La mani


Francisco Álvarez. Madrid, España, 1936. Estampa Popular de Madrid
Madrid, España, 1959 – 1981

Una manifestación es gente, mucha gente andando junta con la vista al frente.

“La Huelga” “La Revuelta” o “La Revolución”, pintada por Honoré Daumier en 1860

Lo que dota a una manifestación vida es la sensación continua de que la lengua de carne pueda, de repente, descoyuntarse. Suceda o no. Las fuerzas del orden permanecen tensas, se miran, dudan poder ser dique y sienten temblar el suelo de la calle.

Manifestantes – Gravado de Juan Genovés

Eso, y no las congregaciones satisfechas de cumplir el ritual, es una mani. Una manifestación es una reclamación simbólica de propiedad de la calle en la que las risas nerviosas, los rugidos sordos, el sudor, la música, el entusiasmo inestable y el brillo en las miradas afiladas se vuelven contagiosos y mantienen el tiempo en suspenso.

El Cuarto Estado, pintado en 1901 por Giuseppe Pellizza da Volpedo

Una manifestación son tiempos y espacios que confluyen: tardes de cañas, noches en el calabozo, lecturas, conversaciones, discusiones con la televisión, quedadas para ir, encuentros, despedidas, volver con la pancarta doblada y los pies heridos.

Manifestacion, Antonio Berni (1934)

Aquella mani es un recuerdo y un caminito de gente que se hace pequeñita al fundirse con la línea del horizonte.

Huelga de Le Creusot (1899), de Jules Adler

El centro de la ciudad es una mani por hacer. Una plaza por acampar, un adoquinado por desadoquinar, la memoria densa de mil manifestaciones barrida a los rincones por un urbanista. Y las que quedan.

Huelga de obreros en Vizcaya 1892, Vicente Cutanda y Toraya (en El Prado)

Una manifestación es una convención social, un diálogo con las élites y con los iguales articulada por normas no escritas que todos tenemos claras. Es procesión y es carnaval, pero como la procesión y el carnaval puede acabar en motín.

Huelga en Bogotá, óleo de Clemencia Lucena

Una mani –si es mani- es gas inestable, que se lleva el viento o prende fiestas. Son los gases que exhalan la necesidad, el hambre, el orgullo o el compañerismo. Esos gases huelene e intoxican. Te explotan en luz o en sombra, según la dosis del veneno. Según cuánto nos agarremos las manos. Esos gases llevan revolución al aire

La Huelga – Robert Köehler

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Ser legión con Isa

A la derecha Isa en el solar de Ofelia Nieto 29, con muchos otros vecinos

Hay una mujer en mi barrio que es capaz de parar desahucios con su menudo cuerpo y su determinación gigante. Lo hace con otras mujeres y hombres, lo que, lejos de restarle mérito, lo convierte en un acto revolucionario. Ella puede ayudar a una compañera para gestionar su Renta Mínima de Inserción, organizar recogidas de alimentos asamblearias o poner su cuerpo frente a rocosas barreras de policía. Puede ganar un concurso de tortillas de patata de barrio y planificar los desahucios a los que acude cuadrándolo con la hora de recogida de su hija en el colegio.

Esta misma mañana

Escucha primero, habla despacio después. Y en su charla va calándote la vida que ha pasado desapercibida a tu alrededor. La más jodida. Frases cargadas de empatía y justicia marcan el ritmo de la conversación, como un metrónomo que te pone a desfilar ante los ojos ahora el sufrimiento, ahora un ejemplo vivificador de apoyo mutuo. Aquellos padres que no tenían recursos para enterrar el cuerpo de su crío muerto, aquella explosión de alegría colectiva y abuelos llorando porque se quedaban en casa.

Imaginad por un momento que a esa mujer de mi barrio la quieran meter en la cárcel. Que la juzgaran mañana y que la petición del fiscal fuera de dos años y medio de cárcel por estar apoyando a un vecino estafado el día de su desahucio. Qué terrible suena todo ¿verdad? Si eso sucediera, yo supongo que mañana seríamos un ejército de almas agradecidas acompañándola, tratando de mandarle de vuelta algo de lo que ella ha regalado. Poniendo en práctica todo el poder de reír y sudar juntos que ha ayudado a construir.

Pues es verdad.

Me cuesta teclear. No tengo distancia con el caso y no pretendo que me quede un texto “objetivo”, pero me es más difícil ordenar sentimientos que conceptos. Paro, bajo a la calle a caminar y me encuentro con un desalojo a treinta metros de casa.

Es un bloque de viviendas okupado que ya ha sufrido varios desalojos antes. No conozco su historia pero es muy nuevo, se adivina esquirla de alguna explosión financiero-inmobiliaria. Me comentan amigos, activistas por la vivienda, que hoy se quedan en la calle algunas personas de origen magrebí y español. Familias con menores tramitando el RMI, añade la gente de Invisibles de Tetuán y el Banco de Alimentos.

He contado siete lecheras, hay dos calles cortadas. Una señora con una bolsa de la compra opina que “todos cobran. Los cuatrocientos y pico del Estado no hay ni uno que no se los lleve cada mes”. Pienso en lo que la diría Isa, y sobre todo, puedo imaginar su capacidad para que la indignación quedara clara en un tono de voz calmado.

Es por eso que hace falta Isa y es por eso que mañana la juzgan. Porque nos hace falta. Me viene a la cabeza lo que ha escrito Víctor en otro sitio:

“En el desahucio de Mohamed, su mujer y su hijo de dos años, detrás del cordón policial no podía aguantar ese dolor. Empezó a narrar lo que sucedía a los antidisturbios, para que fueran conscientes del sufrimiento: “¡Ahora la madre baja un colchón!” “¡Ahora entre dos un sofá!” “¡Ahora al niño en brazos!”. Fue desgarrador”.

Me acuerdo de Ofelia Nieto 29 y de las caras de algunos de los policías que acechaban para derribar la casa. De sus gestos airados de humillación y odio ¿Cómo no iban a recordar ellos la cara de Isa? Ella está siempre. Fueron a por Isa porque saben que clavando espinas en una cojea todo el grupo.

En fin, ésta es la frase más importante del texto: mañana juzgan a Isa a las 11 h. en los juzgados de Julián Camarillo 11 (metros Ciudad Lineal o García Noblejas) y necesitamos que vengas a arropar a Isa.

NECESITAMOS es un plural que nos incluye a todas.

Cómo se hizo… ¡Fuego al fielato! El motín de Ciriaco Bartolí en los Cuatro Caminos

Radio Raheem acabó muerto, con los pies colgando, por resistirse a los policías

Cuidado (cuidado)
os avisamos
somos los mismos que cuando empezamos.

Eskorbuto


El otro día pillé empezada en algún canal de televisión Haz lo que debas (Spike Lee, 1989). La película se ambienta en Bedford Stuyvesant (Brooklyn) y tiene como protagonistas a una serie de vecinos del barrio, a los vecinos del barrio (como sujeto colectivo), y al propio barrio (como todo, de ladrillo y piel negra, como forma de vida aparte de la ciudad oficial y espacio con idiosincrasia propia). Aquello, por lo visto, no es ya lo que sale en la peli.

A 28 años vista de Haz lo que debas no me vengas con historias: voy a hablar del final.

Durante toda la película uno de los escenarios importantes es la pizzería de Sal y su familia italoamericana, donde trabaja Mookie (Spike Lee) y han crecido comiendo pizzas todos los chicos y chicas del barrio. El establecimiento es un lugar reconocido por la comunidad como propio del lugar a pesar de ser ajeno a la mayoría de la población negra del barrio. Sam (Danny Aiello) es una figura paternalista; su hijo Pino (John Turturro) es abiertamente racista. Hay un personaje, cuyo nombre no recuerdo, que emprende –sin ningún éxito- una campaña para boicotear el local hasta que algún hermano de color acompañe en las paredes a los Stallone o Sinatra. Hay otro, Radio Raheem, grandullón y malencarado, que discute con Sam por entrar a su local con la música de negros alta en el radio-cassete.

