Hoy el Atleti ha perdido contra el Real Madrid la semifinal de la Liga de Campeones por 3-0. No ando muy triste, el equipo jugó un partido muy malo y para ganar al Real Madrid hace falta ser tres veces tu equipo en el campo. Si no es así, como hoy, te ganarán incluso por más goles de lo que, en justicia, merecían meter. No son estos los partidos que más jode perder.
La casa está silenciosa y andaba dándole vueltas a la frase de un amigo madridista en un chat: La vida sigue igual. Una frase más dentro del choteo habitual en el fútbol, sin mayor relevancia ni mala intención, pero que ha dejado pensando con los dedos. Es decir, escribiendo estas líneas.
Hace ya unos cuantos años que no sigo el fútbol más que de reojo. Reconozco que, caminando los treinta, el fútbol dejó de interesarme lo suficiente como para escalar los muros que se interponen entre una afición moderada y los partidos: el precio de las entradas, la ausencia de buen fútbol en abierto o la lejanía estética con la figura del futbolista contemporáneo.
Un ejemplo. Hoy J. Me pidió que leyera un capítulo de su libro en la cama justo cuando empezaba la segunda parte. Estaba a punto de decirle que hoy lo leyera ella, que mañana…cuando me dije, “qué demonios”. Me reenganché al partido en el minuto quince o veinte. Otro. Cuando, de tanto en tanto, veo un partido con mi padre -uno del Atleti, por supuesto-, le tengo que preguntar quién es el chaval de la cantera que ha salido de titular o qué tal juega el nuevo fichaje.
El fútbol ocupa hace mucho un espacio muy residual en mi vida, como se ve. Espacio poco, importancia ninguna. Quizá por eso, siendo yo un llorón desbocado, en esto del fútbol he derramado lágrimas por ganar, nunca por haber perdido.
Mmm¿Importancia ninguna? Querría desdecirme: más allá de lo que pase en la cancha, sigo encontrándome a gusto en la intensidad de ser del Atleti. Para mi esto es un juego, uno capaz de crear, de vez en cuando, brasas en las sobremesas de fría oficina y olor a sudor de manada en tiempos individualistas y asépticos. Ahí, con otra gente, sigo reconociéndome y me temo que esto no caduca.
La vida sigue igual, sonrío. Todo sigue igual, efectivamente, en el Olimpo de los Dioses, pero desde la final de Lisboa (2014) el Atlético había ganado cinco de los trece enfrentamientos con el Real Madrid (se habían empatado otros tantos y sólo se perdieron tres). Tres veces se ganó en el Bernabeu. La vida sigue igual, pero no para los atléticos, que hemos visto como desde la llegada del Cholo se han ganado una liga, una copa, una supercopa (de España y de Europa), una UEFA – el año antes otra contra el Inter- y se ha llegado a dos finales de la Liga de Campeones. Nada, la vida no ha cambiado casi nada, no te jode.
Cuando era pequeño en clase éramos dos del Atleti. Aguantando el tirón, lo juro. Hoy, en el colegio de mi hija hay más niños del Atleti que del Madrid y, lo que me parece más interesante, he comprobado que los padres y madres a los que no les interesa el fútbol son, casi invariablemente, un poco colchoneros. Antes, lo normal era ser por defecto del Madrid. Hoy, si hay que elegir, se decantan a favor del más simpático o contra el más odioso (y, siento si pensaban que era un futbolero ecuánime y noble, casi prefiero lo segundo). Nada, qué va, nada ha cambado: la vida sigue igual.
Lo que me daba que pensar de la frase era que, sin quererlo quien la pronunció, resume a la perfección la razón por la que soy del Atleti. O quizá la razón por la que podría ser de otro equipo pero nunca del Real Madrid ¿Qué personaje de una buena película sería del Real Madrid? ¿Qué lector de una novela decente esperaría que el primer final que se le ha pasado por la cabeza sea el elegido por el escritor? ¿Quién jugaría una partida de un juego en el que no esperara, esta vez, superar al monstruo final?
No hay señorío -la palabra más madridista- que no merezca ser derribado por sus plebeyos ni hay pasión en la dominación de los señores.
En serio ¿Quién coño quiere que la vida siga siendo igual?