Voy a seguir usando “Solo el pueblo salva al pueblo”: al que le pique, que se rasque

En el año 2021 el histórico líder del movimiento vecinal vallecano Pepe Molina me decía en una entrevista “Aunque suena grandilocuente, la frase solo el pueblo salva al pueblo es real”.

La construcción a la que recurría Molina –y que yo llevé al titular– es un lema bien conocido en los movimientos de base, que subraya la potencia del apoyo mutuo y la autoorganización. Durante los primeros días después de la tragedia de Valencia, la leí varias veces en el mismo contexto al que siempre ha pertenecido, en la longitud de onda de la izquierda y el activismo de base. Sols el poble salva al poble, en su versión catalonoparlante. Sin embargo, su uso rápidamente fue ensanchándose y, también, anidando en la propaganda de grupos de extrema derecha de última hora como Revuelta, que tratan de sacar tajada en el caos.

Solo el pueblo salva al pueblo tiene una larga tradición en América (en una búsqueda rápida he encontrado ejemplos diversos de uso en contextos de Honduras, Ecuador, Colombia, Venezuela o Costa Rica). En Francia también se ha utilizado en experiencias de autogestión y una versión que no he podido corroborar dice que la expresión provendría de la Comuna de París, un origen seguramente apócrifo que, sin embargo, habla de la tradición de horizontalidad en la que se inserta.

No le dí al principio mayor importancia al intento de apropiación, “uno más de una larga lista”, pensé. Distintos grupos fascistas han tratado antes de quedarse sin éxito figuras alejadas de ellos como Durruti o Miguel Hernández. Si hasta copiaron en los años treinta la bandera confederal…

Pronto, empezaron aparecer sin embargo artículos de prensa y mensajes en redes que, negando la mayor, no conseguían en mi opinión su objetivo de combatir la propaganda antipolítica de los movimientos fascistas. El lema es una coartada bonita para arrastrar al nihilismo antipolítico, decían unos. No, el pueblo no salva al pueblo lo hace el Estado, aseveraban otros. El pueblo se salva, sí, pero encarnado en las instituciones públicas, añadían los más finos. 

Solo el pueblo salva al pueblo es solo una frase, carece de importancia. Sin embargo, lo que desprecian o simplifican quienes ahora obvian conscientemente su sedimento (es poco creíble que lo desconozcan y, sin embargo, no lo mencionan en sus textos) están despreciando lo que el pueblo valenciano está viviendo estos días con gran intensidad. 

Porque no es una ocurrencia, es un lema que encierra experiencias y prácticas. Nadie de quienes lo han utilizado hasta ahora , ni siquiera si su tradición política es anti estatista, pretende que en estas circunstancias se echen a un lado quienes tienen las ambulancias, gestionan los hospitales y saben conducir los helicópteros de rescate. No se trata tampoco de un lema antipolítico puesto que quienes lo han pronunciado han sido siempre personas comprometidas con su entorno. Politizadas. 

Pero, ¿es mentira lo que dice la frase? ¿Venía a cuento? Señalar el protagonismo de la gente organizada en las respuestas a las grandes catástrofes no es una excentricidad. La ensayista Rebeca Solnit habla en Un paraíso en el infierno: las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre de las breves utopías del desastre. En este concepto encierra las distintas aristas de las oleadas de altruismo y organización que atravesaron las situaciones posteriores a los desastres que analiza, cómo el huracán Katrina.

En el libro también explica cómo los paradigmas de abordaje de las catástrofes han cambiado en las últimas décadas atendiendo a la capacidad de respuesta de las personas y ante la constatación de que, por más preparados que estén los servicios de salvamento, siempre podrán quedar sobrepasados. Por ello, explica Solnit, en muchas áreas donde las catástrofes naturales son habituales los bomberos trabajan con la población civil en tiempos de normalidad para hacer más eficiente su reacción comunitaria en momentos catastróficos.

También es un hecho constatado por la experiencia y analizado en distintos estudios que esa capacidad comunitaria de resistencia, resiliencia diríamos hoy, es mayor cuanto más robustas son las conexiones sociocomunitarias previas. Así lo ponía de relevancia Solidaridades de Proximidad. Ayuda mutua y cuidados ante la Covid19, una investigación del Grupo Cooperativo Tangente en colaboración con otras entidades que llega a la conclusión de que la acción comunitaria fue capaz de ponerse en marcha de forma más rápida que la institucional ante la crisis del Covid, siendo primordial para ello la existencia de un tejido vecinal organizado antes de la pandemia.

El otro día lo expresaba en X de forma análoga el investigador de la Universidad de Murcia Juan Manuel Zaragoza: “Los estudios que hicimos durante la COVID fueron claros: cuando existe una organización previa de ayuda mutua, la intensidad y calidad del apoyo que se recibe es mayor, y dura más tiempo”.

En el momento en el que escribo estas líneas escucho por la radio acerca de una guardería vecinal improvisada en una de las localidades afectadas. Inmediatamente después, veo pasar por delante una noticia sobre brigadas vecinales en el barrio Parc Alcosa, en Alfafar. Son muchos los testimonios que llegan en tropel, entre la desesperación y la indignación de los afectados, sobre lugares a los que días después de las tormentas solo habían conseguido llegar voluntarios.

 Es en este contexto, de toma de conciencia de la propia situación e indignación, donde resuena el Solo el pueblo salva al pueblo. Sobre un suelo real, aunque embarrado e inestable, en el que la extrema derecha trata de sacar rédito. El lema puede ser cooptado por aprovechados fascistas pero es importante no negar lo que realmente significa porque es tangible, valioso y, haciéndolo, podrías estar regalándoselo a los malos

Su negación va de la mano de la versión, oportunamente apoyada por la presencia en Paiporta de energúmenos fascistas durante las protestas contra el rey y el presidente, de que serían estos elementos de extrema derecha los únicos protestantes. Como si a los vecinos de verdad les faltara barro que tirar y razones para gritar.  

El Estado tiene unas ventajas importantísimas a la hora de desplegarse sobre el terreno para afrontar situaciones de anormalidad masiva como la que asistimos estos días. Ventajas de escala. Por ello, y por su propia naturaleza, está revestido también de gran responsabilidad y de la obligatoriedad de rendir cuentas. Días atrás, y mientras numerosos trabajadores públicos trabajaban incansablemente entre el barro, hemos asistido a demostraciones del poder del Estado que nada tienen que ver con su capacidad de intervención humanitaria. Hemos visto cómo la cuenta de la Guardia Civil en X alardeaba de haber requisado unos zapatos “robados” a un hombre descalzo; cómo una alta funcionaria utilizaba un desagradable tono regañón con los familiares de fallecidos y, finalmente, cómo se suspendían las labores de auxilio de una población mientras se llenaba de policía para que pasara la encarnación misma del Estado. Mientras, centenares de voluntarios desobedecían la orden de parar el trabajo durante el paso de la comitiva oficial.