Al final de la película se produce una pelea entre Sam y Radio Raheem, después de que el primero rompa la radio del segundo. La trifulca crece, los cuerpos se amontonan en la acera y cuando la policía llega va directamente hacia Radio Raheem, al que inmovilizan hasta dejarlo seco.

No es la primera vez que la policía mata a un vecino del barrio y todos los que en principio se negaban a hacer el boicot a la pizzería la saquean y acaban quemándola. El saqueo es el inicio de unos tumultos en los que la gente trata de impedir que los bomberos apaguen el fuego y se enfrentan con la policía.

Sólo un día antes retomaba la escritura de un texto que había empezado a escribir un año atrás, y en mi cabeza se cruzaban, una y otra vez, coincidencias entre los Cuatro Caminos de 1901 (barrio entonces en el extrarradio de Madrid) y aquel Brooklyn de los ochenta.

El texto, que escribo con Álvaro, habla de varios motines. El principal de ellos es en verano –como el de asfalto sudoroso de Spike Lee-, transcurre en un barrio sospechoso, apartado, y acaba con la quema del fielato tras la paliza a un jornalero llamado Ciriaco Bartolí por parte de los guardias de Consumos. Como en la película, los vecinos la emprenden a pedradas con los bomberos para impedir que salven el local, que han quemado de forma un tanto simbólica pero con consecuencias bien reales.

En otro motín al que nos referimos en el artículo se saquea el local del tabernero más conocido de la barriada (Canuto Gonzalez), figura respetable pero un tanto ajena a la mayoría de sus vecinos por pertenecer a la pequeña burguesía local. Se muestra arrogante ante una huelga y acaba pagando las consecuencias.

Revisando mis notas (que es una forma como otra cualquiera de decir rebuscando en mi correo electrónico), veo que las primeras informaciones que mi colega Álvaro –el coautor del texto del que esto es trastienda- y yo intercambiamos sobre Ciriaco Bartolí datan de diciembre de 2013. Si la memoria no me falla, escuché por entonces su nombre a Antonio Ortiz, historiador incansable del barrio.

Bartolí volvió a salir a colación en algunas conversaciones y, con el tiempo, fuimos estudiando más la historia de la barriada y descubriendo que aquel fue sólo uno más de los innumerables motines que se produjeron aquí a caballo de los siglos XIX y XX. Sin embargo, Ciriaco Bartolí seguía siendo nuestro favorito, aunque, ya ves tú, su mérito no fue otro que haber recibido fuertes bastonazos en la cabeza. Pero su nombre se nos antojaba lo suficientemente sonoro para ser nuestro Capitán Swing o Ned Ludd de andar por casa.

Nos pusimos a estudiar el motín en serio cuando decidimos organizar unas jornadas populares de historia combativa del barrio en el solar de lo que fue Ofelia Nieto 29, un mordisco en la ciudad que concentra la rabia y la solidaridad de aquellos hechos hoy. Al menos para nosotros, es un espacio importante.

Pintamos la pared para la oación, no he encontrado foticos del evento.

De nuevo a las puertas del verano, bajo improvisados toldos mal sujetos en postes, desgranamos las historias de motines de consumos. Estuvieron también Antonio Ortiz hablando de la huelga revolucionaria de 1917 y Carlos, con el relato de manifestaciones y disturbios tras el derrumbe mortal de las obras del Canal de Isabel II, en 1905. Carlos se incorpora en este momento al Cómo se gestó del artículo, a sus cañas y conversaciones apasionadas.

Está haciendo su tesis doctoral sobre el barrio y con él acordamos seguir trabajando sobre los temas que habíamos expuesto a los vecinos bajo aquel sol de in-justicia en el solar expropiado. Pergeñar una pequeña publicación.

Durante este año hemos compartido los tres aprendizajes continuos y nos las hemos ido arreglando para reafirmar las ganas de escribir el librito a la vez que estirábamos los plazos hasta convertirlos en indefinidos.

Recientemente, cayó en mis manos por casualidad (los inventarios de la biblioteca son una orgía de polvo y sorpresas) Bello como una prisión en llamas, un trabajito vibrante de Julius Van Daal sobre los Gordon Riots(1780).

– “Álvaro, vamos a retomar el texto de Ciriaco, estoy con la vena épica subidita, no va a ser nada muy académico. Escribo una descripción de los hechos y te la paso para ir intercalando explicaciones más históricas”

– “Dale caña, no te reprimas”.

Y en eso estamos. El texto está casi listo y hay otros a punto para coser también. El librito saldrá, aunque le quedan aún muchas cañas, divagaciones y condicionantes vitales que saltar. Pero me apetecía contar la meta-historia del textito, que pronto podréis leer.

Lo bonito de todo esto es que si Álvaro (o Carlos, aunque él lo dará todo en otras partes) escribieran su Cómo se hizo supongo que sería diferente… y parecido a la vez.

Y «la vida sigue igual»

El Atleti Femenino va como un tiro esta temporada

Hoy el Atleti ha perdido contra el Real Madrid la semifinal de la Liga de Campeones por 3-0. No ando muy triste, el equipo jugó un partido muy malo y para ganar al Real Madrid hace falta ser tres veces tu equipo en el campo. Si no es así, como hoy, te ganarán incluso por más goles de lo que, en justicia, merecían meter. No son estos los partidos que más jode perder.

La casa está silenciosa y andaba dándole vueltas a la frase de un amigo madridista en un chat: La vida sigue igual. Una frase más dentro del choteo habitual en el fútbol, sin mayor relevancia ni mala intención, pero que ha dejado pensando con los dedos. Es decir, escribiendo estas líneas.

Hace ya unos cuantos años que no sigo el fútbol más que de reojo. Reconozco que, caminando los treinta, el fútbol dejó de interesarme lo suficiente como para escalar los muros que se interponen entre una afición moderada y los partidos: el precio de las entradas, la ausencia de buen fútbol en abierto o la lejanía estética con la figura del futbolista contemporáneo.

Un ejemplo. Hoy J. Me pidió que leyera un capítulo de su libro en la cama justo cuando empezaba la segunda parte. Estaba a punto de decirle que hoy lo leyera ella, que mañana…cuando me dije, “qué demonios”. Me reenganché al partido en el minuto quince o veinte. Otro. Cuando, de tanto en tanto, veo un partido con mi padre -uno del Atleti, por supuesto-, le tengo que preguntar quién es el chaval de la cantera que ha salido de titular o qué tal juega el nuevo fichaje.

El fútbol ocupa hace mucho un espacio muy residual en mi vida, como se ve. Espacio poco, importancia ninguna. Quizá por eso, siendo yo un llorón desbocado, en esto del fútbol he derramado lágrimas por ganar, nunca por haber perdido.

Mmm¿Importancia ninguna? Querría desdecirme: más allá de lo que pase en la cancha, sigo encontrándome a gusto en la intensidad de ser del Atleti. Para mi esto es un juego, uno capaz de crear, de vez en cuando, brasas en las sobremesas de fría oficina y olor a sudor de manada en tiempos individualistas y asépticos. Ahí, con otra gente, sigo reconociéndome y me temo que esto no caduca.

La vida sigue igual, sonrío. Todo sigue igual, efectivamente, en el Olimpo de los Dioses, pero desde la final de Lisboa (2014) el Atlético había ganado cinco de los trece enfrentamientos con el Real Madrid (se habían empatado otros tantos y sólo se perdieron tres). Tres veces se ganó en el Bernabeu. La vida sigue igual, pero no para los atléticos, que hemos visto como desde la llegada del Cholo se han ganado una liga, una copa, una supercopa (de España y de Europa), una UEFA – el año antes otra contra el Inter- y se ha llegado a dos finales de la Liga de Campeones. Nada, la vida no ha cambiado casi nada, no te jode.

