Esta tarde volviendo de trabajar en el metro he asistido a una escena que me ha hecho reflexionar sobre la apatía social en la que todos estamos sumergidos. En realidad el momento detonante no lo he visto, de repente he escuchado detrás de mí a una mujer increpando muy enojada a una chica quinceañera. Por lo visto la “niña” había dado un bofetón al chico con el que iba y la señora, muy enfadada le ha recriminado su acción, diciéndole que no se podía pegar a nadie, hombre o mujer, que reflexionara sobre las consecuencias que su acción podría tener si hubiera sido a la inversa y fuera el chico el que la hubiera pegado a ella. Ambas se han enzarzado en una discusión pública, en la que la adolescente esgrimía que no era quien para decirle lo que tenía que hacer y la señora seguía con su argumento acerca de que aquello era intolerable.
Creo que la señora ha quedado a nuestros ojos como una extravagante exagerada y la niña simplemente como una malcriada. Pensando en ello después, entre vayven del vagón y el ruido de mis tripas hambrientas, me he dado cuenta de que realmente la señora tenía razón, y que su actitud lejos de convertirla en una loca desaforada es la manera lógica en como todos deberíamos actuar. A menudo transigimos con actitudes que deberían ser socialmente intolerables porque solemos ser más precavidos y educados que los elementos más racistas, fascistas o indeseables de nuestro entorno. Todos tenemos ejemplos de cómo los más indeseables de nuestros lugares de trabajo acostumbran a ser los más atrevidos. Pues bien, creo que deberíamos ser mucho más intransigentes socialmente con este tipo de actitudes, afear públicamente a quien hace un comentario xenófobo o machista.
Recuerdo que algo parecido me comentó hace tiempo un buen amigo poniéndome de ejemplo un capítulo de la serie Sigue soñando. En el capítulo en cuestión Martin Tupper, el protagonista, está sentado en un restaurante con un tipo que no para de hacer chistes racistas. Martin se levanta y se va, explicándole que lo hace porque no quiere estar sentado con un racista de mierda. Creo que a todos nos falta levantarnos más a menudo de la mesa.
Tienes toda la razón. Hoy un ex amigo -lo cortés no quita lo valiente- ha publicado en el periódico para el que trabaja un artículo espléndido, en el que reivindica el valor de la imprudencia -y de la valentía. Me parece igual de bien que lo que tú escribes hoy.
Por cierto, que tu post me ha recordado una cosa que me sucedió hace muchos años. Volvía yo en tren de Alcorcón con mi noviete de entonces, que era bastante gilipichis. Manteníamos una discusión -la primera- bastante desagradable, que hizo que se me saltaran las lágrimas. Cuando aquel majadero se apeó en su estación (creo que Laguna), yo me quedé, triste y sola. Abrí el libro que estaba leyendo, pero no podía evitar seguir llorando. Una señora muy amable se sentó a mi lado, me agarró el hombro y me dijo: «no te preocupes, ya se le pasará, y si no se le pasa, peor para él; no merece la pena que llores por esto». Se lo agradecí mucho, y me pareció muy valiente por su parte atreverse a consolar a una perfecta extraña.
Bueno, qué cosas. Un beso, y escribe más a menudo si puedes.
Qué bueno verte por aquí, y sí, al chico ese que le den
Un beso muy grande Belén!