No estamos ante un Estado fallido, como difunden los cachorros de extrema derecha, pero sí ante una serie de actuaciones cuestionables del Estado en sus distintos niveles. Una responsabilidad posiblemente criminal en el caso de la comunidad autónoma y, cuanto menos tibia (¿cobarde?), por parte del gobierno central. No parece inteligente cerrar filas incondicionalmente sobre las virtudes de la república (monárquica, en este caso) y esperar que no vengan otros a patrimonializar el descontento popular y el orgullo ante la acción colectiva.

Crónica tardía del mundial que no vi

Diciembre es un mes raro para ver un mundial de fútbol, pero fue el del último. Entonces redacté un hilo en Mastodon con impresiones de aquellos días. No tenía muchas ganas de verlo, pero la pasión recién estrenada de D. por el fútbol me llevo a atender en algunos partidos, sin demasiada pasión. El otro día recordé el hilo y pensé, ¿por qué no lo pones todo seguido en el blog? Aquí está. Desde el mundial he vuelto a ver más fútbol, exactamente por la misma razón: acompañar a D. Es divertido y frustrante a ratos, como siempre fue.

#ElMundialQueNoVeo

22 de noviembre de 2022

Voy a ir escribiendo en un hilo un pequeño diario –probablemente inconstante– de los días en que transcurre #ElMundialQueNoVeo. Como a la mayoría, no siento ninguna cercanía con este mundial, pero mentiría si dijera que mi único desinterés proviene de los DDHH. Esto es solo el ejercicio de parar cinco minutos a pensar sobre los días y dejar correr los dedos. Para una crónica de verdad (tampoco solo sobre fútbol) seguid a @ignaciopato. Luego subo el primero.

Esta mañana, después de dejar a D. en el cole, me quedé esperando a R. en la calle. Miré el móvil y vi un mensaje de K. “Ha muerto Pablo Milanés”. Llorar en la calle por desconocidos debe ser cosa de los 45. Sentir en el lagrimal cómo raspan los recuerdos al irse. Conciertos con mi madre, cantos exaltados con amigos, “yo pisaré las calles nuevamente” marcando el ritmo de las manis dentro del cráneo. Sé –también por el teléfono– que ha perdido Argentina. Y ya no me importa.

24 de noviembre

El señor fútbol se pasea por el espacio público desnudo, con la espalda arqueada hacia atrás y ofreciendo sus pelotas al paso. Ayer por la mañana lo comentábamos en la cola para votar en el consejo escolar del cole. “Si está bien jugar al fútbol, pero lo cierto es que ocupan todo el patio y, las demás, arrinconadas”. Por la tarde, en la biblioteca donde trabajo: GOOOOOL a voz en cuello. Más de cincuenta chavales viendo el partido y gritando en la sala de estudio.

A una compañera: ¿Dónde está escrito que en la biblioteca no se pueda ver el fútbol”? Al de seguridad: «Sí, señor, ya nos callamos». El imberbe que llevaba la bandera de España a modo de capa paseándose toda la tarde por allí, ofreciendo sus pelotas al paso.

27 de noviembre

Viernes. Niños, niñas y abuelos con batucada. La mejor alianza posible para reivindicar una vez más –van tres manis, la última el viernes– que el Ayuntamiento no destruya una pista deportiva construida y a estrenar para hacer un nuevo mega gimnasio. La política municipal madrileña es, hoy, el mejor observatorio de la paradoja: se saca pecho con el deporte y se destruye el suelo donde germina. Aquí la batucada (rabien los haters de los tambores). Y aquí la historia.

Sábado. He visto el partido entre México y Argentina. Pues sí. Mi hija me buscó un enlace pirata. No le interesa el fútbol, pero faltó un profesor en el instituto y les dejaron ver no sé qué partido. Tampoco sé qué pensar de ello (o pienso diferentes cosas). Constato que ya no voy incondicionalmente con Argentina y que, probablemente, toda mi generación, hija de las venas tensas en la cara de Maradona, ya no es más barra brava de todo cien cada cuatro años.

He bajado a por algo para hacer la cena a la tienda de Juan y Ana (la pareja china que regenta los ultramarinos de mi calle). Alberto me ha saludado desde detrás del cristal con la albiceleste puesta. Su bar está hasta arriba de argentinos viendo el partido. Una vez me confesó que solía llevar la camiseta de River pero no le interesaba mucho el fútbol –yo creo que es mentira–.

Algo así: “Como soy argentino, todo el mundo espera que me guste el fútbol y me habla de ello. Yo hago como que entiendo…además, tengo este bar, ¿qué quieres?” De la pared del garito cuelgan fotos de Gardel, Messi, el Che Guevara y Maradona (un cuadro muy bonito que le hizo un parroquiano). Argentina ha ganado y yo he sonreído desde enfrente de la pantalla del ordenador al bueno de Alberto. #ElMundialQueNoVeo (¿o sí?)

28 de noviembre

Vi Argentina. 1985. Fue una experiencia hilvanada por las distintas fases y naturalezas de la lágrima. Apretar el párpado, mirar de reojo a mi compañera en el sofá, romperse el dique, llanto contenido y, ya, indisimulado…También fue rabia, pena, emoción, orgullo en diferido…Hay una escena –viene destripe leve– que es el espejo lacerante de la historia de España. Sabes desde el principio que viene, no cuenta nada que no sepas ya, pero origina un boquete en nuestra biografía colectiva.

Ya hemos visto cómo es la familia del ayudante del fiscal, el famoso Julio César Strassera. Gente de bien y orden. Su madre va a la misma iglesia que Videla. En el momento que Darín- Strassera le dice algo así como “nunca vamos a convencer a tu madre y a la gente como tu madre” sabes que sí y que será un punto clave del relato. Y sucede, claro. “Tenías razón, Videla debe estar en la cárcel”, dice la señora por teléfono

Son muchas las familias que no querían ver que tuvieron que enfrentarse al relato desgarrador de las víctimas de torturas del régimen militar. Sabían que algo pasaba y habían decidido seguir compartiendo mantel con los responsables como buenos vecinos, pero casi nadie puede enfrentarse a los niveles de abyección moral que se alcanzaron en la ESMA. En España nada de esto sucedió.