Cuando era pequeño en clase éramos dos del Atleti. Aguantando el tirón, lo juro. Hoy, en el colegio de mi hija hay más niños del Atleti que del Madrid y, lo que me parece más interesante, he comprobado que los padres y madres a los que no les interesa el fútbol son, casi invariablemente, un poco colchoneros. Antes, lo normal era ser por defecto del Madrid. Hoy, si hay que elegir, se decantan a favor del más simpático o contra el más odioso (y, siento si pensaban que era un futbolero ecuánime y noble, casi prefiero lo segundo). Nada, qué va, nada ha cambado: la vida sigue igual.

Lo que me daba que pensar de la frase era que, sin quererlo quien la pronunció, resume a la perfección la razón por la que soy del Atleti. O quizá la razón por la que podría ser de otro equipo pero nunca del Real Madrid ¿Qué personaje de una buena película sería del Real Madrid? ¿Qué lector de una novela decente esperaría que el primer final que se le ha pasado por la cabeza sea el elegido por el escritor? ¿Quién jugaría una partida de un juego en el que no esperara, esta vez, superar al monstruo final?

No hay señorío -la palabra más madridista- que no merezca ser derribado por sus plebeyos ni hay pasión en la dominación de los señores.

En serio ¿Quién coño quiere que la vida siga siendo igual?

M y M en Puntossuspensos

M. es una artista. Hace libro-objetos únicos. En serio son únicos, no se trata de un adjetivo valorativo -merecido-, es absolutamente descriptivo. El cuaderno que M. hace para ti es de veras distinto y singular. Eres el único poseedor en este planeta de las formas, ideas y susurros que contiene.

M. (otro M.) tuvo hace tiempo problemas con la justicia. Esta no es una historia de redención y comprensión hacia alguien empujado a delinquir por su situación bla bla bla. Es la tristemente frecuente historia de una persona inocente que ha cargado con un montaje policial destinado a reprimir los movimientos sociales. No voy a contar ahora cómo, por intentar parar un desahucio, se puede llegar a soportar sobre los hombros el peso del Estado. Quien quiera ver que mire. De momento, parece que la cosa se ha resuelto de forma justa y M. no debería llegar a ser juzgado (meses y meses de angustia, preocupaciones y sufrimientos tampoco se los va a restar nadie de su no-juicio, no-condena).

M. (la primera M.), la que ya os he contado que es una artista, manufactura cuadernos para costear los gastos judiciales de M. Trabaja con collage, con papel y con sensibilidad. Lo hace convirtiendo un cuadernillo de solfeo en un objeto muy suyo hecho para ti.

El post es en parte de agradecimiento y, en parte, para dar envidia…

…O no tanta, entra a conocer el trabajo de M. en Puntos Suspensos (también FB) y contacta con M. (la M. que tiene el taller de convertir partituras en música sin instrumentos, no M. quién  paró mil desahucios).

El participacionismo como tapón democrático

Acaba de ponerse en marcha la fase de votación de los presupuestos participativos del Ayuntamiento de Madrid. Echándo un vistazo a las propuestas, y después de una fase anterior (la correspondiente a los de 2016, en fase piloto) y la experiencia de la reforma para la Plaza de España, mi impresión es que la fetichización de la participación, en su vertiente pido y voto a través de internet, se ha convertido en un tapón para la profundización democrática.

El participacionismo, en tanto que eje central de la política municipal madrileña.

¿Participacionismo? La primera vez que escuché el término lo hice en el contexto de conversaciones con mis amigos de Las Indias referido a entornos digitales:

El participacionismo es una forma degradada de la democracia, característica de la cultura nacida de la recentralización de Internet. Se plantea como alternativa frente a la plurarquía usando como argumento la inmediatez del proceso frente a la definición del demos -el quién puede participar- que queda ambiguo o dudoso.

El participacionismo como ideología

La característica esencial del participacionismo es que define unas reglas de votación -normalmente para la selección colectiva de contenidos- pero no un demos; una técnica, no un sujeto o una comunidad.

La clave sin embargo de los sistemas políticos está siempre en el quién decide, no cómo se organiza técnicamente la toma de decisión. Así, dejando que vote la gente, dejando un demos voluntariamente ambiguo, el resultado final legitima a una oligarquía participativa que presenta sus creaciones como agregado social, como expresión de «las ideas de la gente».

En un reciente artículo crítico con el gobierno de Ahora Madrid como agente de cambio, Emmanuel Rodríguez habla del participacionismo también:

…el participacionismo, tanto digital como físico, que se presenta como la joya de la corona del “cambio”, opera a partir de esa misma posición: la neutralidad de la institución frente a los intereses de la “gente”, que a través de los recursos y foros facilitados por el Ayuntamiento elegirá libremente lo que más le convenga. Poco puede sorprender que en su aplicación institucional concreta apenas veamos más que procesos participativos de escasa calidad y/o baja “participación”. En ocasiones, como en Plaza España, las consultas tienen un simple carácter pleibiscitario o aprobatorio. Y en otras, como en los presupuestos participativos de Madrid, se convierten en una suerte de carta a los Reyes Magos. En distritos o barrios en los que no existe un espacio comunitario y deliberativo real, grupos muy pequeños organizados pueden lograr que la administración financie instalaciones o proyectos ciertamente estrambóticos.

Echando un vistazo a las propuestas de mi barrio, compruebo que muchas se reducen a cambios superficiales (alguna zona verde concreta, la peatonalización de una calle, la puesta en funcionamiento de una pista de running), o son generales y poco definidas. Cuando aparece alguno más ambicioso (el carril bici en el distrito o la reforma del área del Paseo de la Dirección) pertenece al ámbito de operaciones ya en curso.

Durante la fase de admisión de propuestas pude observar que los ejemplos que el Ayuntamiento ponía en la publicidad que incluía en Facebook y otras redes sociales iban en esta línea (las imágenes que ilustran este post dan buena cuenta de ello).

Conozco varias propuestas que han sido rechazadas “por criterios técnicos” que incidían en asuntos de calado. Por ejemplo, la Asociación Vecinal Cuatro Caminos, que hizo varias propuestas, propuso la adquisición de un cine cerrado para impulsar un proyecto de economía local. También habilitar un local para niños de entre 6 y 12 años que, con distintos programas, ayudara a la conciliación familiar bajo las perspectivas de La ciudad de los niños de Tonucci. La asamblea de Vivienda del barrio propuso la rehabilitación de edificios públicos o en desuso como espacios de emergencia habitacional. El  Banco de Alimentos del 15M de Tetuán, grupo autogestionado con gran experiencia en la lucha contra la pobreza en el barrio, propuso adaptar un local de la Junta Municipal en un comedor social dirigido a personas sin recursos.

Todas estas propuestas han sido desechadas por criterios técnicos poco transparentes y que, a simple vista, se antojan un tanto aleatorios. Por ejemplo, se acepta otra propuesta que pide la adquisición de libros para las bibliotecas municipales del distrito cuando, lo sé bien, no se trata de una competencia de la Junta de Distrito. En realidad, la mayoría de las propuestas afectan a distintas instancias (varias a Urbanismo, por ejemplo), y recuerdo bien como en la fase piloto salieron propuestas para cuya puesta en práctica hay que instar a otros negociados.

Se da la circunstancia, además, de que las propuestas deben ir a nombre de una persona física, de manera que se diluye la referencia al foro donde se han debatido (en este caso la Asociación de Vecinos, la Asamblea de Vivienda del 15M y el Banco de Alimentos Autogestionado).

Es justo decir que se han hecho foros vecinales –los grupos motores– en los que se ha debatido presencialmente, aunque su incidencia en la enormidad de los distritos madrileños es anecdótica.

No se trata aquí de denostar la posibilidad –irrenunciable, diría- de tomar decisiones de manera colectiva y utilizando la red. Lo que reclamo es tratar de superar el modelo buzón de sugerencias y adhesión vaga ¿Por qué vaga? Porque la votación no está precedida de debate ni se hace un esfuerzo productivo para que se dé un aunténtico conocimiento de los contextos. La ciudadanía es, en este caso, un ente difuso y desagregado, votando sobre  párrafos desnutridos y propuestas filtradas.

