He estado de compras por el Corte Inglés de Goya. Me he levantado sin café y me dormía por las escaleras mecánicas, así que la primera parada ha sido la cafetería de la última planta. Allí me he encontrado con un pintor frustrado. A todos nos ha atendido alguna vez un pintor frustrado. Es el que tiene ganas de escupirte en el café o a su jefe.
El caso es que en esta cafetería, todos van uniformados y su servicio es muy correcto. Primero me ha atendido una chica muy maja, mientras su jefe -un camarero de unos cuarenta, con pajarita y tono experimentado- le daba algunas explicaciones: «no te preocupes, todo no lo vas a aprender el primer día. El caso es poner interés. Lo que le pasa a este chico es que no tiene ningún interés (refiriéndose a su, también uniformado, compañero)». La chica le sonrió educadamente y siguió con su trabajo.
En efecto, el pintor frustrado arrastraba el carrito de los platos sucios sin el menor interés, mientras su jefe le incorporaba los dos últimos vasos. El pintor frustrado no nos atendió correctamente, y se equivocaba o no hacía las cosas que tenía que hacer o decir. Entonces fue cuando me di cuenta de que no era camarero ni lavaplatos, sino pintor o poeta. Y lo asocié a otros muchos a los que me recordó, en otras cafeterías o tiendas de ropa.
Me hubiera tirado el café en la cara. Alguien debería rescatar a todos los artistas frustrados de mi ciudad, para que cubrieran los murales publicitarios de los grandes centros comerciales y paradas de autobús, con grandes brochazos de colores chillones y siluetas de mujeres desnudas. Para que los murales, volvieran a ser murales y los pintores, volvieran a ser pintores, en mi ciudad.