Dos maneras de apretar los dientes

Querido diario,

El otro día leí en un artículo de Pedro Bravo el concepto ciudad bruxista y me lo quedé. El adjetivo traslada intuitivamente la impronta del presente. El de un ambiente rechinante, que te lleva a apretar las mandíbulas hasta tensar las sienes de forma prolongada. Que ocurre veinticuatro horas al día, pero se manifiesta especialmente durante las horas nocturnas, cuando toda esa tensión de la ciudad se niega a replegar velas en la cama. La vida apresurada, la que también pone a prueba las fibras de los músculos, se niega a parar, siega el descanso y la frase ciudad que nunca duerme significa cosas diferentes a las que solía.

El concepto tiene mucho que ver con las vivencias y reflexiones volcadas en su muy recomendable ensayo ¡Silencio!, donde habla acerca de los diferente tipos de ruido: el auditivo o el de la moderna demanda constante de atención, entre otras causas de la ansiedad.

El concepto de Pedro ha dado vueltas en mi cabeza de forma mucho más amable que los llamados pensamiento rumiantes, bucles de preocupación que se cuelan en nuestro día a día anclándolo sobre sí mismo. Estos días, ciudad bruxista andaba por ahí, rebotando en mi cabeza, y esta es una de las razones por las que escribimos cuando no nos pagan por ello (muchas veces también cuando lo hacen). Para ordenarlo, para compartirlo.

En ese centrifugado de las paredes internas del cráneo, el concepto se habrá cruzado inevitablemente con el canto ruidoso de la canción Salgo a la calle, de los Elektroduentes, que una voz interior me canta machaconamente últimamente:

“Salgo a la calle para no pensar / pocas cosas me hacen reaccionar / porque me ahogo en esta realidad / porque me agobia la necesidad / de saber que algo va a cambiar / que no todos los días van a ser igual / no soporto esta rutina ni esta mierda de vida / necesito saber que algo va a explotar”

Y repite con rabia en varias ocasiones “porque tengo la necesidad / necesito saber que algo va a cambiar”. A su manera, es una canción ruidosa contra el ruido. Igual que ¡Silencio!, es un grito de ¡basta! necesario para empezar a buscar un camino colectivo que nos permita dejar de pulverizar la dentina.

Me surge durante la escritura la idea de que podemos apretar los dientes como actitud en lugar de como síntoma. Como somatización de una ciudad –de un mundo– empeñado en laminar nuestra autoestima de uno en uno. O de forma voluntaria, apretando los dientes, quizá apretando los puños, para mirar al frente (esto es, afrontar) en busca de miradas cómplices.

Contrariamente a lo que, imagino, pueda parecer, regurgito esta hierba rumiada desde la placidez de unos días que son más parecidos a una dehesa interior que al perfil mellado de una ciudad bruxista. Tecleo desde el valle, en lo que podríamos llamar un muy buen momento personal, que es mi encarnación más fértil. El lugar desde donde uno puede, abstrayéndose del ruido ambiente, darse cuenta de que nuestro bruxismo es funcional al sistema. Mientras nos permita continuar.

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