Ente 600 y 800 muertos en Faluya en siete días según las distintas estimaciones(curiosamente las más occidentales son las más abultadas:Associated Press frente a Al Jazeera). Unos setenta muertos norteamericanos por la otra parte. Y sin embargo estos muertos pueden ser la macabra esperanza de la paz, el latigazo a la opinión pública norteamericana, única capaz de frenar en alguna medida estos desmanes, como ya se ha comprobado en otras ocasiones. Al respecto hace un paralelismo muy interesante Íñigo Ugarte, comparando la situación con la ofensiva vietnamita del Tet en 1.968. Explica como la operación, en la que la guerra salió de los recovecos naturales de la selva a las calles, fue un tremendo desastre humano para las tropas del Vietcong, pero una buena hostia a la opinión pública norteamericana, haciendo cundir la sensación de que aquella guerra nunca se podría ganar. Claro que no se puede plantar cara a los Apaches con fusiles oxidados y esperar encima tener menos bajas que el enemigo, es lo cruel de la realidad. Mientras las tropas españolas en guerra, auspiciando una tremenda masacre de civiles, aunque con la cara bien lavadita en nuestras teles, donde los muchachos, se dice, están allí por razones humanitarias(humanas si son si admitimos que el odio es un sentimiento tan propio de nuestro género como el amor, la simpatía o el hambre). Contaba Javier Ortiz el otro día(11 de Abril) que se quejan nuestros soldados porque los yankis les trataban como subalternos, y comentaba acertadamente que es lo que son. Es lo que somos, y desde hace mucho,no sólo en su más caricaturesca versión actual. Desde aquí sólo nos queda seguir el diario de la resistencia Irakí y cultivar la desesperanza, el hastío, el cabreo y el asco.