En nuestra relación política cotidiana, creo, se trata de construir verdaderas redes densas entre personas. En la vertiente digital, no se puede ignorar la dificultad sociotécnica de imaginar herramientas que permitan desarrollar todas las fases de un proceso democrático (contextos, deliberación común y toma de decisiones, con una correlación de fuerzas realmente horizontal). Por eso esta arquitectura, tal cual, no sólo no nos sirve, sino que, en la medida que ha tomado auténtica centralidad discursiva, sirve de tapón.

En mi inbox: diario de fogonazos sobre el 15M

Entre algún momento de 2011 y algún momento de 2013 tomé la costumbre de enviarme de vez en cuando correos electrónicos a mí mismo con alguna idea, verso o párrafo que anotaba a propósito de diferentes vivencias que tenían que ver con mi relación con el 15M. Un pequeño diario. Creo que alguno se ha perdido y la sucesión de los que aquí están corresponden a una memoria muy fragmentada, que debería completarse con decenas de posts más estructurados que he ido dedicando al 15m en distintos sitios, el contexto en el que fueron escritos, y, sobre todo, con lo que no quedó negro sobre blanco: lo mejor, cuando no había tiempo de escribir estaban pasando cosas.

Este post tiene valor sobre todo para mí y ni como streptease sirve de fragmentario que es. Son fogonazos muy pegados al momento que nunca fueron escritos para ser publicados…pero aquí están.

Ya me ha pasado dos veces. Estando sentado en círculo, participando de la Asamblea Popular de Tetuán en la Plaza de las Palomas (que no tiene este letrero pero se llama así, como la de María Soledad Torres Acosta es la de Luna o la glorieta de Ruiz Jimenez es la de San Bernardo). Todos palmas al aire en nuevo símbolo de afirmación y nos niños que jugueteaban alrededor con una pelota se acercan “¡eso quiere decir sí! Y esto otro, cruzando los dos brazos, que no, decía otro niño. ¡que lo hemos visto en el cole! Razones para la esperanza.
26 de julio de 2011 en mi inbox

Vamos despacio porque vamos lejos. Aplausos. Palmas orgullosas al cielo y algún aplauso rebelde, mejor. Con frecuencia los signos más efusivos de aprobación son los que celebran al propio 15M ¿Es el sino de un movimiento que utiliza la visibilidad como arma y estandarte? ¿Es la autoafirmación del tallo que está aún echando raíces? O es quizá –no regalemos dardos al enemigo- síntoma de ensimismamiento.
Una cita carente de lenguaje inclusivo. “Bueno, pero no empecemos a chuparnos las pollas todavía”. El Señor Lobo imponiendo mesura a los mafiosos.
27 de julio de 2011 en mi inbox

Muchas voces son las que desde las distintas izquierdas, de Manuel Delgado a Miquel Amorós (por ejemplo) acusan al 15M de reformista, ciudadanista, de ser un movimiento de clase media o incluso socialdemócrata ¿pero…? ¿Acaso existe algún otro lugar donde cobijarse?

Es la vieja paradoja militante, del ¿Cuánto peor mejor? al humanizar el páramo, y responde a una tensión absolutamente real, a una trampa trágica con la que la gente de buena fé se topa de bruces antes o después. Toda reforma que el establishment “concede” como asumible ayuda a legitimar “el sistema”, dejando –las más de las veces- intactas su raíces. No subirse a la ola supone, sin embargo, asumir que es necesario sacrificar generaciones (la tuya, la de tus coetáneos) a la espera de la ocasión histórica –la de la revolución- y conformarse con ir preparando esas “condiciones objetivas” con vanguardias revolucionarias.

¿Asumir que uno está en la vanguardia? Como Dalí. Tan reaccionario como Dalí. Cuando a uno se le presenta la paradoja del militante con sus mil caras y en sus infinitos contextos sólo le queda equivocarse lo menos posible, tratar de construir un mundo lo mejor posible a su alrededor…y adquirir un compromiso llevadero con la radicalidad, entendida en su mejor sentido-el original- de ir a la raíz de los problemas. Esto es, decir NO muchas más veces de las que permite una enmienda total, sin perder de vista la mata donde empiezan a brotar los problemas

¿Tengo que mencionar la palabra Capitalismo?
28 de julio en mi inbox

Decía Bobbio que ser de izquierdas es no aceptar la desigualdad como algo natural. O algo así. Y sí, ser de izquierdas, con todos los matices, aclaraciones y apelaciones que precise el término por oceánico y contradictorio. En realidad ser de izquierdas –como lo entiendo- tiene también que ver con no aceptar nada como algo natural, en escudriñarlo todo como cuestionable y aceptar que toda construcción humana –no hablo de acueductos ahora- es acuerdo. Consiste, por lo tanto, en tener una actitud científica ante la vida, desdeñando incluso como acientífico la actitud arrogante de la nueva VERDAD científica que pretendió instalar el arrogante siglo XX de relatos únicos. La diversidad nos lo complica, sí, no encaja en epopeyas históricas…pero la diversidad es el mundo.
2 de agosto de 2011 en mi inbox

Estamos indignados, no somos Los Indignados. Ellos también tratan de desactivarnos.
Primero trataron de ningunear al movimiento. Con la mayoría de los movimientos sociales funciona: simplemente no existen para los televidentes. Cuando la potencia del movimiento rompió los diques de la indiferencia trataron de desacreditarnos, es el siguiente punto del repertorio habitual. Los intentos de descrédito han sido variados según el matiz más o menos grotesco del medio de desinformación: han tratado de desactivar el alcance con condescendencia ( chavales bienintencionados pero…); han tratado de convertirlo en marginal (perroflautas); han apelado a la convivencia cívica (las plazas son de todos). Finalmente han vuelto todos juntos por la senda de una estrategia bien ensayada en la España de ETA (los violentos)
Dentro de este intento de desactivación del 15M por parte de la prensa opera un apelativo que ha calado ya con tal fuerza que parece que el movimiento pasará a la Historia así nombrado: indignados. Si bien es cierto que el panfleto de Hessel fue una de las referencias argumentales del movimiento desde un primer momento los acampados no se llamaron así nunca hasta que posteriormente el adjetivo se hizo parte inevitable de la atmósfera. Ahora sólo algunos han empezado a llamarse así mismo así.
Si el elemento central -resumido en aquello que les distingue y por tanto les nombra- es básicamente el cabreo, la política desaparece. El movimiento no propone, noconstruye, sólo patalea. No debemos ser «Los indignados» por más que lo estemos, ellos necesitan nombrar una realidad que no entienden para combatirla, y la nombran con una dialéctica de combate. Quieren desactivarnos.
15 de agosto de 2011 en mi inbox

Éramos zombies bronceados
Deambular, deambular, deambular.
El nauseabundo olor a carne muerta
Enmascarado, fino, ataviado
de pieles de manzana refulgentes,
de pátina rosada, hinchada a botox.

Éramos zombis en manada
Al galope indiferente de la luz,
Esa que se desvanece con pensarla

Deambular, deambular, deambular
Entre escaparates, altares y más zombies
Mirar al frente, nunca abajo
Nunca dentro, nunca extenso.

Éramos zombies bronceados
Instalados en el doppler. A la espera.
Éramos pellejos desprovistos
De las calles que habitamos sentirlas

Éramos zombis sin saberlo
Hinchados a prozac, tristeza y dudas,
Deambulando en búsqueda de puertas,
vórtices de piel, de rabia y plazas

26 de agosto de 2011 en mi inbox

Lo personal es político. Hace años tomé el viejo mantra del feminismo radical americano como lema vital. Mío.

