre la puerta a nuestras reivindicaciones. Ellos mismos, en una huida hacia delante decadente, se han visto obligados a perforar el aura protectora, no ya del texto, sino de toda la realidad que ha envuelto España desde la Transición.
La corona –por atender al mayor despropósito de la Constitución del Reino de España- está en principio bien blindada en la Constitución, protegida de posibles ataques de racionalidad que desvinculen la sangre y poder, y guarnecida por los partidos turnistas del nuevo Régimen de Restauración. Pero eso es en principio, habrá que ver a los finales.
*He hecho una pequeña recopilación de artículos de Javier Ortiz sobre la Constitución de 1978. Muy recomendables.