Viernes noche en casa.

Hay dos razones para que esté a estas horas del viernes en casa (apostaría a que son las más comunes): una de ellas es estudiar y la otra es estar enfermo. Hace mucho tiempo que no hago sacrificios de este tipo por los estudios; la segunda opción pues. De hecho llevo todo el día en casa sin salir.

Suelo ponerme muy reflexivo cuando estoy malo, diría que me pongo estupendo si encuentro un trozo de papel y un boli. Prefiero mil veces ponerme a escribir lo primero que me salga a pararme a pensar en lo que estoy diciendo, sin embargo no tengo ese privilegio. No me sale tan bien a la primera y lo que antes no importaba, ahora sí.

He venido a parar aquí como un auténtico novato del viernes noche en casa. Es completamente tentador este rincón anónimo y me he dicho: voy a ver si me deja el mismo sabor de boca que el pedo. Lo primero de todo, me he emocionado con el artículo que viene inmediatamente después de éste. Todo lo autopunitivo me parece tan conmovedor, creo que tiene mucha más fuerza que si la buscas en el tono. Los fuertes se terminan despistando en algún momento y entonces resultan tan desamparados.

No me cuesta nada transcurrir en la debilidad, al principio me dejaba llevar, luego me construí una casa allí y ahora vivo de lo que da el campo nada más. Veo cómo toda esa gente; nosotros, vosotros, nos vamos haciendo fuertes a fuerza de crecer porque todo el mundo sale de casa con otra cara, esperando batirse con el primero que trate de engañarle en esta competición de lo ajeno, de lo violado, en la que nadie pone su verdad en la acera, todos juegan a hacer trampas.

Mientras el tiempo pasa con una carcajada terrorífica ante lo que contempla. Es como mi pequeño ‘yo débil’, tan solitario en su casa, en su mundo particular, huyendo de la necesidad de armarse ante la mentira que nos están haciendo vivir o peor, que hemos escogido vivir así. Toda esta pantomima en el Teatro Real merece un emocionante último acto de los que no existimos.

Yo también voy a recuperar una cosa que escribí una vez (la entrecomillo como el que ha dejado de ser lo que fue):

«Los días, qué frágiles se mueren y por mucho que los cuide, siempre se me caen de las manos. Cuando no estás, qué solo me quedo, pensando qué frágiles se mueren los días.»