“Somos personas que hemos venido libre y voluntariamente, después de la manifestación decidimos reunirnos para seguir reinvindicando la dignidad y la conciencia política y social”. Esta frase abría el manifiesto primero de la Acampada Sol. Y seguía “POR QUÉ ESTAMOS AQUÍ. Estamos aquí porque queremos una sociedad nueva que dé prioridad a la vida por encima de los intereses económicos y políticos. Abogamos por un cambio en la sociedad y la conciencia social”.

Ese personas, así, enmarcado en el resto de palabras, hablaba mucho de lo personal, de manera análoga a como se hablaba en los setenta. Hoy la batalla es un poco menos por el sexo, pero es también por llevar el ámbito de lo privado al centro de la política, hasta el punto de plantarlo, así, de sopetón, en las narices del mundo. Hemos plantado el hogar –la acampada- en el mismo sitio que el ágora; hemos situado la asamblea de niños dentro de la guardería; hemos disuelto la separación de esferas como modo de dominación. Hemos confundido los espacios de lo privado y lo público para remezclar la política. Lo personal es político.

20 de septiembre de 2011 en mi inbox

SÍ SE PUEDE
De nuevo en marcha y bien acompañados. Paseo del Prado arriba con
miles de caras familiares salpicando una marcha gigantesca. La primera
de una primavera que está por llegar (ya la anuncian los rayos
cálidos de febrero), la primera gran cita de un calendario
garabateado. Contra la reforma laboral.
Descolgando del discurso matices postmodernos, recordando que el
trabajo sigue siendo, más que le pese a nuestra formación merodeadora de
mundos nuevos, la puta atmósfera dentro de la que rueda nuestra vida. Hay
que comer.

Para la ocasión me he enfundado la camiseta verde, de la marea-verde
Sección-Universidad, que me toca muy de cerca porque es donde curro.
Podría haber llevado la amarilla (porque se están cargando también las
bibliotecas, y a eso es me dedico), la blanca, la azul, o cualquier otra,
porque en las tres cuartas partes de agua de mi cuerpo tienen, nadan
los agravios de todas las mareas multicolores que, blancas, negras,
violetas, han ido surgiendo saltarinas el último medio año.

Los temores están en la compañía. Los sindicatos ¿no forman ellos parte
del problema? pero ¿no son sus bases también alforjas de rabia de un
mismo camino a la batalla? Como nosotros. Va a ser una etapa nueva,
vamos a tener que reaprender a trabajar con otros, bajarnos los humos,
desensimismarnos, aprender a sorprender de nuevo. Nos lo recordarán
mañana mismo los niños desafiantes de Valencia.

La senda se lleva bien, pero al girar por Alcalá, que es donde ya se
avistan nuestros mitos, la gente se encara a la policía, que corta la
Gran Vía. Quieren –queremos- pasar, salir del cauce guionizado y volver a fluir
por la ciudad, tal y como aprendimos el pasado verano.

Mirar tus pies, hace un momento estaban a un lado de la línea y ahora
están – con sólo con un paso al frente- a este. Y levantar la cabeza y
caminar con aplomo. Es todo uno. Con los puños apretados y el lagrimal
latente. SÍ
SE PUEDE ¡Qué vitaminas para las entrañas!
27 de febrero de 2012 en mi inbox

El bibliotecario se asomó a la plaza.

821.134.2(82)-31″19″

Autor de lengua española del siglo XX. En idioma CDU, que es la
clasificación que se utiliza en las bibliotecas de medio mundo para
ordenar los libros. Pretende clasificar todo el saber universal,
articulando una gramática de clasificación infinita para poder
subdividir las grandes familias del conocimiento humano (Filosofía,
Matemáticas, Bellas artes y así) hasta el infinito. Tiene incluso un
número vacío, reservado –el 4- en previsión de disciplinas futuras.
Cabe todo: ordenado, secuencial, en dos dimensiones.

Al bibliotecario le sobrevino un ataque de risa histérica.
27 de febrero de 2012 en mi inbox

¿Dónde fue la dignidad en fuga?
que me dejó las tripas al aire,
las cuencas de azogue, el torax en vano
¿Dónde fue lo que insuflaba SER
en mi?
Que me dejó en pellejo
caminando hacia el trabajo,
la cama,

27 de junio de 2012 en mi inbox

Tuit expandido: Cuando Princesa se estrecha al paso de los mineros – venimos de teñir de colores republicanos el fascismo pétreo de la Plaza de Moncloa – el aire empieza a pesar entre nuestras cabezas, condensado de lágrimas, júbilo y rabia. Y sobre todo, nos movemos ¿Medios? Los menos, todos esperan la entrada festiva de los héroes en la Puerta del Sol.

En Sol ya no nos mordemos los labios, nos encontramos relajados, en casa. Y quietos. Después de ser conmoción la plaza de Sol empieza a estar absorbida por el espectáculo: es algarabía, grito (mudo)… Hace un año, cuando cerraron militarmente Sol, aprendimos que tomando el resto de la ciudad éramos más preocupantes, quizá ahora deberíamos empezar a pensar en dejar de conquistar símbolos y ocupar lugares críticos para el sistema ¿transportes? ¿centros de poder? ¿escaparates internacionales? Líneas estrechas en el mapa como nervios. Ya volveremos cuando nos lo ganemos.

11 de julio de 2012 en mi inbox

El candor es un valor en alza entre la gente que me importa. No así ahí fuera, por su puesto. Un candor bien entendido. No hablo de ingenuidad, sino del candor como actitud: la sencillez, la modestia expositiva. Y el brillo, el calor, los afectos y la fuerza. Como candil, como candente, como incandescente también.
Un día cualquiera en un parque me di cuenta, bajo la luz de las farolas, en conversación distendida después de una de las reuniones semanales para preparar acciones, coberturas, quimeras de minuto y asfalto…
Ese día me vino la palabra candor a la cabeza
Nunca se había significado en las primeras reuniones meses atrás: escuchaba, asentía, opinaba con brillo tímido en los ojos, con educación camaleónica para la atención. Los meses fueron acabando rápidamente con los oradores más ensimismados y carismáticos. Se gustaban. Hablaron tanto que debieron de quedarse sin nada que decir y simplemente dejaron de aparecer por la allí, algunos tras unas pocas semanas. Vuelvo con el pensamiento a la plaza, esa noche corría una brisa leve que erizaba nuestras sonrisas. Reconozco ese brillo, que de puro entusiasmo le acalora las mejillas, ha crecido, refulge, capta toda nuestra atención. Igual de sencillo, modesto y afectuoso. Igual de candoroso.
30 de julio de 2012 en mi inbox

“Derecho a la ciudad”. Lema para reivindicar el espacio común, pero también eslogan de urbanistas con gafas modernas cómplices de pelotazos inmobiliarios.
Bien común ¿Y tú me lo preguntas…? Cualquier cosa dicha con solemnidad en un texto político
Democracia. El gobierno del pueblo, sí, pero también puede ser esto. Y lo peor es que es ESTO.
¿La revolución? Interiores, exteriores, propiedades de un crecepelo ¡revolucionario!
A la izquierda puede encontrar usted el mimo del semejante, pero también figura en el cartelito que ELLOS – querámoslo o no – llevan colgando del cuello.
30 de julio de 2012 en mi inbox

Dejamos de ser margen para reconocernos
intersticio
espacio entre las moles ínmoviles
que aplastan
grieta entre los cuerpos fofos, repelentes
tiempo fuera de la Historia
entre otros tiempos
y si dejamos de ser ya era bastante
5 de diciembre de 2012

Nos hartamos de decir que somos horizontales. Aquí no hay líderes,
somos un enjambre, y todas esas consignas. Viendo a Ada Colau en el
parlamento he caído, sin embargo, en algo: no hay poder pero sí hay
autoridad. La autoridad es algo que te conceden los demás. Me paro a
recordar y puedo reconocer momentos de inspiración de muchos
compañeros y compañeras en mis recuerdos. Momentos de escucha
entusiasta frente a momentos entusiasmados en medio de una
conversación. Admiración y autoridad: sentido arriba y sentido abajo.