En 1978, mientras la mayoría de los periodistas desplazados a Argentina para ver el mundial 78 cubrían el partido inaugural, la televisión holandesa daba voz a las Madres de la Plaza de Mayo. “Nosotras solamente queremos saber dónde están nuestros hijos, vivos o muertos” Su grito colectivo, rotundo y sufriente, llegó al mundo entero. Habían mandado una carta a todos los futbolistas argentinos. De este mundial, aun esperamos algo más que gestos mientras miramos avergonzados.

Vi por casualidad unos minutos del Brasil-Suiza. Vinicius, con el partido ya ganado, hace una rabona sin sentido ni utilidad. Un desprecio a lo le queda de nobleza al deporte.

El vídeo de las Madres de la Plaza de Mayo. Ved la peli

30 de noviembre

El otro día estuve hablando por teléfono con José Ignacio, el entrenador de un equipo de barrio al que su fricción con la realidad le ha llevado a montar una obra social. Un día su hijo –también pupilo en el ADC Malasaña– le dijo que un amigo quería apuntarse a jugar. “Dame el teléfono de sus padres y hablo con ellos”. Se topó entonces con una realidad que desconocía: la de los niños tutelados por la Administración.

Están en los colegios de nuestros hijos, pero parecen invisibles y sufren el estigma impregnado por la mala baba, filtrada a través de los medios de comunicación tolerantes con el fascismo e intolerantes con los más débiles. Se plantó en la residencia donde vivía y empezó a llevárselo a los entrenos y partidos. Luego, fueron llegando más críos tutelados al equipo. Este año, ha montado ya una especia de obra social para que nadie se quede sin jugar al fútbol en el barrio. Podemos echar una mano aquí

2 de diciembre

Del primer mundial que tengo memoria no vi ningún partido. En 1982 tenía cinco años y tengo el recuerdo del ambiente. Naranjito, Sport Billy y un nosequé más que no puedo concretar con palabras. Supongo que tiene que ver con lo que hacen los mayores en el salón, lo que hablaba la gente a tu alrededor o las palabras que salían de la radio, aunque para ti fuera solo un zumbido de fondo.

Ayer salí a merendar y de reojo capté, a través de los cristales, campos de fútbol en los televisores de un par de bares. Entré en Rodilla, pedí unos sándwiches y, quizá por esto del ambiente pegajoso, cogí de entre los periódicos del día colocados para los clientes el AS.

Lo ojeé sin mucho interés, de arriba abajo. No sabría decir la cantidad de años, muchos, que no leía un diario deportivo. Entonces lo solía hacer de la contraportada hacia delante. Paro en una columna: “Takahashi: Gavi y Pedri son los Oliver Atom de ahora” Era el creador de la serie. Visto lo visto, mejor animador que augur.

10 de diciembre

Vuelvo a este diario del mundial ya sin mundial en primera persona para los españoles. Estos días visité Mérida. Mirando el graderío carcomido del circo romano me dieron ganas de trasladar aquí alguna analogía. Lo descarté a los cinco minutos. Menos mal.

Marruecos ganó a España. D. se enfadó, yo me lo tomé con bastante relajo y me alegré por Chaima, por Karim, por Anwar, por mi vecino de enfrente…Imaginé latir fuerte el cemento en la zona de la mezquita del barrio, quince minutos andando hacia el norte por Bravo Murillo. Y me pareció reconfortante

Sentí cercanía con los vecinos y rechazo por el régimen de Mohammed VI; sonreí cuando los jugadores de la selección sacaron la bandera de Palestina, pero, a continuación, rabia cuando entonaron cantos sobre la ocupación del Sahara. El régimen, tan amigo de nuestro borbón viejo, tan caro cancerbero de nuestras fronteras, cómplices de un crimen global. Por la geopolítica mandaría a la mierda al mundial y al Estado. Por los vecinos sonrío.

16 de diciembre

Yo no tenía ganas de ver el mundial. Sentía más desapego que boicot, aunque seguramente los Derechos Humanos tuvieran pellizco en esa sensación de indiferencia. Lo he visto a ratos –más de lo que suponía iba a hacerlo– y he ido dejando unas pocas impresiones por aquí –menos de las que suponía dejaría–, con poco contenido futbolero y algo más de costumbrismo ambiental, en todo caso.

Más arriba dejé dicho que las simpatías improvisadas han tenido que ver con los nombres propios que podía ponerle a cada camiseta. Y al conocimiento de los músculos de sus rostros. A veces, no es necesario conocer mucho a una persona para imaginar la cara que pondría en un momento de nervios o de alegría desbordada. En ese gol.

Esas caras han resultado ser argentinas o marroquíes. También me he dado cuenta que ver un mundial desapasionadamente echa lastres afuera. Por ejemplo, permitirme cambiar de equipo a lo largo, no ya de una competición, sino de un mismo partido. Como hace la gente que no sabe de fútbol.

Yo iba, de aquella manera, con Holanda cuando jugó contra Argentina. El que antaño solía ser mi segundo equipo en el mundial, el primero con opciones de ganarlo, ahora se me hacía un equipo antipático y vulgar. Pero resulta que D. (8) adora a Messi. Ha visto más fútbol en el álbum de cromos que en la tele. Pero adora a Messi y lleva a con orgullo cierto un cromo especialísimo que solo él tiene en clase.

“–Papá, ¿a que Messi es el mejor?”
–Sí hijo, uno de los mejores jugadores que hay.
–No, papá, el mejor, pero el mejor de la historia.
–Hombreeee. Y yo soy del mundial 86.

Antes de empezar la prórroga, bajé a por una cerveza a la tienda de Juan y Ana (que son quienes regentan el ultramarinos chino de la calle). Iba pensando en D. y sus saltitos nerviosos frente al televisor. Pasé por el escaparate del Iguazú, el bar argentino de Alberto, de quien ya os he hablado. Lleno de albicelestes, chicos y chicas con los labios amoratados por sus propias dentelladas nerviosas

Alberto me saluda con una sonrisa todas las noches desde el otro lado del cristal cuando regreso del trabajo. Yo me giro, le correspondo con un gesto y me topo con el cuadro de Maradona en la pared. Acababa de darme cuenta, ¡también está el de Messi! Subí a casa y me puse a animar a la albiceleste junto con D.

