Agua ¿Procomún o activo financiero?

aguaLa semana pasada se celebró en México el IV Foro Mundial del Agua, evento trianual auspiciado por el Consejo Mundial del Agua. El Foro es saludado en los medios como el más importante e influyente espacio de debate y decisión sobre recursos hídricos mundiales, sin embargo no debiéramos perder de vista que no es un evento intergubernamental sino un grupo de carácter privado cuyos miembros en muchos casos representan intereses comerciales, como veremos un poco más abajo.

Si bien la cantidad de agua viene siendo constante en el planeta su localización varía (ya sabéis en los casquetes polares, en los ríos, en la industria, en los cubatas…), y en parte en función de ello varía la disponibilidad de agua potable, que se estima tan sólo en el 1,25% del agua dulce de la Tierra en la actualidad. Vivimos descendiendo por el tobogán de la curva de disponibilidad de agua potable per cápita (la mitad que hace cincuenta años), dejando a cada vez más gentes y tierras sedientas y áridas.

Detrás de la desertización y la mala utilización de los recursos hídricos se encuentra, además de las fluctuaciones del clima, la mano del hombre. La deforestación, los monocultivos agresivos, el crecimiento urbanístico irracional y no sostenible, etc. Resulta complicado armonizar el progreso con la sostenibilidad del entorno, pero cuanto menos esta actitud es un horizonte necesario para las sociedades contemporáneas. Este Foro pudiera parecer un primer escalón en el ascenso de una política hídrica ecológica, sin embargo esta reunión, más allá de bienintencionadas ponencias a modo de tirita planetaria, se convierte en vehículo de políticas neoliberales y de grandes firmas transnacionales. Es un axioma económico muy viejo: existe un recurso finito, luego tenemos un mercado.

Las recomendaciones del Consejo Mundial del Agua y de otras instituciones a nivel internacional recuerdan peligrosamente a las directrices que el Banco Mundial ha venido repartiendo a los países más pobres en las últimas décadas: privatización, privatización y más privatización. Las conclusiones de estos foros suelen incidir en la necesidad de que el sector privado intervenga en la gestión del agua, aduciendo una supuesta mayor eficacia y la escasez de recursos de las administraciones, argumentos cuanto menos discutibles (falaces en mi opinión). Las experiencias recientes al respecto, en áreas bolivianas por ejemplo, corroboran algo que podíamos imaginar sin mucho esfuerzo: las grandes corporaciones privadas no garantizan el abasto mínimo en zonas rurales de difícil rentabilidad. Por otro lado contamos con ejemplos de excelentes resultados de administraciones públicas del agua en ciudades como Osaka.

La estrategia con la que las empresas están haciéndose con el control de los jugosos manantiales (Coca Cola calcula que en algunos años el negocio del agua le será más rentable que el de los refrescos carbonatados), sigue un patrón reconocible: bajo la promesa de financiar proyectos comunitarios (escuelas, pozos, etc.) comienzan un progresivo proceso de concesiones y compras masivas de tierras. Desde el año 2000 empresas como Coca Cola, Pepsi, Bimbo o Nestlé se están instalando en las cuencas fluviales de lugares a priori tan exóticos como la selva Lacandona o Tiltepa.

Cada año mueren ocho millones de personas por carencia de agua potable y los problemas de salubridad que de ello se derivan. Uno imagina que el agua, origen de la vida y cuna de las sociedades complejas debiera pertenecer al acervo de la humanidad, pero parece que nos encaminamos a un escenario en el que un porcentaje creciente de la población mundial no tendrá acceso al preciado líquido.