Si se me permite decirlo, yo mismo he sentido en momentos puntuales
esa mirada entusiasta de los compañeros revistiéndome de autoridad.
Quizá en eso reside el significado de esa palabra que tanto se repite
en el 15M: empoderamiento. Paradójicamente, no sería tanto dar poder –
ya quedamos en que aquí no hay de eso – como animarnos a sacar lo
mejor de nosotros mismos y gozar de esa manera – todos – de momentos
de reconocimiento (y autoridad) entre pares.
15 de febrero de 2013

Desborda la convocatoria, desborda la mani, desborda el concepto.
Desbordar ha sido durante algunas fechas LA PALABRA. Yo imagino más un
desparrame, qué queréis que os diga. Extenderse por los recovecos en
lugar de irrumpir como una ola. Calar en tierra seca, ocupar grietas.
No volver al cauce. Y que sea una desparrame.
15 de febrero de 2013

El tono sentenciador, la razón autootorgada y mirar luego al infinito con la barbilla tensa; el gesto adusto, el mira –joven- que viene del mire usted –viejo- ; la superioridad moral; el no entender la ironía; la pausa condescendiente; la colección de estampitas sentimentales por delante de uno; la cosificación de las ideas y las gentes que fueron esas estampitas; el querer en nombre de una idea de grupo…

El tono festivo ; el llevar la ironía a categoría de superioridad moral aplastante. O aplastadora; la misma superioridad moral disfrazada de cuestionamientos; la imposición de una estética y una cultura: un hablar, una música, unos autores (siempre los mismo, siempre tres); que no es tu código y es EL código; el eufemismo semioculto; sobre todo el hacer panda, excluirte mientras se enuncia el palabro inclusividad . El molar todo

Es todo bastante desazonador y nos recuerda que siempre hay gilipollas.
27 de agosto de 2013

Una mañana, los bebés de Mohamed
desahuciados del futuro
otra mañana,

Demasiadas mañanas me disuelvo
Suspendido en el vacío
Sujeto boca arriba por jirones
De los días
Demasiadas mañanas tengo miedo
Y ando hacia delante, hacia la bocacalle
Manteniéndome a penas en pie
Sujeto sobre las piernas
Gracias a una fuerza que tira
Hacia arriba
Que anida en la cabeza y duele
Demasiadas mañanas me tambaleo
3 de octubre de 2013

El libro de los paseos de Jane, el libro de nuestros paseos en común

 

jane

Ya está en librerías, ya está también en mis manos el libro El paseo de Jane. Tejiendo redes a pie de calle. Huele muy bien aún, el papel, el formato, el diseño de la edición…es un objeto bonito, a lo que ayudan, claro, las ilustraciones de Imprevistos.

Es una experiencia colectiva, igual que los propios paseos, se ha concebido desde el primer día de manera conversacional (y asamblearia). Andando. Al igual que en los propios paseos ha habido un par de personas de referencia, las coordinadoras y editoras, Susana Jiménez Carmona y Ana Useros. La editorial, Modernito Books, se dedica a editar primores ilustrados. A la vista (y el tacto) está.

Escribo un capitulito sobre el paseo que hicimos hace dos años en Tetuán (fueron dos, fueron intensos y fueron comida y debate. Todo un fin de semana de tejer redes a pie de calle). Lo escribo yo en primera persona pero es colectivo.

Me hace mucha, pero que mucha ilusión.

Por aquí sobre El Paseo de Jane en Madrid
…y por aquí sobre el libro

Pasear contigo la ciudad de la abundancia

Frente a las viviendas obreras de la calle Tenerife en el Paseo de Jane de 2014

Frente a las viviendas obreras de la calle Tenerife en el Paseo de Jane de 2014

Algunas mañanas, antes de ir a trabajar, deambulo por la ciudad. Algunas veces, hago parada en estaciones de metro en la línea que media entre mi casa y la estación de Atocha y exploro el territorio sin mapas. Otras, aprovecho desplazamientos que tengo que hacer por diversas causas para lo mismo. Las primeras veces me gusta, simplemente, pasear. Si vuelvo sobre el terreno busco puntos reseñables, miro mapas, y me documento sobre la historia del lugar. Voy haciendo fotos con el móvil al paso.

 Se podría decir que me busco a mí en estos paseos. Me sirve para pensar y pensarme en relación con la ciudad, que es lo mismo que situarme en relación con el espacio socialmente producido: con sus dinámicas de poder y de clase, con sus avatares históricos. En medio de un diálogo bullicioso, preñado lo mismo de pasado que de futuro, que crece en matices y sugerencias con la fertilidad de la calle. Con su abundancia.

 Inmersos en un mundo regido por las leyes económicas de la escasez, me gusta entrar en contacto con imágenes complejas, solapadas, matizadas… Existen algunas realidades materiales que me conectan sensorialmente con la abundancia. Espacios físicos que, a través de la posibilidad de tocar y mirar, consiguen integrarme en un ambiente poroso y diverso.

 ¿Han sentido la misma fascinación que yo en una mercería o en una ferretería? Sienten esa irresistible invitación a la aventura ante el escaparate de una buena tienda de coloniales? La biblioteca, o algunos museos, se abren a los sentidos como espacios donde rige la Ley de la Abundancia, cuyo suelo abonado puede hacer germinar raíces y enredaderas de trayectoria impredecible. Espacios cerrados donde entra siempre la luz.

 Una biblioteca pública es ciudad tal y como venimos invocando en estos textos, es territorio para lo imprevisible y la sociabilidad. Una biblioteca pública, al contrario que otras, institucionales, universitarias o eruditas, es una posta más en el barrio. Formará, potencialmente, antes parte de comunidades cruzadas en el espacio que de la SOCIEDAD. Entre las páginas de los libros siempre hay marcapáginas abandonados, anotaciones en los márgenes y viejas fotografías, que no son sino el rastro perdido de la vida que sucede entre el chistar del bibliotecario y la calle, sus salas.

 Una biblioteca está compuesta por encrucijadas que distribuyen azarosamente trayectos que se anudan y desanudan entre sí: serendipia, intertextualidad y conocimiento. Diversidad sedimentada y maleable.

 Paradójicamente, y como acontece también con algunos museos o las librerías de viejo más abigarradas, su riqueza debe tanto a la acumulación como al orden. El catálogo, que es una selección (aparente fuente de escasez), no sería sino un mapa de puertas y encrucijadas. Luego, el mar por delante.

 A lo largo de la Historia, y desde que en ella es central el ecosistema de la ciudad, ha sido frecuente andar como estrategia de búsqueda de conocimiento personal y externo. Podríamos pensar, en realidad, que la existencia de una calle diversa ( calle escasa es oxímoron)  empuja a deambular. Más que un método analítico, el paseo crítico sería una necesidad vital.

 Cuando Walter Benjamin rescata la figura de Bodeleire, o de El hombre de la multitud de Poe, para traer a primer término al flâneur (paseante,callejero) como científico urbano, quizá sólo hace  lo único posible en un ambiente de ciudad diversa. Cuando los situacionistas diseñan sus derivas o el escritor Ian Sinclair se abraza, tras de ellos, a la psicogeografía para hacer literatura con los adoquines de su barrio (Hackney, en Londres), quizá es la ciudad imprevista y dotada de vida la que les está obligando a ello. Cuando Baroja merodea por los arrabales madrileños, los Cuatro Caminos o los barrios adosados a las tapias de los cementerios, quizá son  los caminos de entrada de mercancías o la elasticidad de la nueva ciudad capitalista los que le convierten en ese merodeador.

 Tiene, sin embargo, un peligro la perspectiva de la flânerie, que transita de la etnografía a la entomología, de la otredad a la pertenencia. El peligro de juzgar además de comprender. Peligro éste que  mantiene en un difícil equilibrio numerosas actividades de urbanismo crítico –de las que yo mismo participo en ocasiones- que basan sus metodologías en mapear y organizar paseos observantes. El peligro de no saber evitar  la mirada condescendiente y colonizadora, que es también el peligro de no poder ser parte de la calle diversa y abundante.