Un detalle. La vida sigue, ignorante de las pasiones de este mundial navideño. Ese día que bajé a por una cerveza, mientras sonaba en mi cabeza el interludio porteño de andar por casa, en la otra acera sucedía algo. Sucedía una barricada de libros

Junto a la tienda de Juan y Ana más de un centenar de libros perfectamente apilados en la acera. Alrededor, un grupo de chicos y chicas jóvenes escrutando los ejemplares abandonados. Compartiendo mi cara de preocupación por el cielo apunto de descargar sobre nuestras cabezas. Miro curioso, entro a la tienda a por mi cerveza

Al salir veo pasar a varios chicos ojeando un libro rescatado de su orfandad. “La Iliada”, alcanzo a escuchar. Qué nivel. Junto a la barricada de tinta y pulpa de papel, una chica sola, con gesto de alienígena abandonado en una ciudad tan vulgar y extraña como esta. Y una voz rezagada de la pandilla –“¡Eh! Que los libros eran de esa chica”. Mudanza.

22 de diciembre

Habría sido un gesto bello que en la celebración del campeonato algún futbolista argentino agarrara el micrófono y empleara el torrente de excitación desbordada en el que se encontraban todos sumidos para reclamar la libertad de Amir Nasr-Azadani, el futbolista iraní condenado a muerte por levantar la voz por los derechos de la mujer.

Un gesto refulgente que, sin embargo, habría servido para desanudar todas nuestras contradicciones. Una pose oenegista y socialdemócrata. Ojalá hubiera sucedido, pero, a la vez, está bien no tener esa coartada.

Terminado el mundial de Qatar, puedo decir que este acabó por ocupar más espacio del que en un principio hubiera pensado desde el desapego no militante. Mirándonos a J. y a mí ver el último partido, se podría decir que fue un espacio vulgar: un espectáculo grandioso encerrado en una tarde de domingo en casa viendo la televisión. Como una buena peli.

Sin embargo, la diferencia con otro espectáculo apabullante –y de esta grandeza nacen también sus miserias– es que no se agota en la representación, salta a la calle y se muestra tan vivo allí como en las gradas vociferantes de un estadio

Un rato después de terminado el partido, una mujer bajo el dintel del bar de Alberto –unos cincuenta años, gafas de ver, pelo rizado– sostenía un teléfono móvil frente a su boca. Le cantaba a su interlocutor, con emoción cómplice, la canción Muchachos, que ha servido de himno plebeyo a la hinchada albiceleste. Había compuesto ya unos versos que hablaban de la final que acaba de suceder.

Tardé mucho en cerrar este hilo con la crónica inconstante del ambiente mundialista a mi alrededor #ElMundialQueNoVeo [FIN]

13-O: una mani por el derecho a la vivienda con muchos debates internos y un solo grito de llamada a la atención de todos

Pancarta de PAH Villalba

Estuvimos D y yo un rato en la manifestación en defensa de la vivienda de esta mañana. Aunque la marcha partía de Atocha, fuimos al punto de encuentro del bloque formado por distintas organizaciones por el derecho a la vivienda –bloque crítico, podríamos decir–. Habían quedado en la plaza de Murillo, que separa el Jardín Botánico del Paseo del Prado.

Allí se podía encontrar algunas PAH –otras saldrían a bordo de la serpiente general–, sindicatos de barrio, Solidaridad Obrera, los autónomos del entorno Trafis, muchachada del Movimiento Socialista (creo que eran)…Un millar de personas, más o menos, de claro perfil activista y en los que había gente mayor –vestían verde Pah–, racializada (también) y chavales muy jovencitos , incluso de instituto.

Un buen contingente representante del movimiento de vivienda de base –excluyendo al hoy pujante Sindicato de Inquilinos de Madrid– que, de todas formas, contaba también con muchos otros activistas del misma perfil integrados entre la masa general.

Mientras esperábamos a que la manifestación se pusiera en marcha, mirábamos atónitos la pasmosa concentración de un grupo que, a orillas del Paseo del Prado, dibujaban a varios modelos. A un lado, un guía explicaba en inglés a un grupo de turistas montados en bici la naturaleza de la manifestación en ciernes, que ya se adivinaba importante.

Al unirse a la marcha, el grupo crítico quedó algo esparcido entre el resto de asambleas y manifestantes marchantes, me pareció, aunque aun harían ejercicios de unidad, como una sentada antes de llegar a Cibeles.

D. y yo anduvimos un buen rato cerca de la cabecera, donde las consignas de la megafonía dejaban clara una de las características más patentes de la convocatoria: la de agregado de debates y posturas alrededor del problema de la vivienda, así dicho en grandes letras (que no es poco). Y las diferencias de enfoque, naturaleza y ambición de los asistentes.

Algunos habían acudido para señalar a Ayuso y exigir el cumplimiento de la Lay de Vivienda. Otros, no pocos, gritaban La Ley de Vivienda, es una mierda, o Caseros, culpables, gobierno responsable.

Un rato después, empezamos a andar hacia atrás por el lateral para encontrarnos con los compas de Decordel, que habían salido bastante después que nosotros. Increíblemente, los retratistas seguían concentrados en su modelo, ajenos a la manifestación. El paseo nos dio la ocasión de ver el catálogo de colectivos presentes (todos) y escuchar los gritos más espontáneos. Una constante: la reclamación del territorio cercano. Los barrios, los barrios, para el vecindario, se cantaba por ejemplo.

No pudimos acabar la manifestación (no puedo echarle la culta a lo diez años de D., que estaba muy dispuesto). La cita servirá o no servirá en la medida de que sea un punto de partida para poner encima de la mesa el problema…y la voluntad popular de pelearlo en la calle más allá de la supervivencia. La sombra de la huelga de enunciada por el Sindicato de Inquilinos es una buena oportunidad. La convocatoria de dos Stopdesahucios, uno mañana mismo (en una casa del IVIMA) y el otro el jueves (por una entidad bancaria), es un recordatorio de que la urgencia habitacional tiene lugar todos los días.

Enseñanzas del verano que aún están por traducir

Sé que este verano he aprendido un puñado de cosas de desconocidos aunque aún no sé cuáles son. 

Todas las mañanas, a las puertas del trabajo, una señora mayor (una abuela, diríamos sin saber) lee atenta un volumen grueso en un banco. Debajo de un tilo. Permanece allí horas, primero hasta que la sombra que da el follaje se hace necesaria y, finalmente, hasta que deja de protegerla, momento en el que se marcha con su libro a cuestas. Aunque nunca he conseguido ver el momento en que levanta la mirada de las hojas y abandona su banco.

