Aquella primavera de 1943 algunos judíos del gueto de Varsovia agarraron las armas. Ya se habían llevado a muchos. Otra vez. Se los llevaban a Treblinka a morir. Algunos muertos en vida, otros – la mayoría – de la manera más literalmente obscena que la humanidad haya imaginado. Se habían empezado a organizar un año antes, después de las primeras deportaciones. Habían conseguido armas clandestinamente (como pudieron), habían aprendido a construir granadas caseras, habían cedido la voz y el mando a los pocos que tenían experiencia en la batalla.
Y se preparaban sabiendo que no podían vencer al mejor ejército del mundo. Pero sabían que lo podían enfrentar. Eran acaso un millar.
Las deportaciones se reanudaron el 19 de abril de 1943, precisamente la noche de la Pascua judía. Heinrich Himmler guardaba los detalles. Ese día los muchachos arios de las SS encontraron las calles del gueto de Varsovia desiertas. Esa noche murieron 12 nazis. Por cada uno de ellos habrían de morir miles de habitantes de aquella judería. Todos.
La cosa – esa cosa era la destrucción del gueto – iba para tres días, y duró un mes. Granadas de mano lanzadas contra los panzers; disparos, cuidados de la comunidad; escondidos en los bunkers que habían construido meses atrás.
Éste es el manifiesto que redactaron en febrero de 1943:
«¡Pueblo, despierta, y lucha por tu vida!
¡Que cada madre se convierta en una leona que defiende a sus hijos!
¡Que ningún padre se quede viendo morir a sus hijos sin hacer nada! […]
¡Que cada casa se convierta en una fortaleza!
¡Pueblo, despierta y lucha! Tu salvación está en la lucha.
Quien lucha por su vida puede salvarse. Nos levantamos en el nombre de la lucha por la vida de los indefensos, a quienes deseamos salvar».
Destruyeron casa a casa. Eliminaron los símbolos judíos – arrasaron la sinagoga de la calle Tlomacka -. No dejaron aliento en vida alguna. De entre los escombros – dicen- aún salía algún judío solitario, cuando no había allí más que piedras, y atacaba como epílogo de su muerte en vida.
Pero el exterminio había empezado mucho antes, en 1940, con la construcción de un muro de 2,5 metros alrededor de 800 manzanas. Fue entonces cuando 380 mil judíos hacinados empezaron a morir, poco a poco. Las enfermedades infecciosas. La falta de libertad. Todas las violencias que pueden infiltrase en la atmósfera.
Entonces, y ahora, pensar de aquellos hombres y mujeres que decidieron resistir – matando –otra cosa que no sea un reflejo de su dignidad es mierda. Unos mataban, otros asesinaban.
Recuérdalo: entonces y ahora.