 Antes de haber leído textos que intelectualizan el deambular por la ciudad llevaba haciéndolo una vida. Es algo que aprendí de mi padre. A él se le puede ver caminando por las calles, muy atento. Es un poco como uno de esos capitanes de la calle a los que la gente conoce y siempre saluda afectuosamente. De él heredé la costumbre de pasear concienzudamente, aunque no su magnífico sentido de la orientación. Yo nunca encuentro el camino: vivo en una eterna amnesia espacial, desesperante para los trayectos funcionales de la vida pero apropiada para caminar sin meta ni reloj.

 Sólo cuando te has perdido un buen número de veces por las calles puedes empezar a apreciar los distintos estratos de profundidad que encierran. Una vez te has despreocupado de la línea que dibuja la acera empiezas a asomar la cabeza a los portales para ver los patios interiores. A subir el cuello para apreciar los sotabancos y los objetos atesorados en los balcones. Las ciudades tienen marcas sociales. Recientemente, mi hija se sentó en el alfeizar de un bajo, en una pequeña calle de Tetuán, y reparé en una marca, tenue, de  tiza, que significaba que ese piso estaba ya okupado. Las marcas sociales tienen que ver también con los ritos cotidianos de los vecinos, la música que escapa por las ventanas o gente esperando en las esquinas.

 El otro día, en un callejón poco transitado, me entretuve leyendo las firmas desvaídas de un muro de ladrillo. Encima, sobre el lienzo que la abrasión ha ido dejando libre, nuevas palabras. Debajo, los restos de un Muelle, aquella firma pionera del Madrid de los ochenta. Cerca, muy cerca, subsisten unos locales de ensayo donde Juan Carlos Argüello, el chico de Aluche al final del brazo que firmaba Muelle, se empleaba en las baquetas. Entre un lugar y otro, los viejos muros  de un par de casas bajas. En una de ellas, según pude rastrear en la hemeroteca, se alojó un anarquista buscado por la policía en los años treinta. Historias que se cruzan en el tiempo y que dejan señales en la calle como manchas de sexo en el colchón. Sedimento que, como en la biblioteca pública, conecta intertextos y nos pone en relación con lo que el espacio tiene de producción social.

 Durante el año 2014 participé en una interesante experiencia a lomos de las suelas. A través de un amigo, se me convocó para participar en la organización del Paseo de Jane en mi barrio (Tetuán, en Madrid). Estos paseos  comenzaron a realizarse en Toronto tras la muerte de la famosa urbanista Jane Jacobs (Muerte y vida de las grandes ciudades) en 2006 y se han extendido por todo el planeta como forma de reivindicación del espacio urbano. Suelen organizarse en torno al 5 de mayo, cumpleaños de la urbanista canadiense.

 Yo conocía estos paseos y debo reconocer que me parecían ejercicios un tanto inanes: echar un rato, lamentarse juntos de ciertos problemas del barrio e irse de cañas. Pero no. Lo que yo no sabía es que, al menos como se vienen organizando en Madrid, el trabajo comienza seis meses antes, durante los cuales se pasean esas calles muchas veces, se debate, se habla con los vecinos, se invita a participar a las distintas organizaciones que trabajan sobre el territorio…

 Todo un ejercicio colectivo de reflexión y praxis que me hizo darme cuenta de la distancia que media entre  la construcción personal del deambular y la construcción comunitaria de pasear juntos. Por fuerza, la primera de las prácticas nos ayudará a situarnos a nosotros en cuanto que individuos, mientras que la segunda, más allá de situarnos en colectivo, nos regala además una herramienta de transformación y un nexo comunitario. Una forma de sacar de oído la melodía con los ecos que nos devuelven las oquedades en la ciudad de la abundancia.

Smart City: en la cadena de las utopías urbanas incumplidas

La alcaldesa sonríe, dice unas palabras –evita decir nombres propios, podrían ser las palabras de ayer o de mañana-, elogia el Madrid del futuro que ya es una realidad. A su derecha está el rector de la universidad pública que acoge el acto. A su izquierda, la persona que representa uno de los logotipos que adornan los faldones de la mesa. Una teleco.

Madrid Smart City. La estampa fueron muchas hace pocos meses y serán muchas otras, quizá con nuevos nombres. La ciudad inteligente está ya un poco gastada como concepto-paquete. Otros vendrán, también con el oropel tecnológico.

Lo urbano ha pasado en pocos años por las categorías absolutas de sostenible –una vez se había rebasado el límite de lo presentable en lo desarrollista-, creativas, resilientes…En todos estos modelos de ciudad términos inequívocamente positivos la renombran para hacer de la urbe un producto vendible en el llamado mercado de las ciudades globales.

La smart sity es una nueva versión de utopía urbana, en la que la tecnología dota de efectividad completa a la ciudad. El manejo de datos en tiempo real, la automatización de procesos y las nuevas tecnologías se alían para inocular de inteligencia las baldosas que pisamos.

A partir de la Ilustración las utopías adquieren forma de ciudades en el futuro (antes las ciudades ideales se pensaban hacia el pasado). En el fondo, toda proyección de la ciudad es un pedazo de utopía: las asépticas maquetas en 3D creadas con Autocad y gran parte del urbanismo contemporáneo. Desde las periferias arboladas del anarquista Reclús hasta las diversas formas de Ciudad Jardín del siglo XX . Siempre, en toda Utopía urbana, subyace un poco la lucha eterna entre las Ciudades Babilonia y las Ciudades de Dios, entre las imágenes del orden y la constatación de la ciudad real.

La tecnología ha venido jugando durante todo el siglo XX un papel central en la gramática de las utopías urbanas. Probablemente, el cambio tecnológico que más ha condicionado la forma de nuestras ciudades sea el automóvil. Otros adelantos también han propiciado cambios de forma menos evidentes que el coche, pero con efectos casi tan radicales. Antes del ascensor, por ejemplo, la segregación social se producía en el interior de los edificios (en los últimos pisos del Barrio de Salamanca vivía gente de clase social inferior a los primeros). Tampoco hubieran sido posibles sin el ascensor los rascacielos que tan bien simbolizaron en el siglo XX la utopía de la modernidad –el perfil de Nueva York visto por un emigrante desde el barco- o el barrio con bloques de trece pisos en el que crecí.

La ciudad del automóvil llegó también, como hoy los sensores de las smart cities, con un gran aparato promocional y científico alrededor. Tuvo como escenario motor la Ciudad Futurama de la Feria Mundial de Nueva York (1939), y como aliado a General Motors. Hoy, las Telecos patrocinan los eventos sobre la smart city, favoreciendo un discurso que necesita de ancho de banda y cableado. Los Ayuntamientos, ávidos de frontispicios promocionales, colaboran con la coartada, que sirve como vehículo de extracción de rentas públicas.

Por otro lado, encontramos pululando alrededor del discurso, grupos de hackers y urbanistas críticos que, armados de placas de Arduino y repertorios teóricos comunitaristas, prototipan demos de una ciudad hiperconectada desde el paradigma horizontal y no necesariamente comercial. Sus experiencias son muy valiosas, si bien, como señala David Harvey En Rebel Cities cuando habla de comunes urbanos, a menudo su capital simbólico es desposeído por el capital. Así, vemos con cada vez más frecuencia, hackatones o fablabs impulsados por firmas multinacionales.