Una noche de esas que los periódicos nombraron de luna histórica -cada vez son más- vi a un hombre sentado en una silla a la puerta de su casa. Estaba sin camiseta, plácidamente reclinado sobre el respaldo de su silla. Tenía el móvil en la mano pero no lo miraba. Se me antojó el último hombre a la fresca sobre la faz de la tierra. Ni siquiera lo era de aquel pueblo pero, justo en ese momento, bajo la luz de la luna llena, parecía el residuo de antiguas noches de algarabía nocturna en corrillos en todas las calles del pueblo. El tipo, pese a la responsabilidad de ser el último hombre a la fresca sobre la faz de la tierra, parecía sereno. Sacó los cascos del bolsillo y se puso un podcast.

Había vuelto a trabajar y salía de casa de madrugada, en un sucedáneo de naturaleza a 45 kilómetros de Madrid. Camino del autobús, aún de noche, veía gatos saliendo al paso en el camino, distintas especies de pájaros dando brinquitos aquí y allá. Y oía sus trinos, muchos. Solo una señora de la limpieza, que empezaba su jornada, y yo asistimos a la escena en la que la naturaleza ensayaba su revancha.

Había tanto poso de vida, en el banco, a la fresca, de madrugada…que algo habré aprendido, o habré robado, posando la mirada al paso como una abeja en busca de polen.

Los “problemas” de la migración

Fotograma de Miedo a salir de noche, de Eloy de la Iglesia

Últimamente, las causas que me impelen a recuperar las claves de mi blog para dejar por aquí alguna nota son de lo más peregrinas. Hoy fui a responder un tuit de Antonio Hedilla y al darle al botón la antipática red social me espetó que este usuario no permite participar de la conversación a cualquiera; una configuración –dar paso solo a seguidores– que me parece muy razonable, por cierto. Y la verdad es que me gusta lo de ser un cualquiera.

El tuit, al que siguen otros mensajes que conviene entrar a leer, dice:

“Para mí, gente como @Hibai_ @Miquel_R o @crendueles son referentes en muchos aspectos. Pero son sus hilos los que me han hecho pensar. Si gente tan respetable escribe en la óptica «no hay un problema», ¿No estamos con el «no pienses en un elefante?”

Son varios los mensajes que estos días han razonado desde la izquierda la necesidad de afrontar el “problema migratorio” para no dejar vía libre a la extrema derecha a la hora de dar respuestas a experiencias vitales que estarían produciéndose en barrios de gente trabajadora. Es fácil buscar las opiniones de los aludidos, que se oponen por razones prácticas o éticas a comprar el marco, como ahora se dice.

En mi respuesta abortada decía algo así como que habrá que entrar a solucionar cada uno de los problemas que haya en los distintos barrios y ciudades de España, pero afrontar el “problema de la inmigración” es aceptar una definición que ya condiciona el debate y, además, crea el propio problema porque la percepción de seguridad es por definición subjetiva y, como tal, muy sensible a la aparición del debate en la esfera pública.

¿Un falso problema? En mi opinión, sí. Rendueles recordaba en el transcurso de la conversación que las encuestas no hablan en general de tal preocupación en España. Y falsa sobre todo porque problemas con la inmigración hay muchísimos y la mayoría tienen a los propios migrantes como afectados:  la falta de recursos para la regulación, racismo institucional y popular, carencia de redes de apoyo familiares,  burorepresión,  abuso laboral generalizado,  penuria material…

Si empezamos la conversación aceptando el sintagma “problema migratorio” estaremos relegando a la irrelevancia todo lo anterior. Dando por hecho que la experiencia vital válida, la que merece ser tenida en cuenta, es solo la de los españoles afectados por sus miedos, fundados o no, y no la experiencia de los propios migrantes.

Se puede –se debe, en realidad– entrar a todos los debates y afrontar los problemas concretos, pero en nada ayuda hacerlo dando por sentado el planteamiento de partida de la derecha racista. Porque, no nos engañemos, la islamofobia y el racismo están en la base de estos planteamientos políticos. Con todo el clasismo mal resulto que destilaba la fascinación por el llamado cine quinqui, ¿alguien imagina una moda cultural de masas asociada a la delincuencia juvenil protagonizada por magrebíes?

Si me preguntaran un antídoto eficaz contra el racismo y los pánicos morales nombraría a bote pronto la obligatoriedad para todo el mundo de llevar a sus hijos a centros escolares públicos concedidos por sorteo. Si me preguntaran otro sobre la criminalidad callejera y de baja estofa plantearía la redistribución radical de rentas. Pero no parece probable que este tipo de soluciones se vayan a implementar de hoy para mañana. Habrá que dar, y ya me fastidia, soluciones que pasen por la vigilancia y la intervención social. Afecten estas medidas a un castellano viejo como el hermano de Begoña Villacis o a quien llegó antes de ayer al barrio.

Lo que sí podemos hacer, aunque sea trabajoso, es oponer a la visión racista que, voluntaria o involuntariamente, asimila lugar de origen –y color de la piel– con la peligrosidad otras panorámicas de la experiencia cotidiana que, por la razón que sea, está condicionando menos la opinión de algunas personas. Tus vecinos, el compañero de tu hijo en el colegio, tu mecánico, tu frutero, o la mujer que viaja a tu lado en el tren de cercanías camino del trabajo nacieron en Tánger o en República Dominicana…

…aunque a lo mejor no, a lo mejor hay una parte no desdeñable de gente con miedo a entes que no se corresponden con personas con las que conviven. Hace un tiempo leí un estudio que bajaba bastante al detalle en el ámbito europeo y planteaba con datos la hipótesis de que era más acusado el aumento de percepción de inseguridad y el voto a la extrema derecha en barrios de clase media que lindaban con otros barrios con gran composición migrante que en estos mismos barrios. El privilegio de escribir un post en mi blog y no un artículo serio me permite la inexactitud de hablar de memoria y, en todo caso, creo que las casuísticas serán distintas en unos lugares y otros. Sin embargo, tampoco parece descabellado pensar que este mecanismo social de frontera suceda a menudo –todos hemos conocido a gente atemorizada “de oídas”– y tenga que ver con la experiencia subjetiva que construye la sensación de inseguridad.

Lo llevo a lo personal. La semana pasada asistí a una reunión de vecinos en la que salió por enésima vez la posibilidad de instalar cámaras de vigilancia en el edificio. Las distintas posiciones de los vecinos, que ya conocemos desde hace quince años, no han cambiado sustancialmente desde la primera reunión, a pesar de que los partidarios de la seguridad siempre insisten en que “el barrio es cada vez más peligroso”. Nunca me burlaría de los fantasmas personales de mis vecinos y vecinas a los que volver a casa de noche les da miedo. Yo mismo tengo, seguro, mis propios fantasmas. Pero no sería razonable admitir por ello, con la experiencia real del vecindario sobre la mesa, que en nuestro entorno exista un problema de seguridad importante.

Pero podría suceder que sí lo hubiera, claro. Que, por ejemplo, campara por allí una panda de chavalines que, calcados a los de nuestras pesadillas colectivas, se dedicaran a atracarnos a punta de navaja. Esto sucedía mucho cuando yo era un adolescente y apenas había migrantes en España, por cierto.

Y podría pasar que esa banda estuviera integrada por chavales cuyos padres vinieron en algún momento a España desde otro país. Serían, en ese caso y citándome de más arriba, hijos de “tus vecinos, el compañero de tu hijo en el colegio, tu mecánico, tu frutero, o la mujer que viaja a tu lado en el tren de cercanías camino del trabajo”. También sería posible que los chavales de la hipotética pandilla fueran hijos de otros vecinos cuya familia, simplemente, fuera migrante un poco antes. Gente a la que alguien, quizá, aplicó la versión del problema migratorio propio de su contexto. Murcianos en Barcelona, paletos en Madrid o gitanos en cualquier otro lugar.

 Estoy absolutamente de acuerdo con Antonio Hedilla en que hay que entrar siempre al debate, pero necesitamos hacerlo desde una perspectiva ética y política que no reduzca a nuestros vecinos de origen migrante a seres subsidiarios de nuestras percepciones. Que no reduzca su agencia y su humanidad porque ese es el camino que allana cualquier ofensiva contra un otro. No son buenos tiempos, dicen, para apelar a las explicaciones racionales, pero tampoco podemos renunciar a, sencillamente, acudir a la verdad. Enunciemos nosotros los debates y mediemos con ellos en las percepciones de la gente.

En la Dehesa de Soto, en Guadarrama

Ayer, en la dehesa, el viento acariciaba, sutil, ingrávido, la piel. 
Los tallos de las flores –todo era flores– cimbreaban insumisos
y paré a contemplar la rima de su danza con el vuelo lento,
espasmódico, de las mariposillas que emergían y se ocultaban
entre las briznas de hierba. Cómo descifrar un ritmo pulsado por la brisa.
Sin rastro de las vacas en la primavera, en la dehesa de arriba
uno se creía espacial, pensaba tenerlo todo para sí,
pero se afirmaba importante al constatar que estaba acompañado,
al sentir la carne verde bajo los pies en los caminos del deseo,
la vida bajo la hierba en las veredas rebeldes, abiertas al paso.
Ayer, se habían retirado las hélices amarillas de las crucíferas
que con su noble cuello de jirafa se alzan orgullosas
pioneras de la primavera. Cobijan al resto de flores, las esconden
a sus pies. Ahora es todo color en movimiento, sarampión de vida.
Sangre nueva, sol exprimido, carne de fruta blanca, destellos de seda.
Todo ocupa su lugar en el carrusel asíncrono de la dehesa en primavera.
Solos las hormigas, todas a una, desfilan con cadencia de metrónomo.
Solo las montañas, abrigadas por las nubes, permanecen inmóviles.
Todo lo demás se mueve y, arriba, la rapaz enhebra el cielo sabio.
Los conejos, invisibles, se dispersaron como gotas de tinta en la tormenta.
Y el Peñón, con su perfil de ogro bonachón emergiendo 
de la tierra, trata de permanecer impávido. El Peñón, donde desgasté
las rodillas y hoy lo hacen mis hijos, aguanta cosquillas de la flor de jara
nacida de sus arrugas, de los dedos huesudos de las encinas mecidos
por el viento, de los piececitos de los niños saltando punzantes en su cresta.
Aguanta la risa el Peñón, no explota en carcajadas, pero se escapa una sutil 
 risa ahogada, contagiosa, un brote infusionado de inmediato en el ambiente:
el del grillo pertinaz, el susurro siseante del río Guadarrama, los acordes de trinos,
 besos allá arriba entre las ramas, el quebranto lacerante de los coches
 en la carretera, cercana, recuerdo de tu humanidad (como oírte respirar hondo).
Ayer por la mañana, en la dehesa del Soto, en Guadarrama

.

Desenamorarse de Pedro Sánchez y desengancharse del elixir de lágrimas de facha

Hoy a las 11 de la mañana ha salido a hablar públicamente el presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Su comparecencia tenía lugar después de que hace cinco días hiciera pública una carta abierta en la que explicaba que estaba pensando dimitir por los efectos personales producidos por la persecución judicial de la extrema derecha hacia su mujer, Begoña Gómez. La agenda política del país quedaba congelada y, durante el fin de semana, habría un par de convocatorias de militantes y defensores –al menos en este momento– del presidente.

La idea de que la cosa iba en serio fue cundiendo cada vez más en la opinión pública, guiada por distintas confidencias hechas por “sus círculos cercanos” a distintos periodistas. Quien más, quien menos, tenía dibujado su plano del futuro inmediato: gobierno transitorio, moción de confianza, anuncio de una batería de reformas profundas del aparato del Estado para luchar contra el lawfare…Al final, Pedro solo ha dicho que sigue. En cada barrio un grito de alegría distinto de fondo. Con lo anterior, pongo en situación al lector casual del futuro. Al fin y al cabo, hoy, toda España estaba al tanto de los pormenores y pendiente del televisor.

He leído varias veces estos días lo poco que importaban las verdaderas razones del presidente, si lo movía la quiebra de su esfera personal o el tacticismo político que se le presupone, porque lo verdaderamente relevante era el efecto: haber puesto sobre la mesa un debate inaplazable. Siguiendo la misma lógica, se podría decir que da lo mismo el grado de sinceridad de la maniobra por otros motivos. Independientemente de los pesos relativos de cada una de las razones que le han movido a hacerlo, es evidente que se ha producido un cierre de sus filas y de gran parte de las de sus socios –el pueblo del gobierno de coalición, le están diciendo–.

Entre las reacciones más habituales que he encontrado dentro del círculo vicioso que conforma mi campo de visión en las redes sociales, destacan la comprensible alegría (que comparto) por no vernos sumidos en un nuevo abismo electoral y la apelación jocosa a las lágrimas de facha. Una manifestación que rima con otras frecuentes dentro del campo de la izquierda federal (ahora se ha puesto de moda llamarla así, es más corto que la izquierda del PSOE y está menos sobado que la izquierda post 15m), que vienen a afirmar que Pedro es el puto amo. Pedro, al que no votan (aunque los resultados electorales dicen que alguno sí debe hacerlo), el jodido Perro, les ponía cachondos porque siempre era el del gif que sonreía súbitamente y ahora, que se ha mostrado como un ángel fieramente humano, les ha terminado de enamorar.