Desde una perspectiva crítica, se ha venido señalando que la conectividad y la transparencia de datos necesarios para hacer de la ciudad una red de nodos conectados acarrean un gran peligro por el control que supone. Las sensaciones de uno son movedizas. De un lado, es innegable que el peligro de zambullirnos definitivamente en una sociedad de control está muy presente, de otro, a la vista de los adelantos que hoy nos presentan como revolucionarios –saber cuánto queda para que llegue el autobús, la optimización del alumbrado público, y cosas por el estilo- la smart city se asemeja demasiado a un conjunto de artefactos pirotécnicos que nos hacen recordar los prototipos que llenaron las revistas de décadas pasadas con promesas incumplidas : ciudades con tráfico aéreo o casas completamente robotizadas, en aquellos ochentas de la domótica. Uno no puede evitar pensar que se trata de adelantos que, aportando indudables ventajas, distan mucho de cambiar la vida de la gente en las ciudades como lo pudieron hacer otros avances técnicos en su momento: la traída de agua corriente, los sucesivos tipos de alumbrado público, la aparición del coche (o el ascensor), o el hecho mismo de la conectividad ubicua a través de internet.

Pero, si es cierto que lo que se pueda hacer se hará, en un escenario securitario como el actual, en el que la guerra irregular se ha trasladado al interior de las ciudades, debemos estar preparados para afrontar críticamente el paradigma smart city.

La inteligencia militar, desde el 11-S, considera que el contexto actual exige de una contrainsurgencia presente en los espacios cotidianos de la ciudad, ya que el peligro puede aparecer en cualquier sitio. Para ello, lo que se ha venido conociendo como Nuevo Urbanismo Militar trabaja en la omnipresencia tecnológica y en el estudio de perfiles de la población para anticipar al potencial terrorista. Esto se extiende con más rapidez al extranjero, al heterodoxo, al anarquista…

Las tecnologías utilizadas en nuestro primer mundo se han ensayado antes en las zonas en conflicto o del tercer mundo. Los vehículos no tripulados que patrullaron la franja de Gaza hoy operan en Estados Unidos; la construcción de zonas de seguridad en Israel se utiliza ya en las zonas financieras de las ciudades globales. Por otro lado, las mismas empresas que venden tecnología en estas zonas son las que las explotan comercialmente sus dispositivos adaptados a nuestras ciudades, y quienes se hicieron con las contratas para la reconstrucción de Bagdad hicieron lo propio con la devastada Nueva Orleans. No es un fenómeno nuevo. En el siglo XIX las potencias coloniales empezaron a usar la recolección de huellas digitales y a construir allí prisiones panópticas antes que en la metrópoli. Uno de los ejemplos clásicos de urbanismo para controlar a las clases populares, la reforma de París de Haussman, se inspiró en la que previamente había hecho su compatriota Bugeaud en Argelia en la década de 1840, destruyendo barrios enteros.

La experiencia del control ciudadano en la ciudad proviene, sin embargo, antes de pulsiones ideológicas que de la tecnología, que no es más que un instrumento. Las redadas racistas que, de forma aleatoria e indiscriminada se hacen en nuestros metros y calles, son un buen ejemplo de dispositivo de control ajeno a la tecnología y eficaz a efectos de parálisis y temor de un sector de la población.

El control es inherente al Estado, y las políticas públicas que usan de avances técnicos, a menudo, han hecho convivir la mejora de la calidad de vida en las ciudades con la introducción de mecanismos de control. Un ejemplo de ello podía ser el alumbrado público, que es inseparable de la necesidad de control de las calles. Con el alumbrado llegaron también los cuerpos de faroleros, que se hibridan con los populares serenos a partir del siglo XVIII. El añorado sereno, lejos de constituir siempre un servicio de proximidad neutro, fue también, en muchos momentos, el que arrancaba los pasquines políticos, denunciaba a los viandantes nocturnos o perseguía a las parejas en los portales, todavía en el Franquismo.

De los serenos a hoy todo igual. Las cámaras que sirven para la gestión de las Zonas de Prioridad Residencial de las ciudades (áreas semipeatonales en las que sólo los vecinos pueden entrar con los coches) pueden servir para algo más que discernir qué matrículas pertenecen a coches de vecinos. Sin ir más lejos, el delegado del Área de Gobierno de Medio Ambiente y Movilidad del Ayuntamiento de Madrid declaró en 2013 que podrían servir bien al efecto de perseguir a los graffiteros.

Si ha sido así en el pasado ¿qué nos hace pensar que los datos que hoy generamos gratuitamente no se convertirán en correajes formados por miradas algorítmicas?

Al margen de los peligros y el alcance real de la ciudad tecnificada, sea la smart City o sea el próximo nombre promocional, cabe reflexionar acerca de cuánto ha cambiado la ciudad en las últimas décadas en relación con los impulsos de las Nuevas Tecnologías.

Durante los 80 y parte de los 90 surgió la idea en el debate académico de que el nuevo espacio inmaterial llamado ciberespacio posibilitaría un espacio reticular, formado por nodos, sin un centro. La Metápolis, Telépolis, o Ciudad Postmoderna sería difusa. La red y las Nuevas tecnologías matarían a la ciudad tal y como la habíamos conocido.

Pero no. La promesa del teletrabajo masivo no se ha llegado a materializar y el comercio electrónico, aún con el crecimiento sostenido después de la burbuja puntocom, no ha roto la estructura del comercio físico. Probablemente, la concentración comercial en malls (unida a las conurbaciones urbanas) ha condicionado más la estructura comercial. Además, esta pequeña utopía tecnodeterminista no atendía a la ciudad como un lugar de ocio, vida y consumo cultural, además de como lugar de producción y consumo.

Algo parecido había sucedido ya con la llegada del teléfono, que también llevó a predecir la descentralización urbana. Sin embargo, aunque el teléfono ayudó a dispersar ciertas actividades, también centralizó otras administrativas en el centro de la ciudad. Hoy, las ciudades globales también reúnen un gran número de funciones centrales del capitalismo global.

Y tampoco la sempiterna promesa de replicar el modelo Sillycon Valley, tan sobado en programas electorales y argumentarios municipales, ha dado lugar a lo que algunos supusieron un impulso para la ciudad fuera de su centro. Los Parques Tecnológicos son entes aislados del tejido social, más parecidos a los viejos polígonos industriales que a portadores de una nueva ciudad, emparentados con esos núcleos comerciales a orillas de un PAU donde uno encuentra un Ikea, un McDonalds y un Toysrus. Fachadas de cristal con malos comedores laborales.

Año 1893, el arquitecto Alberto de Palacio y Elissague gana el primer premio en la Exposición Universal de Chicago con un proyecto de monumento faraónico similar a la Torre Eiffel (también fruto de otra exposición universal, que es el epicentro de la modernidad de la época). Se trata de una gran esfera metálica de 200 metros de diámetro, colocada sobre un pedestal de 100 metros de altura. Posteriormente, se quiso colocar en El Retiro, en Madrid, aunque finalmente quedó en proyecto nonato. Un coloso de la modernidad y la universalidad de un Madrid que quiso soñarse también bajo un paradigma utópico, ajeno a la realidad de aquella urbe desestructurada.

Año 2009, la entidad Caja de Madrid regala a la ciudad un obelisco diseñado por el arquitecto Santiago Calatrava, que se coloca en Plaza de Castilla. Un falo retorcido y dorado de 93 metros de alto con un sistema hidráulico que mueve 500 barras de bronce, provocando que parezca que el gigante espigado se mece por el viento. Otro pretendido símbolo de la modernidad megalómano que no llegó a ser (el mecanismo es carísimo y nunca se enciende) y que, en realidad, ejemplifica el detritus de una ciudad movida por la especulación inmobiliaria. Una ciudad que no es otra que la misma que se pretende Smart City.

Año 2015, los canapés del catering del grupo Arturo reúnen a los asistentes a las jornadas sobre smart city. O como se llame hoy. La alcaldesa se marchó discretamente después de la presentación. Un grupo de hackers se reúne en Río de Janeiro para imaginar usos ciudadanos de los drones. Ambos grupos de individuos son, en cierto modo, portadores de utopías tecnófilas. Los primeros quizá quieran, en algún momento, comprar el capital simbólico y económico del segundo grupo. Pero probablemente, el mayor cambio que estos hackers pueden inseminar en la ciudad tiene que ver más con su forma de colaborar que con el fruto circunstancial de sus experimentos.