El problema del estado de enamoramiento en este caso no es tanto que haga perder la razón como que hace entrar en razón. En razón de Estado, en los límites de lo razonable y en la socialdemocracia asumida. Hasta en la movilización: por amor a la democracia, decía la convocatoria del domingo en Madrid; un idilio que, en ausencia de adjetivos y en el contexto del periodo de reflexión de Pedro, se agotaba en el gesto de afecto plebiscitario al presidente, por más que algunas voces quisieran explicar que se trataba de desbordar la manifestación en clave regenerativa. Otra vez la lógica realista del párrafo anterior: era la intención de algunos de los asistentes, pero no parece que sus motivos hayan salido en la foto.

A estas alturas del texto queda claro que mis palabras tienen sentido en un espacio político situado a la izquierda del PSOE, ¿no? Líbrenme los dioses de cualquier panteón de decirle yo a la gente de quién se tiene que encoñar. Pero creo que, dicho a la feminista, es necesario entonar de vez en cuando el amiga, date cuenta si quien tiene obnubilado a tu colega le arroja rodando por las escaleras de la política sociata que siempre odió y, a cambio, le mantiene emporrao con el elixir de las lágrimas de facha. El del regocijo moral como victoria, el mal menor fotogénico como antesala del voto útil y la democracia de élites como utopía vivida. Hazme caso amigo, rompe con Pedro, no te conviene; a no ser que tu amor sea realmente profundo y puro, en cuyo caso deberías dejar de justificarte y tirarte a la piscina del PSOE y nuestra democracia total.

Combatir, antes que analizar, la islamofobia de VOX

Veo los ataques islamófobos de personas del entorno de VOX y de los último que me entran ganas es de analizar su discurso. No niego la importancia de entenderlo, pero consigue mover pasiones más primarias en mi interior. Me afecta. Realmente me afecta, como lo hizo aquella campaña criminal contra los menores tutelados de 2021. Entonces ponía cara en mi mente a compañeros de origen migrante que viven en residencias y que comparten colegio con mis hijos. Su figura en mi cabeza era tan real que sentía el calor de su aliento. La rabia me descomponía por dentro.

Cada vez que esos malnacidos seleccionan un suceso con un protagonista magrebí y lo agitan en redes pienso en las consecuencias que su teatralización puede tener sobre personas con las que, en mayor o menor medida, he compartido momentos. En, Sidi, Anás, Shamira, Mohamed, Habiba, Chaima, Anwar, Karim…de nuevo, algunos compañeros de clase, amigos de mis hijos, con los que celebran cumpleaños.

Poco importa si se trata de verdades o mentiras. Como aquella que lanzó Santiago Abascal sobre el asesinato de una mujer en Tirso de Molina, cuyo asesino comía jamón (qué repugnantemente banales resultan las respuestas en redes sociales de quienes jalean los mensajes islamófobos). El sinvergüenza esgrimió haberse fiado de la información errónea de un medio. Lo que no explicó –y casi nadie se percató– es que no era un medio sino su medio. Gazeta es hoy en día el aparato informativo de la Fundación Disenso (think tank de VOX). Contiene un órgano de trabajo ideológico del partido donde estos días desgranan la idea de Hispanidad de Blas Piñar o publican artículos islamófobos, como este libelo nazi que afirma que no podemos acoger refugiados palestinos –como si pudieran salir del infierno– ni magrebíes, porque su cociente intelectual es bajo y perjudicaría nuestra carga genética. De verdad, así de repugnante es.

Nunca he creído que el calado ético de unas ideas deba juzgarse desde el plano personal. Que yo haya conocido, o no, personas árabes no las hace peores ni mejores. Son ideas rechazables en sí mismas. Me recuerda un poco a aquello de “¿te gustaría que trataran así a tú hija?” No, pero no necesito tener hijas para ser consciente de que el machismo, como el racismo, no es motivo de diálogo porque pertenecen al ámbito de los mínimos de la ética y la convivencia.

Sin embargo, sin ser argumento de nada, poner caras, nombre y aliento puede ayudar a quebrar la deshumanización y la otredad con que el fascismo caracteriza a nuestros vecinos. Cuando pienso en el aserto del programa electoral de VOX “inmediata expulsión de todos los inmigrantes que accedan ilegalmente a nuestro país” pienso en todas las personas sin papeles que he conocido y conozco, algunos amigos íntimos míos otros, de nuevo, de mis hijos o de mi pareja. Y resuelvo, con cierto optimismo antropológico, que solo el desconocimiento de su humanidad puede explicar, en muchos casos, la expresión de indiferencia y rechazo hacia ellos.

Por ello, prefiero dejar que analicen otros. Sus resabios de Nouvelle Droite son tan obvios como su nacionalismo español nativista; como su ideario autoritario, su recurso a la hispanidad –iberosfera, le dicen– y la pátina franquista de racismo cultural. Acorde con ello, llevan a gala el rechazo del islam por ser incompatible con nuestras costumbres y la preferencia por –permítaseme la pequeña provocación– emigrantes de las antiguas colonias españolas de ultramar. Pero es mentira, he escuchado con mis propios oídos a los prebostes de VOX clamar en una plaza de mi barrio contra los vecinos latinos, asociándolos con la delincuencia, las bandas y a la violencia sexual. Dándole vueltas a la misma manivela de esparcir pánicos morales que emplean con los vecinos de origen árabe.

Por ello, también, dejo aparte el análisis para anteponer el rechazo, el necesario asco y la confrontación. No estamos aquí para discutir sobre la dignidad de nuestros vecinos nacidos al otro lado del Estrecho (o aquí, pues la prueba más clara de su racismo exacerbado es que les da igual si ya nacieron en España). Tengan o no papeles, conozcamos sus nombres o no, estamos obligados éticamente a defenderlos de personas que son, a todas luces, peligrosos por su podredumbre ética.

Operación Chamartín: 30 años no son nada

Recientemente, han aparecido dos libros sobre la llamada Operación Chamartín (hoy Madrid Nuevo Norte). De Operación Chamartín a (Prolongación de la Castellana-Castellana Norte-Madrid Puerta Norte) Madrid Nuevo Norte, de Jesús Espelosín; y La Operación Chamartín, una losa para Madrid, un volumen colectivo coordinado por la Comisión de Ordenación Territorial de Ecologistas en Acción de Madrid.

Este último colectivo me ha invitado a moderar un acto esta misma tarde que pretende poner a dialogar ambos títulos, con la presencia de Espelosín y Aurora Justo, una de las autoras del libro de Ecologistas.

Se trata de que el evento sea liviano y quede tiempo para el debate, así que me he propuesto pasar inadvertido. En todo caso, tengo que hacer una introducción de unos cinco minutos. No sé qué quedará de estas palabras luego, pero me he escrito una pequeña intervención para ordenar las ideas que dejo por aquí.

P.S.: en 2017 moderé otro acto sobre la Operación Chamartín, aquel organizado por el Indtituto DM. No había visto hasta ahora el vídeo, en el que salgo con más fino y con más pelo.


Resulta un poco obvio explicar a estas alturas qué es la Operación Chamartín, y sus sucesivas encarnaciones, ante un público que presumo bastante iniciado en el asunto. Pero a la vez pensaba que, paradójicamente, para la mayoría de los madrileños no es algo tan conocido más allá del enunciado. Y es que, como si de Cuéntame se tratara, las diferentes temporadas de la serie, con cambios ligeros en las tramas y en los personajes secundarios, han ido dando contexto al desarrollo neoliberal de la ciudad y su política municipal, pero el público desconoce mucho de lo relativo a sus productores o guionistas.

Entonces, a lo mejor conviene partir de un enunciado sencillo de la trama para luego entrar en las complejidades a lo largo de la sesión.

Hablamos de cómo una enorme cantidad de suelo, mayoritariamente público (la mitad de Adif, pero también el Ayuntamiento, el Canal, la EMT o Correos hasta llegar entorno al 75%), queda ligado en su destino urbanístico a un agente privado.

Si hacemos memoria, recordaremos que todo comenzó con un concurso de RENFE para soterrar las vías de la estación en 1993. Seguramente, poca gente se acuerda de que un año antes Madrid presumía de capitalidad europea de la cultura, tratando de sacar cabeza ante el protagonismo de Barcelona y Sevilla. Se había inaugurado la nueva estación de Atocha de Moneo y empezaba el ensanche de la ciudad a través de los conocidos como PAUs. Estábamos entrando de cabeza en el paradigma internacional de ciudades en competencia.

Los que tengan menos de 31 años no habían siquiera nacido, en torno a un 20% de los habitantes actuales de la Comunidad de Madrid. Seguramente, muchos de ellos no conciben la posibilidad de existencia de una banca pública, sin saber que antes de ser absorbida por BBV existió una entidad de esta naturaleza, Argentaria, que fue la que ganó el concurso público de Renfe aquel año.

Han pasado ya 30 años, y los espectadores ocasionales no tienen claro si habrá o no nuevas temporadas de la serie y si esta seguirá alargando, como en un culebrón, su final.

En redes sociales les llegan publirreportajes sobre urbanismo feminista, verde y sostenible. Escucharon del alcalde que Madrid que habrá un nuevo distrito llamado Financiero; estas mismas semanas se habla de Las Tablas Oeste, el primer barrio de Madrid Nuevo Norte; se quedaron atascados en la reforma del nudo norte y son conocedores de que la estación Chamartín-Clara Campoamor está siendo reformada. Se supone que esta última era la razón de ser inicial de la operación.

Sin embargo, hasta dónde sé, el suelo objeto de la operación de Madrid Nuevo Norte sigue sin haber cambiado de manos a día de hoy. Entonces, ¿ha empezado o no la Operación Chamartín o no? Es una trama un tanto liosa.

Acabo mencionando algunos de los números de la operación:

–Pueden ser números naturales bajitos, simples, pero que en su pequeña dimensión alcanzan mucha gravedad: 5 prórrogas con las empresas durante estos años siin que se haya convocado nuevo concurso público.

–Los números pueden ser ordinales. Ser el la primera actuación urbana en España que se desarrollaría a través de una concesión a un operador privado, por ejemplo.

–  Pueden ser cifras que crecen sin parar, dibujando grandes pendientes en las gráficas: todos los hitos en estos 30 años han aumentado la superficie edificadora del ámbito (salvo en el amago de recuperar la iniciativa urbanizadora municipal en 2016, con Ahora Madrid). Desde 650.000 metros cuadrados de 1993 a los actuales 3.356.000 

–Pueden ser números que sin ser negativos en su definición matemática lo sean por su impacto social (o carencia de la misma): actualmente se habla de 10.500 viviendas (solo 2100 no libres)

–No entraremos todavía en la cronología jalonada por los dígitos que nombran ya más de tres décadas porque nos llevaría mucho.

Pero más allá de los aspectos cuantitativos que revelan estos números, seguramente tienen aún más calado los aspectos cualitativos.

De unos y de otros vamos a debatir ahora a partir del diálogo entre estos dos magníficos libros que se complementan para acercarnos a esa realidad un tanto críptica que es la Operación Chamartín –en el metaverso, dice Jesús–.

Un libro, el de Espelosín, que retoma su trabajo anterior sobre el tema en 2011 y se construye como una minuciosa reconstrucción de la intrahistoria política. Y otro, el de Ecologistas, que es también un trabajo muy técnico en el que late en cada capítulo la lucha por el derecho a la ciudad. Contestación ciudadana sin la que, por cierto, no contamos con la narración completa de estos treinta años.

Tribulete 7, más que una dirección postal

Imagen de xLavapiés de Tribulete 7

Algunas direcciones no las recuerdan ni quienes viven en ellas y otras se convierten en estandartes. A ninguna llegan ya cartas, a no ser las malas noticias del casero. Es lo que les sucedió a los vecinos de Tribulete 7, en Lavapiés. Como a otros tantos bloques devorados por la financiarización de la vida.

 Pero en este caso sus vecinos, de la mano del Sindicato de Inquilinas e Inquilinos, han conseguido plantar caro a la SOCIMI de sus pesadillas y saltar a la esfera pública como uno de esos ejemplos que son capaces de poner temas sobre el tapete y alimentar el necesario resentimiento social colectivo para cambiar las cosas.

El sábado pasado montaron una fiesta con caras conocidas (unas por todos nosotros y otras por el barrio, las dos suman mucho a su manera). Hubo música y, sobre todo, energía colectiva. Hoy se han ido los activistas a la junta de accionistas en la que se puede producir la venta del edificio con sus 54 viviendas y no sé cuántas vidas dentro. Baile de corbatas y proclamas del que depende la vida de muchos vecinos de Lavapiés.

Hace mucho que no escribía un post con n continuará. En este caso se traduce en expectación y esperanza. Prometo actualizar.